La justicia -proclamada como “independiente” por el Gobierno, luego de iniciar una atropellante carrera persecutoria contra lo que fue presentado al país como “entramados criminales de proporciones -tan- escandalosas” que no tienen semejanzas con acciones de corrupción de ninguna otra administración desde la misma fundación de la República- entró en una inacción repentina que dejó a los periódicos sin los habituales, esperados y estrambóticos titulares desprendidos de las constantes declaraciones de los principales protagonistas del Ministerio Público que, excitados a grado orgásmico, alteraban el temperamento social, al punto de crear turbas mediáticas que se debatían entre los que demandaban sangre y los que ubicaban en la politiquería tales acciones.
La cuestión es que perdieron la voz y se ocultaron de los flashes y, ahora, los micrófonos menos agredidos por la verborrea disparada desde la retorcedura y recovecos de los tecnicismos jurídicos, encuentran solaz en el espectáculo tradicional que decolora las pantallas de los televisores, poetiza las páginas de los diarios y “melancoliza” las voces de una radio que se había acostumbrado a tronar y a escupir el morbo que la gleba esperaba capítulo a capítulo, día por día y hora por hora con una ansiedad amalgamada por sentimientos encontrados que iban desde el estrés más estresante, hasta el goce mórbido anidado en el resentimiento y el deseo de que la justicia vengase sus frustraciones o ayudase a calmar las admiraciones retorcidas -envidia- que no encontraban remedio en la consulta del fastidiado psicólogo o exasperado psiquiatra.
Pero el aburrimiento causado por la mudez se comenzó a despejar en la medida que acciones jurídicas y políticas comenzaban a coincidir en tiempo y, a veces, espacio: una imagen funeraria, egos y antagonismos abrazados en carcajadas; variaciones de medidas de coerción; reposición del rostro mallugado y descompuesto por meses del jefe del antiguo régimen; aparición forzosa de viejos portavoces "procesables" que durante más de un año solo asomaban por la ventana de sus casas para sentir el movimiento del espacio exterior y respirar, por las rendijas consoladoras del voluntario encierro, la libertad que no tenían.
Salieron para lanzar pétalos al verdugo de su jefe, al mismo que le tenía -y les tiene a todos- entre el pecho y la cabeza, la horquilla o aquella soga que se hala o suelta, dependiendo de hasta dónde se quiera que llegue el perro. Se presentaron a la televisión y la radio para aullar como en un concierto de escobas, búhos y nube de murciélagos fumadores. No pudieron sacar sus sonrisas; solo aparecieron las muecas que el miedo reprimido evacuaba para revelar que nada era espontáneo, sino parte del guion que busca la concreción de un acuerdo para la impunidad a cambio de la reelección que se ¿fragua? en las calles a base de picazos y un trillón de vacuencias apretadas en un recipiente lleno de promesas sin cabezas ni extremidades.
Los vasos comunicantes entre el antiguo y actual régimen, en medio de la mudez de los locuaces Camacho y Yeni, se activaron compartiendo savia, refrescando viejos negocios, antiguas comelonas clandestinas, añejos acuerdos de aposento para plantar falsas banderas o provocar falsos positivos para burla a compañeros de ambos lados que, ingenuos o descuidados, se apegaban a las reglas de juego pactadas a la luz del sol y el país como testigo.