Porque se cree que no tiene
“el negro tras de la oreja”
Juan Antonio Alix
A Juan Reyes, oriundo de un batey de La Romana, la Dirección General de Migración se lo llevó porque su tez oscura hizo pensar a los agentes que era haitiano. La historia de Juan se ha vuelto recurrente en los últimos días: dominicanos “confundidos” con migrantes haitianos por su color de piel. En la República Dominicana, ser afrodescendiente siempre ha generado conflictos, especialmente porque, dentro de la narrativa nacional, los haitianos son vistos como "nuestros enemigos naturales". Haití, la primera república negra del mundo, de quien nos independizamos en 1844, ha sido el foco de una narrativa antihaitiana que ha llevado a menospreciar y rechazar nuestra propia herencia afrodescendiente.
Este rechazo hacia nuestra afrodescendencia ha creado una tensión que trasciende las políticas públicas y penetra profundamente en la psique de las y los dominicanos no blancos. Como señala Franz Fanon en su obra Piel negra, máscaras blancas, muchos buscan ser como los blancos, demostrarles la riqueza de sus pensamientos y capacidades, lo que genera una carrera irracional por alejarse de lo negro. Esto ha llevado a una disociación identitaria y cultural que afecta a un pueblo caracterizado por su mestizaje. Paradójicamente, dentro de esa mezcla, la única herencia negada, perseguida e invisibilizada es la afrodescendiente.
Según el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, la cultura "pauta significados", depende de la colectividad, es heterogénea y cambiante. En otras palabras, la cultura organiza el sentido compartido, se interioriza en los individuos y se expresa en formas simbólicas dentro de contextos específicos. Por su parte, el Diccionario de la Lengua Española define cultura como el conjunto de modos de vida, costumbres, conocimientos y desarrollo artístico, científico o industrial de una época o grupo social. Así, podemos afirmar que la cultura incluye tanto lo visible como lo invisibilizado de una colectividad, como el gagá, una manifestación cultural ancestral vinculada a las raíces afro de la dominicanidad. La cultura, por tanto, define la identidad.
La identidad es un principio de alteridad, lo que significa que se construye en relación con el otro. Como individuos, construimos una identidad que nos diferencia de los demás; pero, desde lo colectivo, la identidad también puede formarse a partir de un lugar de nacimiento o una nación. En República Dominicana, la identidad nacional ha sido institucionalizada desde la dictadura de Trujillo en oposición a la haitiana. Esto ha llevado a una negación de lo negro, un elemento central de la identidad haitiana. Sin embargo, la negritud y la ancestralidad afro no han sido completamente erradicadas. Siguen presentes en prácticas culturales consideradas "folclóricas", como la gastronomía, la religiosidad popular, la música… toda nuestra composición cultural está indiscutiblemente ligado a nuestra herencia africana, aunque no se quiera reconocer.
El concepto de folclore ha evolucionado con el tiempo. En el siglo XVIII, William Thoms lo definió como el estudio de las antigüedades; más tarde, en los años 40, Alfredo Poviña lo describió como el saber popular propio de una colectividad. Actualmente, se entiende como la resignificación de un pasado en un contexto específico. Así, el folclore, como permanencia de saberes colectivos, es también parte de la cultura.
En el caso dominicano, las expresiones folclóricas afrodescendientes suelen ser discriminadas y marginadas. Un ejemplo de ello es la Cofradía de los Congos de Villa Mella, declarada Patrimonio Cultural Inmaterial por la UNESCO en 2008 debido al riesgo de desaparición. A pesar de este reconocimiento, la cofradía aún enfrenta estigmas sociales y precariedad económica. Esta marginalización, reforzada por la narrativa nacional antihaitiana, invisibiliza no solo el color de piel sino también la herencia cultural afrodescendiente en República Dominicana. Por ejemplo, el mangú y el mofongo tienen una conexión directa con el fufú africano, pero esto rara vez se enseña o reconoce.
Esta discriminación intencional provoca un distanciamiento de valores y expresiones culturales inherentes a nuestra colectividad, lo que alimenta la disociación identitaria. Afortunadamente, la cultura no es un repertorio homogéneo ni estático; es dinámica y cambiante. Existen “zonas de estabilidad y persistencia” junto a “zonas de movilidad y cambio” (UNAM). Por ello, es posible imaginar un futuro donde el rechazo a lo afro en nuestra identidad dominicana se transforme en aceptación y orgullo. Solo entonces podremos abrazar plenamente a esos ancestros que no solo están detrás de la oreja.