“Este siglo está repitiendo el siglo XX”

1.

Se cuenta la historia de un cineasta perfeccionista, terco, planos milimétricamente calculados. Y en las carísimas grabaciones en película, un determinado plano siempre era interrumpido por una mosca que por allí entraba, en el encuadre de la cámara, estropeando la nitidez prevista de esa grabación y causando perjuicios monetarios muy grandes. Una pequeña mosca es capaz de estropear el plano de una película, es un punto negro que se mueva contra la imaginación del cineasta.

Tres, cuatro intentos y la mosca siempre entrando, perturbando el plano, hasta que por fin lograron la grabación de la escena sin que la mosca interfiriese.

Cuando pararon un momento, el cineasta se sentó, cansado, y la mosca se posó a su lado, en la mesa. La mano del cineasta estaba a unos milímetros de la mosca; bastaba, pues, un movimiento rápido para que la venganza exigida tomara forma. Unos segundos, que son tanto tiempo, en la vida de las moscas y en la vida de los humanos, y la mano del cineasta permaneció quieta y quieta. La mosca dio unos pequeños pasos en la mesa y después, aburrida, quizá, o con otra idea en la cabeza, voló y se alejó. El asistente del realizador lo vio todo, y no entendió.

– ¿Por qué no la has matado?

-No era esta – contestó el cineasta.

2.

Me gusta esta historia, de la que conté un resumen, hace poco, en una conferencia, porque muestra una suerte de justicia ética: una mosca no es todas las moscas, no carga con la culpa eventual de un pecado, aunque involuntario, de otra. Una mosca no es otra mosca, es decir, no es todas las moscas –y un humano no es todos los humanos. Este respeto por la individualidad: ‘no era esta, era otra’ – es algo que escasea por ahí, no solo en cuanto a moscas, sino a humanos. La idea de que hay tipos de humanos culpables y otros tipos de humanos inocentes, en su totalidad, sin cualquier individualización, es una idea que deshace lo obvio: cada humano es diferente, cada mosca carga una culpa eventual, o un mérito, que solamente es suyo.

3.

Existen, pues, dos formas de pensar que abarcan a muchos humanos. Una forma de pensar que mira al mundo y solo ve las semejanzas entre las cosas diferentes: una mosca tiene mucho en común con un helicóptero, por ejemplo (podrían, a este propósito, decir, de manera simple: son dos elementos que vuelan). Esta forma de pensar, de hecho, es en parte metafórica, y ve en todo un trazo común, incluso entre cosas muy vivas y otras inanimadas. Es una mirada poética o talvez religiosa: todo lo que está bajo el sol tiene algo que lo une.

La otra forma de pensar, en la otra esquina, ve diferencias en cosas que a nosotros nos parecen semejantes. Es a menudo una mirada analítica de especialista; pero también es una mirada ética.

Dos piedras que nos parecen iguales son muy diferentes para un geólogo, dos gemelos que nos parecen iguales, son muy diferentes para la madre que los ama, y dos moscas que parecen iguales son muy diferentes – y una puede ser culpable y la otra inocente.

4.

El pensamiento más completo es aquel que ante los hechos, los acontecimientos y las varias cosas que existen en el mundo, logra captar las innúmeras diferencias y las innúmeras semejanzas.

Dos hechos históricos separados por poco más de 100 años, como la primera guerra mundial y la pavorosa guerra de Ucrania, por ejemplo – tienen evidentes trazos comunes y evidentes trazos que la distinguen. Quienes piensan solo de una manera, piensan de manera coja. Y muchas veces vemos esto, en la televisión, en relación con cualquier tema: un duelo de cojos, entre los que solo ven las diferencias y los que solo ven las semejanzas.

5.

En el diario de uno de los grandes filósofos del siglo XX, Cioran, el mismo escribe:

“- ¿Qué sería yo, qué haría yo sin las nubes?”

Una buena pregunta.

Cioran añade a continuación: “Me paso la mayoría de los días viéndolas pasar.”

Las nubes que, para algunos, son iguales y por ello aburren: y las nubes que, para algunos, son diferentes, y por eso cautivan.

6.

Estar vivo, en parte, no es fácil, porque muchas veces se instala la idea de que todo no pasa de una repetición: comer otra vez, y otra vez, y lavar el plato; de nuevo el sol – y todo lo que se repite bajo él – y, otra vez, las nubes.

Lograr encontrar entusiasmo en las semejanzas y lograr encontrar entusiasmo en las diferencias, esto es lo difícil.

Traducción de Leonor López de Carrión. Originalmente publicado no Jornal Expresso