Muy a menudo la evolución de la humanidad se mide en términos de progresos físicos. Somos capaces de identificar mejoras materiales como la disminución de la mortalidad infantil, el aumento de las expectativas de vida y de los porcentajes de alfabetización en prácticamente cualquier lugar del mundo. De vez en cuando, podemos apreciar curadurías específicamente diseñadas para demostrar el progreso en ciertas áreas de gestión humana. Tal es el caso del Museo de los Derechos Civiles, construido en parte sobre las instalaciones del Hotel Lorraine, donde fue asesinado hace casi sesenta años el reverendo Martin Luther King, Jr.
Si bien la esclavitud fue abolida legalmente en 1863, gracias a un presidente republicano que veía como la eliminación de este tipo de régimen como la defensa de los mejores intereses de todos los ciudadanos, fue sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, casi cien años después, donde se vio una mayor involucración de la ciudadanía civil en la búsqueda de la mejor materialización de este objetivo. La participación del reverendo King fue decisiva en la movilización de las personas con este objetivo. El museo erigido en Memphis le hace honor a ese legado y provoca una fuerte demostración de cuán necesaria fue esa estrategia.
En la primera sala hay una réplica de la parte de un barco transportador de esclavos donde se apiñaban los hombres a los que les tocaba remar. Los visitantes pueden sentarse en el último lugar de la fila y experimentar, sin los olores, ni los grilletes, lo incómodo de la situación. Luego, la visita por las instalaciones incluye ambientaciones alusivas a las plantaciones y los sistemas de segregación vigentes por más de trescientos años. En un recorrido de más de dos horas también se aprecian muchas de las maneras de lucha de la década de los sesenta: actividades de proselitismo destinadas a los carceleros, la resistencia pasiva en las cafeterías (“sit-ins”), las huelgas, las demostraciones (y confrontaciones) por el derecho al voto, las marchas por la dignidad, como la denominada “I am a man” –soy un hombre- para combatir la tendencia a utilizar la apelación de “boy” –niño- o de “uncle”-tío- vigente hasta los setenta. También, por supuesto, la marcha por empleo donde pronunció el famosísimo “Tengo un sueño” (justo 100 años después de la abolición de la esclavitud) y aquella donde pronunció su último discurso: “He visto la tierra prometida”.
Asuntos que quedan muy bien retratados en este espacio fueron la lenta batalla legal por la integración en las aulas y el sentido de compromiso a largo plazo que tenían muchos abogados y activistas, conscientes de que podían perder algunos juicios específicos, pero que su objetivo final era lograr una decisión de la Suprema Corte de Justicia que abarcara todos los estados.
El museo logra demostrar la pertinencia de la actitud de lucha. Pacífica, pero lucha al fin y al cabo. Esta visión es hermosamente complementada por una iniciativa puesta en marcha en la ciudad de Atlanta por sugerencias de Coreta Scott viuda King. Ambos espacios merecen ser visitados.