Parece mentira que en un mundo plagado de “redes sociales” las personas se sientan tan solas. Y así es. Y más que mentira, luce contradictorio que en una época donde las personas cuentan con varias herramientas de contacto con otros, la soledad es el pan del día a día.

¿Cómo explicar tal situación si tengo mayor facilidad para el contacto con personas conocidas y no conocidas directamente? ¿Acaso no es una manera de vida social útil mantenerme activo en las redes sociales?

Como esas hay muchas otras preguntas que pudiéramos hacernos y buscar posibles respuestas a las mismas. Efectivamente los medios de comunicación y las tecnologías de la información han ampliado el espectro de relaciones traspasando fronteras. Prescindimos de los costos de llamadas telefónicas, la larga espera de que una carta llegue a su destinatario y, aún más, no tengo que gastar el dinero que me cuesta un boleto aéreo, para ponerme en contacto con personas conocidas o no.

Esa es una realidad nueva. Sin embargo, resulta un contrasentido que con el desarrollo de las redes sociales las vivencias de soledad hayan también aumentado. Según la OMS (Organización Mundial de la Salud) el problema tecnológico desde el 2014 se ha constituido en un problema de salud pública a nivel global.

Efectivamente, la Organización Mundial de la Salud considera que la sensación de sentirse solo es cada vez más persistente en muchas personas en la sociedad, y ello, a pesar del incremento en el uso de las redes sociales. La cuestión es tan importante que el organismo mundial de la salud ha creado una comisión especial.

Uno de los especialistas de esta comisión el dr. Vivek Murthy ha señalado lo siguiente: “Ahora sabemos que la soledad es un sentimiento común que experimentan muchas personas. Es como el hambre o la sed. Es una sensación que nos envía el cuerpo cuando nos falta algo que necesitamos para sobrevivir”.

Son “millones de personas en Estados Unidos que están luchando en las sombras y eso no está bien. Es por eso que emití este aviso para abrir el telón a una lucha que están experimentando demasiadas personas”.

Sin ser la razón primigenia del problema, definitivamente que la encerrona sufrido como consecuencias del COVID-19, ha contribuido a hacer más contundente el problema. El largo proceso de aislamiento a que nos vimos enfrentados, no solo que generó la pérdida de hábitos sociales indispensables, como la higiene, por ejemplo, sino que disparó los casos de depresión.

En pleno proceso del confinamiento por la pandemia dediqué varias horas a reflexionar con los estudiantes sobre los efectos que ellos estaban experimentando a propósito. La pérdida de hábitos de higiene, era tan solo uno de ellos, como también el aburrimiento y el incremento de la ansiedad y la irritación.

“Quiero juntarme con mis compañeros y compañeras” decían; “¿Hasta cuándo vamos a estar encerrados?”. “Quiero ir a la universidad y caminar y entrar a las aulas, abrazar y saludar a los y las panas”. “Profesor, nos estamos volviendo locos entre estas cuatro paredes”.

La soledad, en sentido general, no es una característica anhelada por los seres humanos, aunque en ocasiones tenga un valor importante estar solo, pero sobre todo por decisión propia y por determinado propósito. La soledad impuesta y sin control es agotadora. (Ver OMS declara la soledad como un “problema de salud pública mundial” (vozdeamerica.com)

Y es que el tema no tiene predilección por edad. El mismo organismo internacional hacia el 2021 señaló que “en el mundo, uno de cada siete jóvenes de 10 a 19 años padece de algún trastorno mental, un tipo de trastorno que supone el 13% de la carga mundial de morbilidad en ese grupo etario”. (Salud mental del adolescente (who.int). Si nos pareciera poca cosa, “el suicidio es la cuarta causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años”, según el mismo organismo.

Según señala el informe de la OMS, “son muchos los factores que afectan a la salud mental”; y, por supuesto, “cuantos más sean los factores de riesgos a los que están expuestos los adolescentes, mayores serán los efectos que puedan tener para su salud mental”. La OMS señala entre estos factores los siguientes: “exposición a la adversidad, la presión social de sus compañeros y la exploración de su propia identidad”.

Señala, en este sentido, que “la influencia de los medios de comunicación y la imposición de normas de género pueden exacerbar la discrepancia entre la realidad que vive el adolescente y sus percepciones o aspiraciones de cara al futuro”. Calidad de la vida doméstica, violencia e intimidación, son otros factores señalados.

Entre los principales trastornos se señalan los siguientes: trastornos emocionales y del comportamiento, trastornos de la conducta alimentaria, psicosis, suicidio y autolesiones, conducta de riesgo. Soy testigo de primer orden de muchos de estos trastornos, en jóvenes universitarios.

¿Y cómo es posible sentirse solo en un mundo de redes? Yolanda Ho Chau en “En defensa de la conversación. El poder de la conversación en la era digital”l, cita a Sherry Turkl, señalando lo siguiente: “la adición a que pueden conducir los juegos de fantasía por computadora y los efectos de la informática en la vida cotidiana pueden llevar a la pérdida del sentido del yo y de los límites que separan lo real de lo virtual (Life on the Screen: Identity in the Age of the Internet ("La vida en la pantalla: la construcción de la identidad en la era de Internet", 1997); señalando además en Alone Together ("Conectados, pero solos", 2011) de los riesgos en un mundo siempre conectado: “la falta de atención hacia los demás, la tendencia a sacrificar la conversación y el temor a la intimidad”.

No hay dudas de los beneficios que el desarrollo de las tecnologías de la información ha tenido en muchos ámbitos de la vida, se podría decir, que nos han facilitado muchas cosas que antes eran verdaderas odiseas, sin embargo, miles de años de proceso evolutivo como seres humanos donde la conciencia del otro es parte de nuestra propia conciencia personal, no se borran de golpe y porrazo, y algunas consecuencias debíamos esperar.

Cauqui (2019) en su artículo Hiper (Des) conectados: el papel de las redes sociales en la soledad adolescente, plantea la imposibilidad de comprender todo este proceso sin situarlo en el contexto social que nos rodea, sobre todo en la “temporalidad e inmediatez” que reina, señalando a Bauman (2003), y termina argumentando tres grandes ilusiones señaladas por Turkle (2017) sobre las redes sociales, que son:

  1. Permiten que la persona decida dónde pone el foco de atención. La red es personalizable, controlable e inmediata (Martínez, et al., 2011). Aparece como un medio sencillo donde poder añadir, borrar y controlar los contactos de una forma tan asequible, que (casi) no requiere de habilidades sociales (Bauman, 2003).
  2. Una máxima “siempre seremos escuchados”. La atemporalidad y carácter diacrónico de las redes, permite tener el control sobre cuándo hablar y terminar conforme a los intereses de la persona (López y Cárdenas, 2014).
  3. Y una utopía “nunca estaremos solos”. La paradoja presente con la tecnología es la falsa ilusión de compañía que ofrecen (Turkle, 2017).

El estudio realizado por Howard Gardner y Katie Davis, publicado en el 2014, cobra sentido desde esta perspectiva: La generación App. Cómo los jóvenes gestionan su identidad, su privacidad y su imaginación en el mundo digital, para comprender el comportamiento y las características psicológicas de estas nuevas generaciones.