El miércoles pasado hice una breve exposición sobre la cuestión del mulato y el mulataje en el pensamiento social dominicano. Aunque ya he hablado del tema en otras ocasiones en este lugar, voy a retomar algunas ideas a propósito de lo que he venido discutiendo estas últimas semanas: la identidad, los historiadores y, añado ahora, los profes de Lengua y Literatura. La intención será hacer constancia y presencia de este tema que parece que roncha a algunas almas escrupulosas o que muchos consideran innecesario debatirlo en pleno siglo XXI y, menos, en una sociedad tan plural y cosmopolita como lo es RD (léase con ironía, por favor).
La realidad es que nuestro país es eminentemente mulato. Al menos lo ha sido demográficamente. Ello desde mediados del siglo XVII. Muchas son las razones de este fenómeno. La primera, la salida de las familias blancas dado el nivel de pobreza y la esperanza de mejores oportunidades en tierra firme. Los pocos blancos que se quedaron en esta parte de la isla, lo hicieron porque no pudieron abandonarla, literalmente. Luego, la población negra y mulata del momento no tuvo la necesidad de viajar, sino de sobrevivir al relajado sistema colonial que existió en la colonia desde mediados del siglo XVI.
Constituye una verdad de Perogrullo esta aseveración de la primacía del mulato en la evolución demográfica del país. Ello a pesar de las constantes migraciones blancas que sucedieron durante el siglo XIX y en el XX. Ahora bien, ¿por qué este predominio del mulato no es una marca país? ¿Por qué no hay una consciencia mulata en la población dominicana si, como dijo el poeta popular, llevamos el negro detrás de la oreja y somos ese sancocho cultural del que tanto hacemos gala?
Digamos que a pesar de ser una población mulata, hablamos muy poco del mulataje. No creo que esta ausencia de la cuestión del mulataje en la conciencia nacional sea porque el término tiene un origen peyorativo. Las palabras se adoptan en su significado y se transforman según la necesidad de los hablantes. En este sentido, la cuestión es que no se ha tenido la necesidad de hacer la transformación del vocablo dada la pretensión de blanqueamiento de la misma población mulata.
Soy claro: el blanqueamiento tiene su historia y sus estructuras. Esta actitud es más frecuente y posee mayores mecanismos de ocultación tanto de ella misma como de lo negro; lo que ha debilitado sobremanera la conciencia del mulataje en el país. ¿Por qué el debilitamiento de la conciencia mulata? Los mismos mulatos que han analizado la nación que formamos se han decantado por el antimulatismo, incluso negándose a sí mismo. Tres ejemplos claros de esto que digo: Antonio Sánchez Valverde (como criollo y protodominicano), Francisco Moscoso Puello y Andrés Pérez Cabral. Ya es bastante sabido el caso de otros distinguidos intelectuales del área de la literatura y la ensayística del país. Así que me quedo con los que pensaron la cuestión nacional desde la mirada social, racial.
Es muy pobre el discurso que hay sobre el mulato y el mulataje en el país. En todo caso, esta pobreza discursiva contrasta con los textos líricos y pictóricos en lo que se aborda la mulata y la dominicanidad. En estos últimos, los estereotipos se hacen presentes ante todo el mito sexual de la mulata. En el caso de los héroes patricios, la iconografía patriótica tiende hacia su blanqueamiento: nótese el caso de Sánchez, de Luperón, entre otros.
La compleja diversidad que somos y la tendencia hacia el blanqueamiento no se abordará sólo desde la problemática antinegra y antihaitiana en el discurso social dominicano. Estas son aristas de un problema mayor en cuanto que el mulataje tiene que ver con la mirada hacia nosotros mismos, tanto como individuos y como colectividad; además del deseo que escinde nuestra conciencia de sí y la configuración de una identidad narrativa siempre transformándose y transformadora.
Al final de mi breve exposición hablé sumariamente de la postura a tomar frente a la cuestión del mulataje en el país. La resumo aquí, prometo luego pensarla mejor. Creo que hay que forjar una utopía identitaria en la que el mulataje sea el protagonista de nuestra historia futura.