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Heriberto Pérez Cuevas (Negro Pérez)

La copla, sin ningún género de duda, llega con los españoles a América en épocas de la colonización. El carácter o estructura formularia con que se construye se remonta aún más atrás en el tiempo. No es cierto que empieza con el texto homérico. Conforme a la tradición oral griega, alrededor de cuatrocientos años antes de Homero (o cualesquiera que hayan compuesto las obras fundacionales de nuestra cultura) hubo un ejército en Micenas (localidad de Grecia) que cantaba sus experiencias de batallas en versos ajustados a aparatos fijos.Una de las características a resaltar de la copla y otras antiguas formas literarias, es que fueron compuestas por gente semi analfabeta, o cuando no, por analfabetos absolutos, y en no pocos casos, fue expresión de una actividad comunal o de grupo.  Constituyen la literatura de origen oral que ha sobrevivido por la razón de que ha sido transmitida de una generación a la siguiente.

La tradición oral de Villa Jaragua registra principalmente las firmas de Lucas Sena (Carnavá), Elías Ferreras y Emiliano Díaz como sus poetas locales representativos; solamente ellos conforman, si se quiere, el “canon”. Ellos y otros poetas locales anónimos recurrieron, cual fue costumbre en la región, a las coplas, y muy raras veces, a la décima, por ser mayor en esta el esfuerzo intelectual que se requiere. El romántico y liberal siglo XIX, y en la República Dominicana, principios del XX, fueron otros de los escenarios históricos donde se movieron. En los escasos cuatro versos de una copla, no solo los barbacoeros, sino los demás sureños, fueron capaces de dejar registrado su ingenio creativo. Desafíos, amores, desamores, despechos, discriminaciones, infidelidades en ambos géneros; por igual, el honor herido, sátiras sociales mordaces y corrosivas, prejuicios de toda laya, y demás, se expresaron en coplas, predominantemente en octosílabos y rima asonante, muchas de ellas traducidas a mangulinas o carabinés en el acto.

Bienvenido Gimbernard, Concho Primo y la canción de moda, 1921.

Así como transcurre el tiempo, igualmente evolucionan los temas de las coplas. Su contenido desde el siglo XIX hasta bien entrada la última mitad del siglo XX, fue variando en este país, lo mismo que en otros lugares. Es un principio en el arte. A guisa de ejemplo, la fórmula de Solito de Vargas (prototipo de matón del Gobierno de los Seis Años de Báez, nativo de El Estero de Neiba) que reza “Dicen que Solito es malo / Solito no es malo ná, / Solito castiga al malo / y al bueno no le hace ná”, será retomada más tarde por campesinos de San Juan de la Maguana para cantar a la inmortalidad de Papá Olivorio Mateo: “Dicen que Liborio ha muerto/ Liborio no ha muerto ná,/ lo que pasa con Liborio/ es que no come pendejá”. Tal maniobra lingüística se hace posible gracias a la existencia de estructuras formularias en el verso a las que poetas regionales y locales posteriores echan mano por estar disponibles en la tradición oral. En nuestro caso, los barbacoeros utilizaron semejantes aparatos fijos en sus coplas, unos, de forma creativa e ingeniosa: “A quién le contaré yo / lo que a mí me está pasando, / se lo diré a la tierra, ¡ay! / cuando me estén enterrando”: Carnavá; otros, mediocres: “Al carro de la Coalición / se le pincharon las gomas, / yo no voto por Peynado / porque tiene tres coronas”: anónimo; otros tantos, burdos y groseros, por el contenido de los versos: “Dicen los hijos de Viejo / yo no fumo cigarrillo / mi papá dejó a Che Blanco / comiendo por las venas del f. . .o”: anónimo.

