A continuación, un relato que puede ser un ejemplo a seguir.
Envuelto en la oscuridad de la noche, un hombre llamado Nicodemo visitó a Jesús para conversar con él. El maestro Nicodemo se presentó a Jesús, el Maestro de Galilea, como un tímido investigador de la verdad, porque estaba convencido de que Dios había enviado al novel rabí a enseñar, “porque nadie podría hacer los milagros que él hacía, si Dios no estuviera con él”.
Este hombre que vino a conversar con Jesús era maestro y miembro del Consejo de Gobierno (Sanedrín) de Jerusalén y, por tanto, un personaje importante e influyente. Pertenecía a un selecto grupo de hombres llamados “fariseos” o “separados”. Estos eran ortodoxos defensores de la ley de Moisés, de las tradiciones más conservadoras de la religión, y de la cultura del pueblo hebreo.
A pesar de la posición encumbrada, capacidad intelectual y de su prestigio social, este maestro buscó a Jesús para obtener más sabiduría y estar mejor equipado para vivir con prudencia, integridad moral y fortaleza espiritual.
Nicodemo y Jesús hablaron de “maestro a Maestro”. Este es un ejemplo para las personas de todas las clases y condiciones; pero especialmente para aquellos que, por su condición y experiencia en la vida, posición económica e influencia política y social, llegan a creer que son “demasiado importantes e indispensables’’ para oír y aceptar consejos de otros. La gran mayoría de los fariseos, líderes religiosos y maestros de la ley, despreciaron a Jesús, o le vieron como una amenaza al statu quo de la imperante situación político-social-religiosa en Jerusalén.
Esto tal vez sea así, porque muchas veces la inseguridad hace que la conducta humana tome formas muy marcadas y deformadas. La manía o delirio de grandeza es realmente un síntoma de complejo de inferioridad. La egolatría o amor a sí mismo, acusa a una persona que se menosprecia a sí misma, y actúa en forma irracional para encubrir su verdadero sentido de subestimación. El delirio de grandeza, el amor a sí mismo en forma excesiva, la terquedad y “manías’’ o extravagancias caprichosas de la conducta humana, tienen sus raíces en algún fallo en la personalidad del individuo, y revelan la necesidad de un reajuste o encuentro con sí mismo; exige un acatamiento a las buenas costumbres, o el comienzo impostergable de las prácticas de virtudes que distinguen a los humanos como seres sociales con determinadas cualidades afectivas, conductuales y morales.
Nicodemo habló de “maestro a Maestro” con Jesús. Pudo hacerlo porque tenía fe en Dios, porque aguardaba con esperanza una vida plena y abundante; porque su amor era profundo y creciente. Estas tres virtudes hicieron al fariseo una persona sensata, humilde, emprendedora y escudriñadora, que no se creyó muy viejo, ni experimentado, ni rico, ni poderoso, ni sabio para ir en pos de Jesús, el joven profeta. Él sabía que el errante y milagroso predicador no era un estudioso formal, pero sus palabras y hechos hacían revelar la gloria de Dios, una santidad excepcional y una autoridad fenomenal.
Ningún hombre en este mundo es lo suficientemente “sabio” o experimentado para no oír consejos de otros. Ningún dirigente es tan grande que se pueda creer todopoderoso. Nadie puede pretender que es autosuficiente y exento de cometer errores. Jamás se debe pensar que persona alguna posee todos los conocimientos.
En el diario PUEBLO de Madrid, España, hace algunos años ya, el columnista José Pastor escribió: “La humanidad está compuesta por tres clases de personas: los tontos, los que no se creen tontos, y los que se hacen el tonto”. ¿En cuál de estas categorías se ubica el lector de esta reflexión? ¿No cree usted que la actitud de Nicodemo es recomendable para no ser tonto, ni hacerse el tonto, ni pasar por tonto? Haga usted como Nicodemo, hable de “maestro a Maestro’’ con Jesús. Hablando se entiende y se aprende, y al aprender se cultiva sabiduría, se fortalece la fe, se ensancha la esperanza, se libera de ansiedades, se encamina por buen sendero, y se profundiza el amor por Dios y los fraternos de la tierra.