El autismo es un trastorno del desarrollo que impacta esencialmente en tres áreas: la comunicación, la socialización y la conducta. Los Trastornos del Espectro Autista, están referidos a diversos cuadros clínicos ligados a dificultades sociales y comunicacionales; los campos de la conducta implicados son el juego, la sociabilidad, afectos, lenguaje, cognición, memoria y atención. Así como a conductas repetitivas, diferenciándose entre sí, por la severidad de los síntomas con el objetivo de identificar que es posible hacer para alcanzar nuevos aprendizajes y poder lograr la participación de todos.
Un psiquiatra americano, Leo Kanner describió la sintomatología en 1943 en once casos clínicos, de lo que sería el trastorno del especto autista, separándolo del retraso mental, desde la universidad John Hopkins en Baltimore, Estados Unidos. Este “autismo precoz” de Kanner, durante los 73 años transcurridos a partir de este acontecimiento han provocado del autismo infantil un verdadero campo de controversias.
Este síndrome del espectro autista no es una enfermedad propiamente dicha, tampoco es una condición con una etiología bien definida, por lo que, el autismo es un síndrome de disfunción neurológica que se manifiesta en la conducta. Esto implica que este sistema cerebral aún indefinido es disfuncional, siendo responsable de los síntomas clínicos diagnósticos en los niños.
Respecto a esto, en la actualidad, el autismo está en manos de la neuropsicología, que es una especialidad muy escasa en nuestro país con escasas ofertas académicas de educación superior. Este trastorno se diagnostica después de los dos años de edad. En consecuencia, durante muchos años los profesionales de la medicina no supieron que hacer con el autismo, por lo que se preguntaban: ¿Es biológica o psicológica la fuente de esas conductas?, ¿Es fruto de la naturaleza o la crianza?.
A un niño neurotípico no es necesario decirle que su hermano autista requiere más atención, pues durante muchos años la familia le va a dedicar más tiempo, representando un trabajo para toda la vida. Esto podría significar que no podrá llevar a su hijo de compras, ni a comer tranquilamente en un restaurante. Debido a que el cerebro autista se enfrenta diario a muchas limitaciones, entre ellas el miedo a las escaleras mecánicas, ya que le cuesta saber cuándo subir o bajar, tampoco le gustan los movimientos rápidos, como el de las puertas corredizas automáticas. El niño puede mostrarse intolerante a los ruidos fuertes, llegando a taparse los oídos para apaciguarlos, ellos también pueden presentar episodios con rabietas frecuentes en lugares ruidosos: trenes, aeropuertos o cines. Además, rechazan los abrazos de personas conocidas, así como también, tienden a evitar ciertas sustancias u olores.
Por todas estas razones, se justifica que el traspaso del Centro de Atención Integral para la Discapacidad (CAID) al Ministerio de Educación, es pertinente para la atención y apoyo de estas familias con niños menores de 12 años con trastornos del espectro autista, además de parálisis cerebral y síndrome de Down. Con el compromiso de incluir a niños disléxicos, discalcúlicos, del trastorno de la atención y del lenguaje, entre otros.
Finalmente, hay que destacar que uno de cada ochenta niños es autista, lo que aporta ribetes epidémicos obligando a la sociedad dominicana a responder a esta situación de salud mental y desarrollo en la niñez, que amerita una etiología y un diagnóstico preciso sin una cura visible en el horizonte.