«Pero la cultura de consumo suena mucho, como el tambor, porque está vacía; y a la hora de la verdad, cuando el estrépito cesa y se acaba la fiesta, el borracho despierta, solo, acompañado por su sombra y por los platos rotos que debe pagar». Eduardo Galeano

Los cristianos, apostólicos romanos, cristianos ortodoxos o protestantes, todos ellos, sin ninguna excepción a las reglas, y, en cualquiera de sus denominaciones, son responsables de casi toda la ignorancia sembrada en el hombre promedio para provecho de los políticos, los ricos y la fe incuestionable. Centenares de leyendas, mitos y relatos introducidos a fuerza de latigazos, encarcelamientos y asesinatos con el firme propósito de adocenar y condenar a los incautos a una vida sujeta a los vicios de la codicia y el poder hegemónico.

La navidad o la natividad de quien a juicio o conveniencia de los antemencionados, vino a redimir a los justos y los pecadores, impuesta por ley en un imperio en decadencia y un emperador en ruinas, es en realidad la extensión cultural y temporal de los Saturnales, festival pagano que representaba el solsticio de invierno y honraba al dios Saturno en la antigua Roma. Y, ha derivado en la época más expresiva y demostrativa de las múltiples desigualdades entre los que dicen llamarse “hijos de Dios”. Donde el más débil se endeuda hasta los tuétanos para engordar las arcas de su Verdugo, mucho más fuerte.

El poder siempre ha vertido su rabia sobre la debilidad material del desprovisto de oportunidades y ha sabido mantener esclavizado al hijo de las desventuras, producido y replicado en todas partes donde el inquisidor pisó tierra, destruyendo creencias y obligando al hombre libre a profesar un credo, que además de ridículo e innecesario, carece de fundamentos históricos y de prácticas honestas. No se equivocó Serrat al decir que han vivido “Vendiendo gato por liebre a costa de un credo que fabrica platos rotos. Que acabas pagando tú”.

Los pobres son la herramienta fundamental de un mercado vestido de oveja, disfraz en el que esconde al dragón que calcina las esperanzas marchitas de gente obligada consumir su propio sudor con mecanismos novedosos de persuasión mercadotécnica, sin ningún retorno que no sea, la dopamina de hacernos pensar que la vanidad es lo que le da valor a la vida de los simples mortales. Este sistema abusivo, consumista y capitalista prolonga la desgracia humana y arroja a un pozo profundo donde los depauperados, sumergidos en la histeria colectiva rimbombante, se abrazan a la miseria fabricada por el statu-quo de hoy, de ayer y de siempre.

El consumo mide, en esencia la posibilidad y la debilidad de acceder a productos y bienes bombardeados por el mercado a gente que no los necesita, desarrollando abstinencia a la compra de efectos de poca utilidad con la estratégica justificación de que, con ello, llenaremos los vacíos históricos que la iglesia y sus socios nos provocaron en nombre de Dios.  Engañoso, voraz, como las mentiras con qula manipulan al desesperado y pernicioso para quién sirve de experimento del flujo divino de la mercancía.

Lo que ellos llaman con el único propósito de desangrar los bolsillos de sus esclavos -Navidad- no es otra cosa que la causa de la resaca de todo un año de pobreza creciente y sin posibilidad de cambio. Bien lo expresa con tanto genio Galeano que cuando acaba. «El borracho despierta, solo, acompañado por su sombra y por los platos rotos que debe pagar». Los que han pagado desde que a alguien se le ocurrió que la fe, el poder y el consumo, suprimen, obligan y envilecen a los hijos del hombre marginados en este y aquellos tiempos.