Como se advierte supra, es el contenido que se lleva a la copla y otras formas literarias lo que cuenta. En el caso de los versos de Carnavá, estamos frente a la única figura trágica en la épica regional de la literatura dominicana que tiene que habérselas con las circunstancias de su muerte; en la que sigue inmediatamente después, el coplista anónimo no evita dejarse arrastrar por la rima en el cuarto verso, sin hacer reparo en si es verdad o mentira lo en él expresado, o sea, las tres coronas de Peynado cual si fuese rey; y en la última copla, el coplero (o copleros anónimos) se entrega a su imaginación sadista y desbordada de ver a un semejante (Che Blanco o Che Blan, según el historiador Rafael Pérez y Pérez) sufrir hasta el paroxismo por destacar la valentía de un minusválido compueblano suyo (Viejo El Mocho) ante aquel rival de otra aldea cercana que se había burlado de su defecto físico en una gallera de Neiba en épocas de la montonera.

Leo Theuwissen, casitas del Salado de Neiba de finales de los años ’60.

Es justamente en ese contexto que nos proponemos dar a conocer con nuestro estudio la figura de Heriberto Pérez Cuevas, alias Negro Pérez. Viene al caso destacar la labor de compilación de episodios barbacoeros que ha publicado el investigador Rafael Herasme Acosta. Gracias a sus aportes de carácter documental podemos desarrollar el estudio que ahora hacemos. Ahora bien, nos valdremos de datos de su libro, Cerros ensangrentados (2003), estrictamente en su valor desnudo, igual que el contenido de las coplas y otras composiciones de los villajaragüenses de antaño, de cuya obra costumbrista solo daremos el número de páginas. Con nuestra lectura de sus coplas en este punto del tiempo buscamos liberar nuevos sentidos en nuestra cultura oral, con la esperanza, no importa si remota, de que otros estudiosos puedan continuar con el trabajo en aras de mantener vivos en la memoria nuestra literatura antigua de tradición oral.

Negro Pérez es un coplero que, visto su sentido del ritmo y la rima, su composición aceptable de versos, su manejo de las fórmulas, sobre todo, su persistencia en desarrollar el tema que escoge, entendemos que tiene derecho a que figure propiamente como otro de los poetas locales conocidos de la antigua Barbacoas. Demuestra cierto arte de componer versos en respuesta al rechazo de que fue objeto por parte de una familia tradicional barbacoera reconocida por su clasismo, es decir, la de los Ferreras. Tan solo los cuatro versos de una copla bastaron y sobraron para que el poeta vaciase sus dolores y sus penas de hombre menospreciado por asuntos de clase. De nada valieron sus avances y cortejos para ganar la mano de Dominicana (Pilar), hija de Aristil Ferreras y Silveria Batista (Bella). Negro Pérez nos canta: “Corre, corre, Nube Negra [su caballo] / que algún día descansarás, / que el amor de Pilar Bella / a mí me hace llorar”. (159) Otras coplas varias siguen en el mismo tono. La siguiente y otras similares dejan entrever el empeño del poeta local por desafiar el menosprecio de los padres de su pretendida, aunque el concepto que tenga de ellos, quizás por orgullo o por despecho, no sea uno de los más favorables: “Silveria sí que está brava / Aristil está mucho más, / me voy a llevar a Pilar / pá ver a esos locos sudar”. (158)

El coplero le propone a Aristil ser suegro suyo en los términos que entiende responde a su noción del valor de las cosas. Es de esa suerte que le hace saber: “Nube Negra está vendido / por dos centavos en Los Ríos, / para dar vino a Aristil / por si quiere ser suegro mío”. (Ibid.) El coplero continúa en su lucha de amor pasional, esta vez en contra de Bella. Los siguientes versos denotan la tensión que se da entre esta y Negro Pérez por conquistar el amor de la chica: “Lo dice Negro Pérez / pa´ná la agacha, Silveria, / tú la llevas a Cerro al Medio / y allá la encuentra Nube Negra”. (157) A lo que Bella le responde de un modo denigrante en una copla bien compuesta, de tal suerte, que la dama no deja de reflejar sus prejuicios de clase y la herida que propina al amor propio de Negro Pérez como hombre: “Díganle a Negro Pérez / que cuidado si a él le cree, / que los hombres son muchachos / y Aristil Ferreras es Papalé [este último, tío y padre de crianza de N. P.]. (158) Sin embargo, lo que el pretendiente al parecer pierde totalmente de vista es que el mayor obstáculo a vencer no es ni Aristil ni Bella, sino la misma Pilar, la cual rehúsa su declaración de amor.

