Si don Pedro Mir quiso relatar lo agreste de nuestra tierra y si el paisaje esquivo que se levanta frente a la costa oceánica alguna vez perdiese sentido geográfico, sin dudas que Gastón Fernando Deligne hubiese marcado aquí la territorialidad del “botado”[1].

 

Tras la carretera, antes de que el olvido se moje en el Atlántico, está Montecristi[2], una vastedad que en ocasiones prescinde de lo humano, conteniéndose a sí misma antes que extraños vinieran a descubrir lo ya descubierto. Fue en 1533 cuando unos labradores españoles se establecieron y de inmediato las manifestaciones culturales se expresaron, pues se registran fiestas patronales desde el 7 de octubre de 1533, en honor a Nuestra Señora del Rosario[3]. Despoblado durante las “devastaciones de Osorio” en 1606[4], fue repoblado el 25 de abril de 1879, como Distrito Marino, fecha en la que además cambia de veneración instaurando como patrón a San Fernando de Montecristi.

 

Ir y venir… para siempre quedarse. Su privilegiada ubicación serviría de puente comercial entre franceses y españoles durante parte del siglo dieciocho, hasta erigirse como puerto de gran actividad sobre todo para la exportación de miel, maderas y tabaco, para que de nuevo el fantasma, que en rapsodias de crisis se lleva su gente, lo azotara como resultado de la interconexión de las provincias del norte de la República con un ferrocarril a finales del siglo diecinueve, haciéndole perder preeminencia.

 

La historia se repetiría durante el siglo veinte, con impulsos de proyectos que hicieron germinar esperanzas en su gente, picos de abundante económica y declives con sus consecuentes éxodos.

 

Montecristi, Monte Cristi, Monte Christi, Monte Cristy. Poroso como sus fronteras es el acierto de su nombre. La escritura de este topónimo es de evidente preferencia Montecristi, aunque algunas instancias oficiales emplean el que antiguamente se prefería escribir Monte Cristi (Monte Christi en la ortografía de la época), que significa «monte de Cristo», nombre que, según el fray Bartolomé de las Casas en su Historia de las Indias, le dio Cristóbal Colón, el 4 de enero de 1493, al  monte que se encuentra cerca de la ciudad actual[5].

Este pueblo, marcado en la historia por el consenso y el diálogo, eterniza la vieja casona[6] en la que el generalísimo Máximo Gómez recibió la visita del apóstol de la libertad cubana, José Martí, firmando el “Manifiesto de Montecristi”[7], el 25 de marzo de 1895.

 

Una muestra extraordinaria de amor a la libertad de los dominicanos, pues desde mucho antes Gómez había recibido una carta del cubano, firmada en Santiago de los Caballeros el 13 de septiembre de 1892, en la que se menciona lo que se convertiría en un presagio: “No tengo más remuneración que brindarle que el placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres”.

 

Así su gente, reafirmando la historia con su compromiso, ha servido al país desde todas las áreas. En las ciencias, lo mismo que en el deporte, en la política, con ejemplos como Manolo Tavárez Justo, lo mismo que en la música popular, con una extraordinaria presencia en todos los géneros musicales autóctonos, en especial la bachata… Así la poesía, las letras y la plástica han sido signadas por el sol que se pone en el espectáculo que cada atardecer regala al firmamento, con el piano que en la memoria pende un Manuel Rueda, perseguidor de Mackandal, guiado por unas grafías tan difusas como su origen, trazadas por Ada Balcácer en las ilustraciones de su poemario.

 

Por años Rafael Delmonte, un santiaguero que como pocos ha sabido amar y respetar el arte, ha atesorado en las paredes de su residencia, lo mismo que en su noble alma, una importante colección de obras de arte.

 

Su conocimiento de la historia de las artes plásticas dominicanas y su participación constante en los escenarios internacionales donde se pone en valor obras de artistas dominicanos, le hacen merecedor de reconocimiento, pues con su trabajo ha sabido aquilatar, apostar en casos de noveles artistas, piezas de gran cuantía para la comprensión de la trayectoria y evolución de la plástica nacional.

 

Es el mejor de los momentos para que de su colección salgan a ver la costa inmensa del norte, una serie de treinta y cinco obras, seleccionadas con el criterio de mostrar la vibrante fuerza del arte en consagrados maestros y en voces que sea abren a la consolidación de los nombres de estos treintaiún artistas seleccionados.

