Con motivo del Dia Internacional de la Mujer, volverán las conmemoraciones oficiales, los actos de reconocimiento y los mensajes de elogio. Estas acciones parecen ser importantes como contribución a la equidad de género, pero en el fondo ocultan una dimensión perversa de las actuales sociedades del rendimiento: convierten cualquier acto simbólico conmemorativo, que denuncia una situación de injusticia, en un producto serial para el consumo masivo que frivoliza la conmemoración misma e invisibiliza el problema estructural que ha provocado la conmemoración.
En el caso que nos ocupa, las flores, regalos y mensajes lisonjeros, así como las premiaciones oficiales a mujeres destacadas, se convierten paradójicamente en parte del tinglado de invisivilización de la profunda discriminación negativa contra las mujeres en la sociedad dominicana.
Por supuesto, esto no se debe a los actos mismos, sino al hecho de que dichas acciones no forman parte de una política integral de género sustentada en el carácter innegociable de los derechos básicos de las mujeres y que implemente las reformas legales e institucionales que incidan en un cambio de mentalidades, prejuicios y prácticas culturales estigmatizantes.
En otras palabras, el gran reto del Estado dominicano es transformar lo que en la película de Sarah Polley, Ellas hablan, se denomina una “forma de ver el mundo y a las mujeres mismas que se ha apoderado del corazón y la mente de los hombres”.
Solo con este cambio de ver el mundo es posible que “el perdón deje de verse como permiso”; el acoso no se interprete como elogio; a la víctima no se la juzgue como culpable.
El problema de la solución a la discriminación contra las mujeres pasa por transformar la cultura que obstaculiza el libre desarrollo de sus potencialidades para que ellas, como en el film de Polley, no se vean avocadas a tener que “sentir nostalgia por lo que pudieron ser”.