La narcocultura va mucho más allá del tráfico de drogas, y el cuerpo femenino es uno de los tantos medios por los que deja su impronta, un gusto marcado por lo grande, lo grotesco, lo ostentoso. En síntesis, la «obstinación de la abundancia, el gran volumen, la ostentación de los objetos (…)»[1].

Una práctica común en México entre mujeres jóvenes, incluso menores de edad, es aceptar dinero del cártel para pagar cirugías a cambio de sexo y compañía, porque quieren entrar a ese mercado que les ofrece placeres y lujo. Muchas veces, la salida de la pobreza.

La mujer voluptuosa es la insignia de todo narco. La buchona, a buen decir mexicano, es la prueba de que se ha alcanzado cierto éxito, y requisito indispensable a la hora de alardear hombría. Cinturas milimétricas, bocas y senos protuberantes, y nalgas insufladas con biopolímeros, se convierten en la estampa de una violencia (auto)infligida que pasa desapercibida en una sociedad enferma de banalidad sin sentido.

Digo que es violencia porque se trata de un imperativo casi nunca vinculado a un deseo consciente y que tiene consecuencias físicas y emocionales. No estoy en contra de las cirugías estéticas pero transformar tu cuerpo solo para satisfacer las fantasías de otro no es empoderante.

Ahora bien, adoptar dicho canon de belleza, que no es nuevo (¿Jessica Rabbit?), te puede dar beneficios lo suficientemente atractivos si sabes sacarles provecho a tus “atributos” (la chapiadora dominicana lo ha aprendido bien, y no lo digo para nada con intención despectiva).

Al menos, en el caso de las buchonas, obtienen seguridad de sus narco-padrinos, aunque mientras dure, pues el crimen organizado también se ensaña contra las mujeres. El cártel no lo piensa si tiene que tomar venganza contra alguna que haya engañado, o que haya dado la mínima señal de deslealtad, o tan solo para enviar sus mensajes.

Ver cuerpos quemados, desmembrados, o torturados, no es extraño en lugares donde la violencia impera. Ahí están las víctimas de Juárez, ciudad en la que han asesinado a más de 2,000 mujeres en las últimas décadas, y donde cientos continúan desaparecidas.

Si bien tenemos la libertad de perseguir nuestras satisfacciones por las vías que nos plazcan, existen unas que nos harán pagar un precio demasiado alto.

Entre los jóvenes de la región, la mirada aspiracional es hacia “el narco, tener dinero”. Aunque la vida dure 20 o 25 años, la quieren vivir bien. No hay otra esperanza[2].

[1] https://nuso.org/articulo/narcoestetica-y-narcocultura-en-narcolombia/

 

[2] https://www.jornada.com.mx/notas/2021/05/08/cultura/la-cercania-de-las-buchonas-con-la-muerte-las-hace-conscientes-de-como-quieren-vivir-mayra-martell/