Bajo este título se  podría escribir un largo tratado.  Los nuevos mecanismos de manipulación   involucran la creación e inserción de idiolectos que luego de convertidos en moneda de curso legal, los hablantes los asumen como si fuesen habituales expresiones del idioma. Otro mecanismo es la puesta en desuso de ciertas expresiones que no resultan convenientes a ciertas ideologías.  Pero de todas las prácticas de manipulación de la lengua, la más evidente es la de cambio de significado, llegando una determinada palabra a expresar lo contrario de su original acepción.

Así, nos topamos con  vocablos  tales como: democracia, que ha pasado a identificar el secuestro del poder por una minoría; o el vocablo consenso, que de referirse al consentimiento de un grupo, ha pasado a designar la decisión de unos pocos, a veces solo de uno. También la palabra corrupción ha quedado reducida a la cuestión de la distracción de fondos del estado, cuando la RAE lo designa como vicio, degradación y soborno extensible a muchos quehaceres aun  en el sector privado.

Del otro lado nos topamos con categorías agramáticas, barbarismos y pseudo-conceptos que rápidamente se asumen como válidos, hasta el extremo de convertirse en imposibles de someter a ratificación alguna. Pero también, conceptos ya  establecidos en ciertas disciplinas, insertos en otras sin concierto ni orden.

Incluso en ámbitos especializados es frecuente escuchar el uso de giros de sentido común como si pertenecieran a dicha especialidad. Por ejemplo, un concepto que he rastreado y tratado de comprender en su contexto,  es el de feminicidio. Linda Russell lo presentó  ante El tribunal Internacional de Bruselas.  Su propósito era el de visibilizar los crímenes contra la mujer, por lo que el contexto de dicho neologismo es jurídico.  Sorprende escuchar a psicólogos utilizarlo como categoría propia de su especialidad  incluso con valor  “diagnóstico”.

Es pertinente aclarar que la lengua es un organismo vivo, que cambia. Y existen  préstamos entre “lenguajes especializados”. Empero,  en el primer caso esos cambios ocurren a partir de las necesidades del hablante, y en el segundo, los préstamos deben cumplir con cierto rigor científico en contexto.  Los préstamos interdisciplinarios son válidos siempre que tengan una función en el marco de los paradigmas de la disciplina a la qué transmigran.  Pero grupos de poder introducen “ruidos” que los demás consumimos sin conciencia crítica,  sin preguntarnos si enriquece la lengua o, por el contrario, la empobrece.

Hace tiempo que el lenguaje dejó de ser el uso espontaneo de los hablantes de un sistema de códigos para convertirse en un campo de batalla por la imposición de ciertas ideologías. Pasamos de “el horror homicida” al “daño colateral”, del “terrorismo de estado” a la “injerencia humanística”. Desde que el poder descubrió que vivimos en un mundo hecho de lenguaje, éste ha pasado a ser un arma capaz de despojar al símbolo de su valor y significación, poniendo en nuestras mentes aquello que conviene a modas, intereses o mecanismos de manipulación.

El cine, la televisión, “los intelectuales del sistema”, los viejos aparatos ideológicos, son poderosos mecanismos de generación antitética de sentido.  Recuerdo una vieja película en la que los Talibanes, armados por Estados Unidos, eran unos héroes en la guerra contra la invasión rusa; después, en nuevos films, esos mismo sujetos eran el enemigo número uno de la humanidad. En  la guerra cotidiana se  nos mostraba un ejército hoy  como “aliado”, luego como la fuerza de un gobierno autoritario. No es prestidigitación, es el lenguaje al servicio del poder.

Con ciertos semantemas queremos tapar las grandes fallas que nuestra era postmoderna va creando. Hace unos días conversaba con una psicóloga y me hablaba de la “familia monoparental”.  Pensé un rato este vocablo, y luego le pregunté: “¿esta frase designa la desarticulación y crisis de la familia?”. Ella me miró extrañada, y me dijo: “familia es cualquier dinámica en donde vives e interactúas”. Guardé silencio  sin saber sin construimos una sociedad nueva o destruimos sin remedio nuestro valores.

No vivimos guarecidos  en la casa grande que es la lengua, sino que todos los días golpeamos sus paredes para armar con los escombros nuevos “sentidos” que maquillen el derrumbe  la caída de lo que una vez llamamos civilización, sustituida por una neobarbarie que va fundando su gramática