Mientras las Navidades fueron motivo de numerosos festejos y de todo tipo de derroches Lucero, de 14 años, ha vivido este periodo de alegría inmersa en sus habituales carencias económicas y emocionales, expuesta a todo tipo de abusos físicos, sexuales y psicológicos.

En su barrio, para sobrevivir, las chicas que viven en condiciones de extrema vulnerabilidad tienen que acostarse con el más fuerte del sector, el que manda en los puntos de venta de sustancias tóxicas, y luego quedarse a la orden para cuando él las mande a buscar.

No se trata del guion de una nueva serie de Netflix, es una realidad que existe allí mismo, por aquí, al doblar de la esquina en nuestros barrios vulnerables de la zona norte de la capital como en otros tantos sectores de todo el país, donde poco entramos de día y nunca de noche.  La Puya, La Zurza, Capotillo, Villas Agrícolas, Villa Consuelo son solamente las puntas de un inmenso iceberg de desamparos y pobredumbre.

Lucero nunca ha conocido a su padre y su madre tiene un problema de salud mental que limita su buen desenvolvimiento. Desde los 9 años la niña practicó sexo oral por dinero, conducta que la madre normaliza diciendo que de esta forma ella la ayudaba con la comida y que era un trabajo para conseguir los “cheles pa’ la casa”.

La niña vive en condición de calle y explotación sexual. Hace dos años estuvo en un hogar de acogida y no se quiso quedar. Después de las Navidades la menor está desmejorada, pálida, ansiosa e insegura.

Se acostó con la pareja de su prima que tiene sida a solicitud de esta, que “no quería enfermar a su hombre preferido”. Pensaba reternerlo “en familia” para que no buscara otra. Este “complot” se transformó en una pesadilla. Lucero, a sus 14 añitos, está embarazada y salió positiva al VIH. Su madre no sabe qué hacer porque su hija está preñada y en la calle. El “don Juan” dice que esa barriga no es de él y que no la quiere volver a ver.

La madre se aloja en una minúscula pieza de una cuartería con su pareja actual, un individuo adicto, atracador y vendedor de drogas buscado activamente por la Policía. Cuando llega drogado y de mal humor golpea a la madre y se acuesta con Lucero, usando fuerza y agresión. La mamá, que tiene una bebé de meses de este hombre, grita a los cuatro vientos que la va a vender frente al Morgan y no quiere a Lucero en la casa para evitar que su marido se siga acostando con ella.

Desprotegida y vulnerable la niña es hoy no solamente una víctima sino también un foco de contagio de VIH, ya que tanto sus clientes como sus parejas o agresores pueden correr la misma suerte.

Frente a esta dura realidad que le ha tocado vivir a Lucero, al igual que a Amelia, de 15 años, y a otras tantas niñas en situación de calle uno solo se puede preguntar cómo ponerles coto a estos abusos en contra de la niñez y a la violación de sus derechos.

¿Habrá manera de hacer valer las leyes de protección de los niños, niñas y adolescentes y romper el círculo de la reproducción de las desigualdades?