Vivimos no solo una crisis de pensamientos sino de imaginación; nos hemos eclipsado con relación a lo que es reflexionar y cuestionar. Rehuimos a la modernidad como lugar privilegiado donde brota la crítica, la razón de construir saberes y nos aferramos a la modernización como proceso de vida consumista y sin escrúpulo social, vivimos más en la Realpolitik que la política con visión filosófica. Se piensa que el rostro del progreso es indefinido y sin comprender los límites planetarios que se mueven entre la pandemia, la guerra y ciberguerra.

Hay que pensar la política desde premisas filosóficas, éticas, ideológicas y cibernéticas, repensar el progreso en el plano de la moderación y el desarrollo articulado con los conceptos de sostenibilidad, de felicidad moderada y de justicia social, sin exclusión del otro y sin marca corporativa.

El pensar desde una filosofía política es comprender que el progreso nos ha construido un mundo virtual, de redes ciberespaciales y de inteligencia artificial para el bien humano, especial para los discapacitados y envejeciente; además, que nos asoma a la revolución 4.0 y a otras maravillas que ha producido el cibermundo.  Sin embargo, también nos ha producido pesadillas con la llegada del fin de la privacidad y la entrada en escena de la guerra la cibernética y sus diversas modalidades de ciberataques.

De ahí, que cuando filosofamos en estos tiempos sobre la política entramos en la ciberpolítica, en el ámbito del cibermundo, de redes sociales de poder cibernético y del ciberespacio, que se articula con el mundo social como un híbrido planetario, donde el progreso se ha enredado en vueltas y revueltas, entre profundas desigualdades sociales y virtuales, retrocediendo a cosas que parecían olvidadas; hoy han vuelto a resurgir la desglobalización de lo real, sin el abandono de la globalización de lo virtual y lo terrible de todo: la amenaza de una tercera guerra mundial, ya que el “iluminado” Vladímir Putin,  considera que Ucrania es una ficción, no una nación  y que ese territorio pertenece a la  Federación de Rusia. ​

De este híbrido planetario  brotan llamas que van desde Oriente Medio: Palestina – Israel –  Irán, Yemen- Afganistán y los movimientos yihadistas y Al-Qaeda que luchan contra varios estados africanos hasta Occidente, con Ucrania y la amenaza nuclear de  Rusia – OTAN, de manera puntual con los Estados Unidos de América que va dando giro hacia Asia:  Taiwán- China- Corea Norte- Sur, sin dejar a un lado la debacle haitiana, que es Tierra de nadie, donde predominan redes de zonas grises: mafias y grupos armados.

Hoy es bien sabido que los Estados Unidos de América viven en un deterioro de sus instituciones políticas. Los norteamericanos otrora ejemplo de prácticas democráticas en su interior mientras que, hacia afuera, en otros países las violentaban, han entrado en una profunda crisis en su fuero de impredecible consecuencia.  Esto tiene mucho que ver con la vuelta hacia atrás, de los delirios religiosos, racistas, ultranacionalistas de un sector de la sociedad americana liderada por el expresidente Donald Trump, y que se evidenció con el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021.

No se puede comprender los acontecimientos del mundo sin el cibermundo, de la política sin la ciber ciberpolítica. Hemos pasado de un tiempo prepandémico de virtualidad lenta a uno desequilibrado, de velocidad acelerada y desbocada, como resultado de la pandemia, de la guerra y ciberguerra, que han estado librando Rusia y Ucrania, en un contexto cargado de riesgo nuclear, dado la proliferación de centrales nucleares activas en el terreno del conflicto (Ucrania), de manera puntual en la central de Zaporiyia.

Desde la intervención rusa a Ucrania en febrero 2022, ha pasado más de medio año, sin que haya una brecha, una frágil búsqueda de paz, que pare este conflicto bélico.  Todo lo contrario, hay un malestar que se va agitando por el impacto de esta contienda y que agrieta la seguridad alimentaria de los países.  Esta grieta se profundiza por el cambio climático planetario, que se mueve entre países con diluvios o copiosas lluvias en medio de tormentas y huracane agitados, que generan grandes inundaciones y otros que viven en sequía de larga duración.

En Europa, los Estados Unidos y Asia, viven más pendientes de la amenaza nuclear de Rusia, que de cualquier otro problema internacional. En su agenda política está ausente la catástrofe haitiana que se encuentra hipertransida  y minadas de redes de zonas grises (Merejo, 2015), lo que legitima el concepto de Estado fallido hasta el punto de que la nación dominicana vive en la incertidumbre de que su convivencia social y pacífica se pueda resquebrajar ante las  inmigraciones masivas y abruptas de haitianos al territorio dominicano. Esto puede ser posible y real, lo que no se vislumbra por el momento es que la comunidad internacional asuma su responsabilidad política ante el panorama gris que vive Haití, aun sabiendo esta comunidad que los dominicanos estamos buscando forjar nuestro destino con muchas dificultades en medio de un panorama global repleto de amenazas: alimentaria, energética, salud (pandemia) y climática.

En esta isla de 75 mil kilómetros cuadrados, habitada por dominicanos y haitianos, la diferencia se encuentra en un conjunto de valores culturales, morales, lingüísticos y de destino. Es una diferencia en el modo de ser, encuentros y desencuentros, que no es racial, sino cultural. Los dominicanos nos somos racistas ante los haitianos sino diferentes y eso es parte de nuestra vida, de nuestra historia, de una filosofía del ser dominicano en estos tiempos transidos y cibernéticos.

Hay que reconocer que vivimos entre el hundimiento de la paz global y la búsqueda de esta, aunque sea precaria, entre el abismo y el desconcierto por la escalada de una posible guerra y ciberguerra mundial y la esperanza de que esto no suceda.

Aunque sí podemos hacer un diagnóstico del presente, no por eso podemos presagiar el futuro, ya que el conocimiento filosófico tecnocientífico y complejo no parte de una pitonisa, sino de datos e información que se producen en los días que trascurren y son los que el sujeto investigador transforma en conocimientos críticos y no repetitivos.  Es por eso, que la fuente de información tiene que ser procesada, analizada para no caer en una posverdad, que tanto daño ha producido en estos tiempos.

Nadie puede predecir qué sucederá, no hay una Casandra para tiempos transidos y cibernéticos. Por lo que se hace imprescindible a nivel planetario, la lucha por la cohesión de los valores sociales y virtuales como la solidaridad, la honestidad, la paz mundial, democracia, la justicia, la trasparencia y la pulcritud.  Esta cohesión de valores se fragua en el trajín de vida que se mueve en la triada trabajo- placer y consumo.

Los mejores gobernantes para estos tiempos son los que, desde el Estado, arruinen la visión neoliberal que tiene como misión abandonar a sus ciudadanos a los vaivenes del mercado y no los protegen contra los diversos males sociales de estos tiempos: la desigualdad, la pobreza, la violencia y la impunidad ante la corrupción y la crisis de la democracia y sus institucionales, políticas y financieras.