Como el resto de los niños, Narciso Isa Conde llevaba una sillita de guano al sencillo “prekínder” pueblerino. Sentados aprendíamos a leer de mano de doña Luisin, maestra de singular paciencia. Su hermano Tony también asistía. Ellos vivieron largas temporadas en Puerto Plata junto a sus familiares. Desde entonces, siento simpatía y afecto por ambos. Pero hoy me interesa Narciso, pues me ha puesto a pensar de otra manera sobre el problema haitiano.
Volví a encontrármelo en la UASD estudiando medicina. Como estudiante, hizo gala de bonhomía, brillantes, dedicación y afabilidad. Sorprendió a sus compañeros cuando abandonó los estudios para dedicarse al activismo político. Le augurábamos una exitosa carrera. Pero optó por las causas sociales y, junto a su hermano Tony, militó y escaló liderazgos importantes en las organizaciones de izquierda. El tiempo y las circunstancias nos alejaron, quedando nostalgias del pasado y respeto.
Compártanse o no las ideas del histórico líder comunista -que para algunos predica inútilmente en un país carente de ideales y de políticos trascendentes- él sigue siendo un hombre de inteligencia impecable, coherente, y de una verticalidad de principios que pocos pueden exhibir. Quizá sea el político mejor informado sobre usos y abusos del “Imperio Norteamericano”; a quien considera el peor enemigo de occidente. A esa potencia, sin pensárselo dos veces, le saca trapos sucios y señala culpas.
Escribo la anterior presentación del infatigable revolucionario porque hace pocos días, al ser entrevistado en un canal de You Tube, me agitaron el pensamiento sus deducciones y teorías sobre el problema haitiano: un enfoque diferente, lejos de lo habitual. Invito a quienes se preocupan por la tragedia del vecino a escuchar esa entrevista.
Ni tengo información, ni la competencia necesaria, para pasar juicio preciso sobre lo que allí afirmó; sin embargo, puedo asegurar que ofreció datos y razonamientos dentro de una lógica atendible. No dijo nada que no hubiese sucedido con antelación a los pueblos sometidos por algún imperio, desde el persa hasta el yanki pasando por el portugués y el resto. Tampoco narró algo parecido a historietas de ciencia ficción, o que fuera imposible de suceder bajo la hegemonía norteamericana o rusa.
Por ejemplo, es llamativa la mención que hace Isa Conde de los múltiples contratos mineros firmados con compañías del norte, al estilo de las peores explotaciones mineras africanas. También, dio un giro novedoso al dominio de las bandas y al intento del sociópata Guy Phillipe de hacerse con el poder en Puerto Príncipe.
Para él, todo aquello no es más que un caos provocado que en apariencia beneficia a los bandidos, al narcotráfico y a unos cuantos empresarios; pero que en la realidad, argumenta Narciso, es un diseño imperial a largo plazo, procurando el control absoluto de las riquezas y el poder de toda la isla.
Puede que lo que ocurre en Haití se ajuste a las teorías del indoblegable izquierdista; pero pudiera ser que ande desfasado imaginándose conspiraciones capitalistas. De todas maneras, sus ideas son atendibles y no deben darse de lado por prejuicios doctrinarios o temor a nuestros aliados. Debatir sobre ellas, quizás ayude a despejar incógnitas del peligroso desorden que presiona nuestra frontera.
Quién sabe si aquel que aprendió a leer en sillita de guano y dedica una larga vida a defender sus ideales, tenga en sus manos unas cuantas piezas del rompecabezas haitiano. Quién sabe…