Vista parcial de la galería.

La apertura de un nuevo espacio cultural como este centro enclavado en Montecristi hace conjugar impresiones, pero también oportunidades. No solo se trata de una apuesta a la promoción de las artes, que tanta falta hace al país, sino que se erige sobre una atrevida apuesta a la consolidación de una alternativa museística desde una zona que espera, como todo muelle, que la redescubran una vez más.

Delmonte se ha desdoblado y ha querido dar prioridad a las pinturas en diferentes lenguajes, expresiones y épocas que dan un carácter histórico-evolutivo al conjunto seleccionado.

No pecamos si afirmamos que rara vez el arte dominicano ha venido a dialogar de igual a igual con la magnificencia de la geografía.

Es en Montecristi, con la luz que se hace poema en un duelo de azules con la mar, con la forma convertida en memoria y estampada como Morro o el tiempo que pierde sentido a la espera de un atardecer que no llega sin estar signado por el Reloj del Parque Duarte.

José Cesteros.

Lo saben estas obras, estos artistas y quienes descubran el misterio tras estos lienzos. Para esto está Hilario Olivo (1951), se presenta con su impecable línea y color Caribe, en contornos y formas geométricas donde construye un canto de humana forma; José Cestero (1937), con sus arquitecturas intimas y lenguaje propio, un maestro del cual Delmonte es un seguidor apasionado; Antonio Guadalupe (1941), con sus búsquedas y encuentros con el pensamiento del color; José Perdomo, con la vegetación y naturaleza que se impregnan hasta terminar en línea; Juan Bravo (1961) un destacado miembro de la generación del ochenta cuya obra hace concentrar el ojo para comunicar la astucia del color. José Sejo (1960), pintor de la generación del ochenta que además es restaurador, ceramista y serigrafista, con una impecable factura en sus obras; Julio Susana (1937), pintor y escultor consagrado, sus obras son universos de humanas formas y manufactura academicista en lenguajes diversos que explora a lo largo de una fecunda carrera; Ada Balcácer (1930) consagrada pintora nuestra, dueña de un mundo particular donde nuestro origen alcanza dimensiones universales; Alberto Ulloa (1950) pintor de personajes de rasgos distintivos, armónica y de transcendente originalidad en la mezcla de su paleta; Guillo Pérez (1926-2014) maestro que constituye una referencia para la plástica dominicana; Mario Grullón (1918-1996) maestro santiaguero, parte fundamental de la escuela de Santiago; Jacinto Domínguez, maestro por excelencia del cubismo desde el Caribe, un personalidad autónoma de expresiones propias y reinvención de la identidad de su ciudad.

Antonio Guadalupe.

Si de buscar la identidad de los maestros en la plástica se trata, el discurso de Danilo de los Santos (Danicel, 1942-2018), que aparece en esta muestra con una obra de gran dimensión en las que las marolas flotan su negritud en vuelo abierto hacia la libertad, con sus estampados impecables, con su ingenuidad femenina y sus siluetas libres; otro maestro como Silvano Lora (1931-2003) constituyen en histórica la muestra que incluye además al inmenso Yoryi Morel (1906-1979), maestro por excelencia de nuestro costumbrismo, de la identidad de un Santiago que se hizo universal en sus obras, eternizando estampas y personajes en un obra de dimensión sencillamente universal.

 

Luichy Martínez Richiez (1928-2005), impulsor de la cerámica, escultor creador de sus figuras femeninas que destacan el cuerpo y feminidad como base discursiva, algunas veces llena de referencias y otras en el esplendor de su belleza natural; Cuquito Peña (1946-2013), uno de los artistas más portentosos de la escuela de Santiago, con las referencias de base de lo cotidiano pero dimensionando desde el cubismo futurista, siendo alumno del impresionismo cibaeño de Bautista Gómez y Arturo Grullón, sus obras dialogan con otros maestros como Jacinto Domínguez, Federico Izquierdo y Yoryi Morel.

