Ante la expresión “muévelo un chin” la mente puede hacer acopio de eso tan preciado que se llama libertad. Esa misma libertad es la que abre las puertas para que los seres humanos logremos sueños, aspiraciones y hasta para que, literalmente, inventemos.
A veces ocurre que a una bebida se le queda el azúcar o algún precipitado en el fondo. Sucede con un refrescante jugo o con un café caliente. Otras veces, como ahora, se trata de hacer uso de la libertad para imaginar lo que deseamos mover.
Y ese ejercicio de libertad conecta con la democracia, sobre todo si la asumimos como ese privilegio de poder tomar parte en las decisiones. Y ese tomar parte, aunque puede y hasta debe ser mucho más abarcador, suele representarse con la emisión del voto.
En algunos lugares es una obligación y hasta se penaliza su inobservancia. En el caso de la República Dominicana se hace alusión al sufragio como un derecho y un deber. Pero en la generalidad de sociedades democráticas es un derecho.
Aunque no reparemos en ello, el voto comenzó como un privilegio. Incluso, en la que se nos refiere como cuna de la democracia, en Grecia, solo ciertas personas tenían la prerrogativa de ejercer ciudadanía, y solo esas personas gozaban del privilegio de votar.
Hace apenas un siglo, en 1918, se permitió votar en Gran Bretaña a las mujeres mayores de 30 años. En el caso de Bélgica, a las viudas y a las madres víctimas de la guerra se les comenzó a permitir el sufragio en 1919. Y en Portugal, en 1931, sólo las mujeres con estudios universitarios comenzaron a votar.
Aunque solo se permitía para elecciones municipales, Suecia se lleva el banderín por ser el primer país que aceptó, en 1866, que las mujeres votaran. En el caso de República Dominicana, en 1934 se realizó un ensayo del voto de la mujer. Cuentan del rol protagónico de Abigaíl Mejía, inquieta educadora y políglota, para que ello fuera posible.
Con aquel ensayo se propició que, en la Asamblea Revisora del 10 de enero del año 1942 se promulgara la Constitución que estableció el sufragio femenino en República Dominicana. El 16 de mayo de ese mismo año fue el gran estreno. Y, como habrá de recordarse, en esa etapa daba lo mismo votar que botar. Aun así, se ha reconocido y se hace referencia al hecho como un privilegio.
Pero ya en la etapa democrática, ese privilegio, establecido en la Constitución como “derecho y deber”, ha tenido sus bemoles. El Acuerdo de Santiago es el mayor referente de abstención en elecciones dominicanas. Referirse a las elecciones como “matadero electoral” también tiene su sitial. Y temas que van desde la compra, literal, del voto hasta una amplísima diversidad de artimañas caracterizan el incumplimiento ante el derecho y deber de sufragar.
Aunque se ha tomado como “patada de ahogado”, ojalá nos animemos por “mover un chin” (y todos los “chines” que sean necesarios) el asunto de la abstención en las más recientes elecciones, las del domingo 18 de febrero.
Como es entendible, quienes se sienten perdedores exageran los niveles de abstención. Mientras los minimizan quienes han resultado ganadores. Lo real es que, aunque los ayuntamientos son la expresión de Estado más cercana a la ciudadanía, desde 1998, en las elecciones municipales hemos tenido entre 42 y 51 por ciento de abstención. Estamos hablando de, poco más, poco menos, la mitad de la población.
¿Apatía? ¿Incredulidad? ¿Desconfianza? ¿insatisfacción con el desempeño? ¿Escasez de propuestas? ¿Compra de votos? ¿Mañas aplicadas según la posición en que se esté? Con respecto a las elecciones de 2020 se le puede “echar la culpa” a la Covid. Para todas las demás, incluyendo las más recientes, resultaría muy útil mover el tema hasta conocer la verdad.
No como defensa de quien perdió. No como ataque a quien ganó. Se trata de revisar, objetivamente, lo que ocurre con el privilegio de tomar parte en las decisiones. Se trata de mejorar nuestro ensayo de democracia.
Quizás se logre si, cada persona defensora de la democracia, aludiendo al tema de la abstención, se suma a un coro que diga: “muévelo un chin”.