Yo pensaba que Israel era el mejor ejemplo de la hipocresía de los europeos, que de tanto en tanto hacen lindos pronunciamientos sobre los derechos humanos de los palestinos para luego no hacer absolutamente nada al respecto. Pero qué va, ejemplos los hay peores. Aunque la competencia es fuerte -empezando con la tragedia actual en Haití-, lo ocurrido en estos días frente a las costas griegas merece un capítulo aparte: más de 600 muertos, incluyendo un centenar de niños, ante la mirada impávida de las autoridades griegas, cuyos guardacostas se negaron durante horas a auxiliar el barco sobrecargado de migrantes, luego retrasaron injustificadamente la operación de búsqueda y salvamento, y por último mintieron descaradamente sobre lo ocurrido.

Este naufragio llama la atención por la gran cantidad de muertos y por la frialdad con que los dejaron morir, pero no por el hecho en sí, que se repite desde hace tiempo en aguas del Mediterráneo y que implica al conjunto de la Unión Europea (cuyo FRONTEX -Guardia Europea de Fronteras y Costas- también estuvo en escena durante las horas previas al desastre griego). Italia hace ya varios años que criminalizó las operaciones de rescate de migrantes en alta mar y empezó a imponer multas y a someter judicialmente a los capitanes de estas embarcaciones, con amenazas de hasta 20 años de cárcel. Hace unos meses que los tribunales españoles archivaron tranquilamente el caso de los 23 migrantes subsaharianos muertos el año pasado tratando de escalar el muro que los separaba del territorio español en Melilla. Aparentemente se murieron ellos solitos, sin que la brutalidad policial tuviera nada que ver con el asunto.

La Organización Internacional de las Migraciones calcula que más de 27,000 migrantes han perdido la vida en el Mediterráneo en la última década, cifra que sin duda seguirá aumentando visto, por un lado, las terribles crisis económicas y ambientales que afectan a los países emisores, y por el otro, las políticas -explícitas o implícitas- que los europeos vienen aplicando contra la migración indocumentada. Sin duda es más fácil para ellos criticar la política brutal y corrupta de República Dominicana contra los inmigrantes haitianos que poner en práctica sus discursos de derechos humanos con sus propios inmigrantes en sus propios países. Y no me refiero sólo a los gobiernos europeos individuales o al conjunto de la Unión Europea, cuyos organismos no han sido capaces de adoptar una política migratoria humanitaria y coherente, sino también a los partidos de izquierda y a la ciudadanía progre en general, que no ha dicho ni esta boca es mía ante la tragedia. Como la respuesta ciudadana ha sido prácticamente inexistente, es de esperar que la actuación de las autoridades griegas quede impune y los medios se olviden por completo del caso, al que de entrada han prestado poca atención.

El contraste con el sumergible Titán, desaparecido con cinco pasajeros a bordo que se dirigían a observar las ruinas del Titanic, no puede ser mayor. Para empezar, los medios han hecho zafra con el caso, convirtiéndolo en noticia de primerísima plana -el noticiero de anoche de la BBC, por ejemplo, le dedicó casi la mitad del programa, y el sumergible ha sido tema de portada de todos los periódicos y noticieros televisivos desde que desapareció el pasado domingo-. Aunque las posibilidades de sobrevivencia son remotas, al momento hay al menos 20 barcos con equipos de alta tecnología, 6 aviones del Pentágono y un robot submarino del Instituto Oceanográfico francés implicados en el rastreo de 20,000 kilómetros cuadrados de océano, en una operación de rescate y salvamento coordinada conjuntamente por las guardias costeras de EEUU y Canadá.

Claro que estos cinco pasajeros no son migrantes pobres del Sur, huyendo de condiciones de vida desesperadas, como los que murieron frente a las costas griegas en un barco sin nombre. Por el contrario, al menos tres de los cinco hombres a bordo son multibillonarios, lo que explica que no se haya escatimado esfuerzo ni gasto alguno en la búsqueda de Titán, cuyos pasajeros pagaron 250,000 dólares por cabeza por el privilegio de hacinarse diez horas en un sumergible diminuto, piloteado con un mando de PlayStation, cuya seguridad no había sido certificada por los organismos correspondientes, que por el contrario habían advertido sobre el peligro catastrófico que suponía el diseño de la nave. Serán unos imprudentes pero su riqueza les garantiza el privilegio de una operación de rescate de primera, que sin duda será costeada por los contribuyentes de los países participantes.

El escenario opuesto apareció en una esquinita de la prensa de anoche, donde se nos informa de la muerte de al menos 35 migrantes más, esta vez camino a las Islas Canarias. Dos ONG que trabajan en el monitoreo y salvamento de náufragos denunciaron que los migrantes esperaron más de doce horas por la llegada de auxilio tras averiarse su bote. Que la política migratoria de los países europeos no contemple llegar a tiempo no sorprende, pero igual horroriza.

Los 27,000 muertos que estima la OIM indican que la política actual no está funcionando como disuasivo sino únicamente como castigo. Muchos países de Europa -al igual que los EEUU, Japón y otros- se beneficiarían de la migración que tanto necesitan sus mercados de trabajo y sus sistemas de seguridad social. Y ni hablemos de la deuda histórica del Norte con sus antiguas colonias -o sus neo-colonias- del Sur, que además de siglos de depredación económica están pagando desproporcionadamente el costo de la emergencia climática mayormente causada por el desarrollo industrial y el consumo desmedido de los países ricos.

Y aún en el caso de que, por las razones que sea, no quieran permitir el ingreso permanente de estos migrantes a sus países, habría que preguntar: ¿qué fracción diminuta de lo que Europa está actualmente gastando en la guerra de Ucrania sería suficiente para implementar una política humanitaria de rescate, salvamento y retorno de migrantes en peligro? Mientras los europeos y los estadounidenses mantengan sus políticas actuales anti-inmigrantes, por lo menos que no nos sigan hablando de derechos humanos. Que se ahorren la hipocresía. FIN