Es un momento oportuno, para repensar de forma sensata acerca de la inclusión forzada de la diversidad étnico-cultural en las organizaciones empresariales; donde no escapan las contradicciones y debates sobre si la sola representatividad étnica como línea de acción de las actuales políticas públicas y objetivos de desarrollo del milenio, solucionarán los reales y desafiantes problemas de la marginalidad – pobreza a que se ven enfrentadas poblaciones significativas y vulnerables de los países subdesarrollados y del tercer mundo; sea usted negro o no (realidad de la cual paradójicamente no escapan algunos de los países desarrollados del primer mundo).

En un afán de caer bien, estructurando sutilmente un buenismo ideológico y un sentimentalismo innecesario, parece que la industria hollywoodense del cine y el espectáculo, siguen haciendo un esfuerzo contínuo por inducirnos de forma subliminal a falacias ad odium y ad ignorantiam de forma entrecruzada, a través de la representatividad étnico-cultural de la negritud; retrotrayéndose históricamente a una “línea de color” que creíamos ya superada; acompañada de una fundamentación negacionista sobre la cientificidad y rigurosidad de las investigaciones históricas, arqueológicas y antropológicas que sobre los diferentes temas en torno a la existencia humana se han acumulado a través del tiempo, como legado evidencial del conocimiento.

En este sentido, a propósito de la serie documental Queen Cleopatra (La reina Cleopatra), Mostafa Waziri, secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto, declaró que "la representación de Cleopatra como una mujer negra es una falsificación de la historia egipcia y una flagrante falacia histórica", subrayando que Netflix posiciona la película como un documental y no como una obra dramática.

En torno a estas contradicciones y disonancias cognitivas, el filólogo Luis Arturo Guichard escribe este interesante artículo: No, Cleopatra no era negra, en referencia al documental que Netflix exhibe en su plataforma como serie documental. Dejo aquí, el texto íntegro, publicado originalmente en Letras Libres:

"Antes de encender la pira funeraria de Patroclo, Aquiles deposita como última ofrenda un mechón de su cabellera rubia (Ilíada XXIII, 141: xanthe khaite). Hace unos años, Netflix transmitió una serie, basada, según se decía en los créditos, en “los mitos griegos y Homero”. El actor que encarna a Aquiles, David Gyasi, es negro y calvo. A algunos colegas clasicistas más puristas que yo, esto les pareció ridículo. A mí me resultó divertido: en el reino de la ficción cada quien puede hacer lo que quiera, y Aquiles puede ser negro o japonés, hombre o mujer, enano o gigante, y todo depende de si funciona o no en la propia ficción, de la misma manera que se puede ambientar Enrique VIII en Nueva York o en un pueblo de pescadores, con gangsters peleando entre sí o sustituyendo el célebre caballo que valía un reino por una moto. En mi opinión, en ese caso no funcionaba porque Gyasi no hacía bien el papel: su Aquiles era simplemente malo, independientemente de que fuera negro, verde o amarillo. El de Brad Pitt tampoco mejoraba solo por el hecho de que en la película de Petersen (2004) le pusieran, ahí sí, una bonita peluca rubia.

Ahora Netflix ha producido una nueva serie sobre Cleopatra, uno de cuyos puntos fuertes, tanto en el contenido como en el marketing, es que la reina era negra. Lo dicen casi en la primera escena. La diferencia entre la serie Troya, caída de una ciudad y Cleopatra es que esta última se presenta como un documental y como resultado de una investigación histórica, mientras aquella era una serie de ficción “basada en los mitos griegos y Homero”. Basarse en algo no significa respetar cada detalle a pie juntillas, pero presentar algo como un documental, con presuntos expertos entrevistados y resultado de una investigación histórica sí es algo que, en principio, requiere más rigor.

Este documental no tiene ningún rigor. Es una cadena de absolutos sinsentidos históricos, anacronismos, confusiones y medios matices muy malintencionados, en la que ya lo de menos es que se intente demostrar que Cleopatra tenía rasgos subsaharianos (que ya es un despropósito). Es que toda la geopolítica del Mediterráneo en la época está mal contada y retorcida para dar una idea de Cleopatra que simplemente es inasumible en ese momento, como una especie de liberadora del tercer mundo. Es demencial. Ni Egipto era el tercer mundo en el siglo I a.C. ni Cleopatra era una especie de redentora de las clases bajas egipcias. Esto es conocimiento adquirido hoy día. Ninguno de los expertos de primera línea en el Egipto ptolemaico de hoy, ni historiador ni filólogo ni arqueólogo, participa en este bodrio: de hecho, como no los tienen, uno de sus expertos es… una doctoranda de una universidad estadounidense bastante menor.