La selección incluye además a José Morillo (1975) un refrescante naif que va de lo urbano a lo campestre, conjugando la elementalidad con lo complejo de nuestra identidad; Juan Medina (1948), en su incesante viaje de lo tradicional a lo moderno, en sus texturas particulares; Alonso Cuevas, uno de los consagrados y que irrumpe en la muestra por la fuerza de su dibujo y la pureza de su luz; Víctor Chevalier, de la escuela de Santiago, al igual que Ubaldo Domínguez, ambos con diálogos similares en la búsqueda de las fortalezas que da lo anecdótico y la estampa como referencias.

Radhamés Mejía.

Radhamés Mejía (1960) pintor y escultor con larga trayectoria en Francia desde donde ha reinterpretado el Caribe, en especial la búsqueda de unos rostros expresivos y serenos, color tierra pero con propia identidad; Cristián Tiburcio (1968) ceramista, escultor y muralista, se destaca por un lenguaje cargado de símbolos y una particular identidad en todas sus obras; Elvis Avilés (1964-2022) partiendo de tonos naranja y amarillento, supo hacer el tránsito del hiperrealismo a una abstracción evocativa de figuraciones, siempre fluida; Fabio Domínguez (1963) dueño de una visión de un trópico que viaja hacia el interior, para sorprenderse de palmeras y soles en huracanadas evocaciones de ritmos y rituales; Rafael Rodríguez, con sus escenarios limpios y las figuraciones en diálogo de contrastes; Jesús Desangles (1961) pintor, grabadista y docente, que hace de sus complejas composiciones un discurso de color erigido en base al poder de la línea. Freddy Javier (1946) pintor, muralista y docente con amplia trayectoria de individuales y lauros a lo largo de su carrera; Kuma (Ignacio Rincón Valverde, 1951) dibujante, grabadista y pintor, fundador del Grupo 6 y miembro de la diáspora de creadores establecidos en New York en la década 1970.

 

Y el anfitrión, el montecristeño Plutarco Andújar (1930-1995) uno de los grandes pintores dominicanos, egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes y de la academia San Fernando de Madrid, España. Marcado por un peregrinar que lo llevó de Europa a Estados Unidos, sus dibujos, acuarelas y pinturas (sean en los retratos como en sus marinas) lo ubican entre los nombres referenciales no solo de su generación sino de la identidad visual dominicana.

Víctor Ulloa.

El azar dispuso en el camino a Leonardo Batista, un verdadero pintor del pueblo, quien vino a dar el toque anecdótico y romántico con las visiones del Reloj, ese intruso europeo que se ha constituido en identidad de esta tierra.

 

Esta muestra colectiva tiene una importancia trascendental en la vida cultural de Montecristi, porque es la primera vez que una selección de maestros y emergentes se presenta en este centro que abre sus puertas, con el tino de mostrar de dónde hemos venido, la tradición de diversas escuelas, de diversas localidades que han venido a parar aquí en el puerto donde  por años se ha esperado la llegada gloriosa de las artes visuales en esta dimensión.

 

Cada artista, cada obra y el espacio expositivo proponen un diálogo que no debe terminar jamás.

 

Que la colección de Rafael Delmonte, apenas una muestra de su inmenso tesoro, llegue hasta nosotros es un motivo para celebrar el amor al arte que sigue siendo para júbilo de todos.

 

“Montecristi: luz, forma y color”, evoca la permanencia, preeminencia y esplendor de un arte nacional con códigos propios, con características particulares y con aciertos que la hacen orgullo de la nación y marca país.

[1] Referencias a los poemas “Hay un país en el mundo” del poeta nacional, Pedro Mir y “En el botado” del vate dominicano Gastón Fernando Deligne.

 

[2] Según las normas de la Academia de la Lengua Española son admisibles las formas unida o separada, Monte Cristi o Montecristi, del nombre de esta ciudad, municipio y provincia de la República Dominicana.

 

[3] Diccionario Biográfico Histórico Dominicano.

[4] Disponibilidad en línea, consultado en fecha 13/11/2022: https://www.culturaydeporte.gob.es/cultura/areas/archivos/mc/archivos/agi/portada.html.

[5] Idem.

[6] Ley 241 que declara zona turística a la provincia de Monte Cristi y declara monumento histórico la casa donde fue firmado el manifiesto de Máximo Gómez y José Martí.

[7] Documento oficial del Partido Revolucionario Cubano en el que se exponen las ideas de José Martí para organizar la guerra de independencia cubana de 1895. Fue firmado por José Martí y Máximo Gómez.