Frank Moya Pons, estelar historiador dominicano, de nuevo vuelve a poner el dedo en la llaga, con la objetividad que lo caracteriza, en su reciente discurso pronunciado en la Academia Dominicana de la Historia, como parte del ceremonial de promoción a miembro de Número del doctor Miguel Reyes Sánchez. Evidenció con responsabilidad la mal disimulada y persistente campaña de descrédito de los dominicanos y su nación, imputándoles racismo.

Con esta pérfida actitud se persigue  alentar a los ciudadanos del hermano pueblo haitiano a abominar a los criollos, dejando entrever que somos los culpables de sus  desgracias político-sociales. No es fortuito revisar YouTube y observar con la frecuencia en que aparecen grupos de ciudadanos haitianos incinerando banderas del “imperialismo dominicano”, hasta el extremo que un regidor de esa nacionalidad en New Jersey planteó la herejía de tumbar la estatua de Duarte en New York acusándolo de racista. Todo como parte de una campaña sistemática de distorsión histórica que ciertos sectores sin desparpajos pregonan en la sociedad haitiana, so pretexto de una unificación inverosímil, que persigue inhibir la necesaria convivencia pacífica vital para ambos pueblos.

Con la fina intuición analítica que le caracteriza, Moya Pons ha evidenciado con valor a la corriente intelectual que se ha aposentado entre nosotros propugnando por una guerra racial, asumiendo que el color de la piel está por encima de los elementos constitutivos de una sociedad, acotando:

“Al recibir el examen historiográfico que el doctor Reyes Sánchez hace hoy en este su discurso de ingreso va quedando en claro, que en los últimos año, ha venido gestándose en este país y en ciertos círculos académicos de los Estados Unidos una corriente intelectual que promueve una nueva ideología racial que enfatiza la equivocada noción de que el color de la piel es un ingrediente más definitorio de la nacionalidad que la cultura, la religión, el lenguaje, las tradiciones y la memoria colectiva. […]

Con esto quieren conducirnos al abismo de la lucha racial, que los prietos nos aliniemos contra los blancos y viceversa. La sociedad dominicana concebida por Juan Pablo Duarte al crear la Sociedad La Trinitaria, estableció claro que la República Dominicana cobijaría a todos los habitantes de esta parte Oriental de la isla sin diferencias de colores.

Esta pretendida unidad racial isleña con principalía de los negros es el motor de arranque para las gestiones fusionistas, que desde hace tiempo desarrollan esos sectores y que ahora han tenido que tomar cierto receso táctico en los aspectos teóricos, ante la lamentable hecatombe de la sociedad haitiana.

En la fase práctica no han cesado vendiendo la idea a incautos ciudadanos haitianos que la salvación está con la migración masiva al territorio dominicano para ir copándolo de modo paulatino. Todo bajo el auspicio de ciertas instituciones encargadas de promover “escandalosas denuncias” cuando se producen redadas de ilegales, satanizándolas como atentado a los derechos humanos. También de esto, se desprende las “espontáneas” pero bien organizadas giras de parturientas haitianas, para luego pretender  reclamar un jus solis que no está contemplado en las legislación dominicana y mantener la constante hostilidad en organismos internacionales en torno a supuestos desnacionalizados, con el propósito estratégico de crear las condiciones para un futuro Kosovo no parcial, sino insular.

Esos sectores fusionistas por unos dólares más,  no protestan cuando muchos dominicanos chiriperos, trabajadores agrícolas, domésticos y de la construcción separados de sus empleos naturales, reemplazados por mano de obra extranjera barata, se ven compelidos a emigrar ilegalmente en yolas a Puerto Rico y son apresados y deportados. Precisamente ese renglón de dominicanos desplazados que  deben enfrentarse a las embravecidas olas del Canal de la Mona para escapar de la miseria, son sustituidos de modo básico por mano de obra haitiana, que huyendo de su estado fallido se ven compelidos a vender su fuerza de trabajo a un precio insignificante, para beneficio principalmente de inescrupulosos potentados, que no dudo estén detrás de la campaña contra la dominicanidad.

Acogiéndonos al concepto de unidad, crítica, unidad, discrepamos en lo relativo a Dessalines, Juan Sánchez Ramírez y José Núñez de Cáceres. Dessalines invadió el territorio del Este para enfrentar una grave injuria del gobernador francés Jean-Louis Ferrand, que autorizaba a los ciudadanos del Este a capturar haitianos menores de 14 años para venderlos como esclavos, tratando de allegarse la solidaridad de los criollos ante el virtual abandono que Francia dispensaba a esta colonia. El decreto del 6 de enero de 1805, ordenaba:

“Art. 1. Los habitantes de las fronteras de los departamentos del Ozama y del Cibao, así como las tropas empleadas en los puestos guarnecidos del cordón, están y continúan estando autorizadas a extenderse por los territorios ocupados por los sublevados, a perseguirlos y a hacer prisioneros a todos aquellos del uno del otro sexo  que no pasen de la edad de catorce años”.

“Art. 2. Los prisioneros procedentes de estas expediciones serán propiedad de los captores”. (Emilio Rodríguez Demorizi. Invasiones haitianas de 1801, 1805 y 1822.  Academia Dominicana de la Historia. C. T. 1956. pp. 101-102)

Un gobernante que se respetara no podía dejar pasar por alto una agresión de esa naturaleza contra su pueblo. El monto total de las bajas producido por la invasión es otro tema, pero la génesis fue la grave provocación del gobernador francés. Dessalines había realizado un llamado previo a la unificación a los españoles-dominicanos el 8 de mayo de 1804 en tono amenazante, pero ese emplazamiento quedó como una bravuconada.

En cuanto a Sánchez Ramírez y Núñez de Cáceres, para nada representaron fórmulas nacionales. Fueron dos agentes del colonialismo español y la oligarquía criolla, ambos utilizaron el puño de hierro contra todo intento de conspiración contra el mandato colonial hispano, sin importarle un bledo que España había “soltado en banda” a esta colonia que no le interesaba.

Sánchez Ramírez murió reafirmando en su testamento político que era un español. Núñez de Cáceres siempre fue dominado por una mentalidad oligárquica y de modo frustratorio pretendió pasmar la insurrección anticolonialista y antiesclavistas de los pueblos de la frontera del 8 de noviembre de 1821, brindándole la oportunidad a Boyer para que se apoderara y desnaturalizara ese movimiento revolucionario en su génesis, y como un conquistador colonial sometiera bajo sus siniestros designios a todos los moradores de la parte española de Santo Domingo. Pesadilla que se prolongó hasta que Juan Pablo Duarte concibió y desarrolló la idea de unificar a los habitantes de la parte dominicana, en atención a sus hábitos y costumbres, sin distinción de ningún color de la piel.

No obstante, el alerta es prioritario de primer orden, totalmente heroico y válido. Se cierne una amenaza estratégica contra la dominicanidad y es pertinente estar atento para que no nos cojan asando batata.