Oneida Ferreras Batista, hermana de Pilar Bella.

Y no es que Negro Pérez no haya podido “ser hombre de traje y corbata”, al decir de una expresión de aquel entonces al referirse al hombre de sociedad, sino que pudo evitar moverse a ese nivel por la experiencia traumatizante que habría tenido de perder a su padre en esa comunidad, lo cual indica que el difunto pudo haber sido un hombre de cierto estatus social. Como nos dice el propio coplero: “Negro Pérez no entra en club / ni en ninguna sociedad, / ¡Oh!, ¿y es que Negro Pérez no sabe / dónde murió su papá?”. (158) Cabe reparar en el detalle que establece que Negro Pérez no dice cómo murió su padre, sino dónde. Una de dos: de haber sido deshonrosamente, Bella no habría escatimado ni un segundo en habérselo echado en cara al enamorado, o, tan decepcionante fue para el finado su experiencia de haber hecho trato con otros, que encontró la muerte. Sea como sea, lo que sí cuenta aquí es que hay un coplero al que hay que reivindicar, a juzgar por el legado de sus versos.

Leo Theuwissen, Pie de la Loma, Villa Jaragua, a finales de los años ’60.

En el grueso de las coplas de Negro Pérez subyace la imagen del caballo como símbolo de poder económico, el cual pudo ser determinante en un tiempo en que no era dable a la mayoría de los hombres tenerlo, pero que no fue suficiente para él poder acceder a la mano de la hermosa Pilar Bella. Su alegada falta de solvencia económica, le habría ganado la batalla finalmente a nuestro coplero. La doncella, termina en los brazos de otro pretendiente de prestancia social de la época.  Una vez se da cuenta de la verdad final, el enamorado, derrotado, toma las cosas con su sal, cuando frente a una nueva doncella de la que se enamora, se expresa en este tono: “Lo dice Negro Pérez / y lo dice con orgullo, / si Pilar ya no me quiere / mi amor puede ser tuyo”. (161)

Vale resaltar que el caballo, el toro, y en mayor medida, el gallo, fueron también símbolos de poder con los que el hombre dominicano de otras épocas se identificaba psicológicamente. Acusaban un valor sociológico. Ya no se llamaba a sí mismo de tal o cual manera, mas el gallo tal, o el toro tal, o el caballo tal, y demás. Nube Negra, como se sabe, hace las veces de apoyo psicológico a Negro Pérez en sus andanzas amatorias. En ese mismo orden, es muy conocido el número de coplas atribuidas a Elías Ferreras   (a buen seguro, de la autoría de su hermano Sinercio, que tuvo muy buen sentido de la rima y el ritmo en coplas suyas) con que se dirige a sí mismo como el gallito de Fidelia, en contraposición con el gallito de Teresa, o el gallito de Tenena, o el gallito de La Yesa, o el toro prieto (estos últimos cuatro motes usados por el hijo de Nanana para referirse a Chago Janí), a quien él matase en los patios de Bartolina en venganza por la muerte de su padre, Manuel de Js. Ferreras, alias Cucuey, este, en otros tiempos, un héroe en los combates cuerpo a cuerpo que se libraron en la comarca en los que resultó victorioso. En otras palabras, pareja condición antropológica de ellos identificarse en su fuerza, agresividad e inteligencia con las de los animales también se verifica en los versos de antaño.

En suma, a causa del rechazo a su amor pasional por Pilar Bella y sus padres, dedicó Negro Pérez las más de sus coplas. No se salió del tema en la veintena de ellas; ora por razones de discriminación social, ora por insolvencia económica, ora por ambas, enfiló el poeta el cañón de sus versos. A pesar de que en una que otra copla, o en uno que otro verso, a veces pierde el sentido estético y de la rima, tal cual sucede también a los antiguos poetas barbacoeros del “canon”, a excepción de Emiliano Díaz, la mayor parte de los versos de Negro Pérez se salva, suficiente, para que le reconozcamos su derecho a figurar como otro más de nuestros poetas locales del ayer romántico y liberal de la otrora Barbacoas.