No habría problema si fuera una serie de ficción, pero presentar todos estos sinsentidos como historia ya es otra cosa. En la ficción, Cleopatra puede ser negra, japonesa o australiana, liberadora de esclavos o khaleesi, Wonder woman o Capitana Marvel, mujer empoderada que “no se doblega ante ningún hombre” (sic) o lo que se quiera según la agenda que se tenga, pero otra cosa es intentarle tomar el pelo a un público desprevenido con imposturas históricas y anacronismos. No creo que la cosa llegue al punto de pedir que se vete la transmisión de la serie, como ha pedido alguien desde Egipto, pero sí debe verse con precaución y sabiendo que le están intentando vender a uno como “nueva interpretación histórica” algo que no tiene mucho sentido.

¿Hay posibilidades de que Cleopatra haya tenido rasgos subsaharianos? Escasísimas, si no es que ninguna. Para empezar, cualquiera que haya leído algo de historiografía romana sabe que un detalle como ese no lo hubieran dejado pasar: si Cleopatra hubiera tenido aunque sea una gota de sangre subsahariana y una apariencia como la de quienes se identifican como afroamericanos hoy en día, tal como aparece en el documental de Netflix, todas nuestras fuentes, de Cicerón a Plutarco, lo hubieran dicho, y de nubia o etíope no la hubieran bajado, si no es que directamente de pigmea. Se hubieran despachado muy a gusto. Y tampoco hubiera escapado ese detalle a las representaciones que conservamos. Es bien sabido que los retratos antiguos, sea cual sea su soporte, y más cuando son de uso oficial, no suelen ser nada naturalistas… pero esto difícilmente se hubiera obviado.

En el año 2000, el Museo Británico montó una exposición sin precedentes sobre Cleopatra, que tuve la suerte de visitar. De ella surgió un libro, Cleopatra of Egypt: from history to myth, publicado por Princeton University Press, en el que colaboraban treinta de los más prestigiosos expertos en el Egipto ptolemaico, bajo la dirección de Susan Walker y Peter Higgs. Pese al tiempo transcurrido, este libro sigue siendo el repositorio más importante de representaciones y fuentes históricas sobre Cleopatra, no solamente por las que aparecen ilustradas ahí, sino por las citadas a lo largo de la obra. Quien quiera disfrutar hojeando el libro, llegará a la conclusión de que Cleopatra debió tener el fenotipo mediterráneo que en esa época compartían por igual un levantino y un cretense: piel apiñonada, cabello negro casi con seguridad, pero más probablemente lacio que rizado, estatura media y complexión más fuerte que la de una romana, más los rasgos personales que mencionan muchas fuentes, empezado por la famosa nariz aguileña.

Este fenotipo se corresponde bastante bien, además, con el de sus antepasados: como es bien sabido, los ptolemeos son de ascendencia macedonia, una línea que debió mantenerse bastante pura por la costumbre que adoptaron, a partir de Ptolemeo II y Arsínoe, de casarse entre hermanos, como hacían los faraones egipcios. Las posibilidades de que tuviera apariencia subsahariana, que en la serie se basa en el hecho de que la identidad de su madre no es conocida, es muy remota, tanto como que tuviera rasgos que hoy identificamos como egipcios. Un ptolemeo, incluso uno relativamente díscolo como Ptolemeo XII Auletes, no arriesgaría así su trono y su descendencia.

Así que Cleopatra no era negra pero tampoco se parecía mucho a Liz Taylor. Si hubiera que apostarle a una Cleopatra de ficción, yo le apostaría a la de la serie Roma, interpretada por la actriz Lyndsey Marshal. Si hubiera que elegir una de las representaciones históricas, hay un cierto consenso hoy en día en que el busto conservado en el Altes Museum de Berlín, realizado seguramente en la época en que Cleopatra vivió en Roma junto a César, es el mejor candidato. "