Disfruté mucho hace poco viendo en el cine a Indiana Jones 5. Una de las escenas más interesantes de la película es cuando el adolescente Teddy se roba un avión y hace de piloto sin haber pilotado ninguno antes.
En la vida real, tal situación desembocaría muy probablemente en tragedias como la del vuelo 593 de Aeroflot, en donde un Airbus A310 se estrelló en Rusia el 23 de marzo de 1994, cuando el hijo de quince años del piloto, Eldar Kudrinsky, autorizado por su padre, se puso al frente del avión y lo estrelló tras desconectar sin saberlo el control del piloto automático, perdiendo la vida todos los 75 pasajeros más los tripulantes de la nave.
El padre de Eldar se puede definir como un necio, es decir, alguien que opta por ignorar los riesgos de sus acciones, actuando imprudentemente. Necio también era Stockton Rush, fundador y director ejecutivo de OceanGate, la empresa dueña y promotora de Titan, el sumergible que recientemente implosionó antes de llegar sus hoy fallecidos tripulantes a ver los restos del Titanic.
Rush, a pesar de las múltiples advertencias de reconocidos expertos acerca de la seguridad de su nave experimental, en su prisa -que hace honor a su nombre- y con tal de ser recordado como un “innovador” -o “disruptor” al estilo Elon Musk-, prefirió lamentablemente romper las probadas reglas del oficio, hacer caso omiso de las repetidas advertencias de los expertos y poner a operar un estrafalario sumergible que sucumbió al igual que el Titanic -y como bien recordaba el cineasta James Cameron- con un “capitán que fue advertido repetidamente sobre la presencia de hielo delante de su barco y, sin embargo, se dirigió a toda velocidad hacia una zona helada”.
Desde la Antigüedad, se sabe que la necedad es una enfermedad. Por demás “incurable” (Antoine De Saint-Exupéry). Peor aún, “es la más extraña de las enfermedades: el enfermo nunca sufre, los que de verdad la padecen son los demás” (Paul Henri Spaak). El necio no es necesariamente un ignorante sino un ser humano que escoge ignorar los conocimientos. Podría decirse que es un tonto, pero con iniciativa. Con el agravante de que insiste en sus necedades, es incansable, no aprende de sus errores y no hace caso a nadie.
La Biblia, el mejor manual anti necios, lo expresa mejor: “Como vuelve el perro a su vómito, así el necio insiste en su necedad” (Proverbios 26:11). “No hables a oídos del necio, porque menospreciará la prudencia de tus razones” (Proverbios 23:9).
Políticamente, los necios podrían dividirse, siguiendo la tipología de Daniel Innerarity, en dos bandos: los populistas antitecnológicos y conspiranoicos, que sospechan de la ciencia, y los populistas epistémicos, que abogan por la antipolítica tecnocrática, vale decir, por la disolución de la política “en los datos, las cifras, las evidencias científicas y el saber experto”.
En todo caso, al necio, por testarudo, nadie lo convence de su error y del mal que ocasiona, pues, tal como afirma Dietrich Bonhoeffer, “el necio deja de creer sencillamente en los hechos que contradicen su prejuicio”. Por eso hay que cuidarse más del necio -y su necedad- que del malo. Y principalmente del necio inteligente pues, como proclamaba Francois de La Rochefoucauld, “no hay necios más insoportables que aquellos que tienen algún talento”.