El presidente de la República encabezó la comisión dominicana que, en el marco de la Feria Internacional de Turismo (FITUR) de Madrid, le ha reiterado al mundo el compromiso de nuestro país con la llamada industria sin chimeneas.
En muchos escenarios, se nos concede un espacio por cortesía o solo por el derecho que nos da ser un país formalmente constituido, sin embargo, en este espacio podemos presentarnos con la frente en alto y con orgullo legítimo de sabernos no solo poseedores de una riqueza natural extraordinaria, sino también de una propuesta completa y diferenciada capaz de satisfacer y exceder las expectativas de todo el que decida visitarnos.
Algunas generaciones han nacido con el turismo ya establecido en nuestro país; para ellos podría parecer que los resultados que hoy tenemos son el producto de un proceso natural, como cuando se cosecha de un árbol del que se ha esperado tranquilamente a que le llegue el momento de dar fruto. La realidad es que las capacidades turísticas de nuestro país son el producto de la obstinación de algunos hombres y mujeres a quienes no se les gastó la intención durante décadas y se atrevieron a ir abordando los obstáculos y los sueños uno a uno, con todo el precio personal, familiar, físico y económico que eso pudo implicarles.
Hace unos 40 años no teníamos ni hoteles, ni carreteras, ni aeropuertos, ni políticas públicas que pudieran respaldar esa actividad que, de acuerdo con un estudio de ASONAHORES y el Banco Popular, representa aproximadamente el 16% del Producto Interno Bruto y unos 573,000 empleos directos e indirectos.
El modelo de éxito hotelero es un ejemplo local construido por dominicanos y dominicanas, unido a inversionistas extranjeros, que debe abrirnos los ojos ante lo que somos capaces de hacer si ponemos en uso nuestras capacidades y sincronizamos nuestras agendas.
Una amiga comentó hace unos días con tono de exageración que, si el mayor problema del país es la educación, por las pocas personas que somos, si de verdad quisiéramos solucionarlo en poco tiempo lo lograríamos aún lo abordáramos caso a caso. En ese mismo ánimo, me atrevería a decir que, si los 23,000 millones de dólares que hemos gastado en Educación del 2014 a la fecha lo hubiésemos dedicado a enseñar dominicanos a hacer tatuajes, seríamos el centro de tatuajes del mundo y habríamos logrado incrementos sustanciales en nuestro ingreso per cápita.
Digámoslo clarísimo y de múltiples maneras otra vez a ver si se entiende:
- Nuestro país sería más rico si tuviésemos mejores niveles de educación.
- Cada pulgada de tierra en R.D. valdría más si más estudiantes completaran la secundaria.
- Cada negocio en R.D. sería más productivo y rentable si más personas estuvieran mejor preparadas para ejercer ocupaciones.
- Las calles dominicanas serían más seguras si más personas pudiesen trabajar.
- Más empresas extranjeras se instalarían en R.D. si hubiese garantía de que los dominicanos pueden realizar las labores que ellas requieren.
Y, de seguro, a usted, querido lector o lectora, se le ocurren otras ideas que ojalá se anime a poner como comentario a este artículo.
El presidente Abinader y el ministro Collado regresarán exitosos de España, habiendo logrado negociaciones en el ámbito turístico de las que ganaremos como país y ganarán los que a raíz de ella inviertan o vengan a visitarnos. Todo eso como cosecha de una siembra de muchos años.
Cosechemos con alegría y atrevámonos a remangar nuestras camisas para sembrar una semilla que da el ciento por uno: la de la educación de los dominicanos.