Con motivo de la convocatoria del Año Sacerdotal, el papa Emérito Benedicto XVI, nos dejaba una conmovedora expresión: “El sacerdote supone un inmenso don, no solo para la Iglesia, sino para la humanidad misma”. Esta consciencia del sacerdocio nos mueve a dedicar las presentes líneas para reconocer el testimonio de vida sacerdotal que nos ha legado monseñor Fausto Ramón Mejía Vallejo, Obispo Emérito de la Diócesis de San Francisco de Macorís, al conmemorar Quincuagésimo Aniversario de su ordenación sacerdotal el próximo 26 de noviembre.
Se trata de un acontecimiento de júbilo para la Iglesia Católica que peregrina en la República Dominicana; además de ser para el clero dominicano un testimonio de fidelidad entusiasta y perseverancia en el ministerio sacerdotal, a pesar de dificultades e incomprensiones.
Pienso particularmente en aquellos sacerdotes que atraviesan por crisis en su ministerio, en los jóvenes sacerdotes que se inician en estos servicios de plenitud espiritual y de servicio, en los seminaristas que se encuentran en proceso de formación y aquellos jóvenes de nuestras comunidades que, como los discípulos de Emaús, sienten el ardor en sus corazones de la llamada del Señor, viendo que perfectamente pueden encontrar en la vida sacerdotal de Monseñor Fausto Mejía un modelo de entrega a la Iglesia, un testimonio de la respuesta que debemos dar a la llamada personal que nos hace el Señor al ser elegidos y enviados por Él. También es un testimonio para nuestra sociedad en que se rehúye a los compromisos que impliquen un sí para siempre.
En estos cincuenta años de servicio, sus huellas de entrega a la misión que la Iglesia le encomendó están presentes en los diferentes ámbitos eclesiales y de la sociedad dominicana, puesto que, en su trayectoria sacerdotal le ha correspondido servir en diferentes parroquias, formador de varias generaciones de sacerdotes de todo el país, rector del Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino y de las universidades Católica del Cibao y Católica Nordestana, sumado a sus dotes de escritor, formador de líderes y coronando su historia de vida en sus funciones de Obispo de la Diócesis de San Francisco.
Estas palabras son un intento de sintetizar la fructífera labor pastoral de Monseñor Fausto al frente de la Iglesia, de manera particular, en San Francisco de Macorís, por cuya función en todos los espacios en donde sirvió, se le puede atribuir, en toda, su expresión el pedido del papa Francisco a los Obispo: “Sean Pastores con olor a ovejas”.
Para un servidor es motivo de agradecimiento a Dios el compartir el don sacerdotal y el grado episcopal con Monseñor Fausto, pero también me siento inmensamente agradecido por ser su discípulo en mi proceso de formación en el Seminario Mayor Santo Tomás de Aquino, de quien conservo la invitación que nos recordaba con frecuencia: “No se ordenen de sacerdotes, sin tener una experiencia de fe”.
Esta frase encierra una espiritualidad que encuentra su fundamento en la naturaleza misma de la vida cristiana y del sacerdocio ministerial: el fundamento de la vida cristiana inicia con una autentica experiencia con el Cristo resucitado, del que fueron testigos los apóstoles, así como todos los hombres y mujeres a lo largo de la historia que hemos reconocido la voz del Señor.
¡Cuánta vigencia sigue teniendo esta invitación a tener una experiencia de fe para nuestros tiempos!. Ya el teólogo más importante del siglo XX, Karl Rahner, a modo de profecía expresaba: “El cristiano del futuro o será un místico o no será cristiano”, e insistía: “sin la experiencia religiosa interior de Dios, ningún hombre puede permanecer siendo cristiano a la larga bajo la presión del actual ambiente secularizado”. Podemos decir que ese futuro que anunciaba el teólogo es el presente de nuestra época. De igual manera, el Papa Emérito Benedicto XVI, insistía en la necesidad de la experiencia de fe para la vida cristiana, cuando expresaba: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.
También se debe destacar la preocupación de Monseñor Mejía por las relaciones interpersonales y la vocación de las personas al Bien Común y su desbordada sensibilidad social, abordando desde la reflexión filosófica y teológica, la realidad de nuestro tiempo para orientar sobre los desafíos que como sociedad e Iglesia debemos afrontar. De igual manera, sus reflexiones sobre los valores, los cuales considera como “los elementos más exquisitos que adornan a cualquier ser humano”, son un referente para su convencimiento de que “la educación en valores garantiza la paz social”.
Junto con el sacerdocio, la gran pasión de Monseñor Mejía ha sido la educación, tarea a la que ha dedicado plenamente su vida. Él está convencido de que la tarea educativa es el motor del desarrollo y es el mejor ambiente para forjar al ser humano y hacerle descubrir la pasión por el ideal de su vida. Formar para libertad y para la gestión de la propia educación que nunca termina. Como buen discípulo, y maestro, en la obra de Schoenstatt es un abanderado indiscutido de la labor educativa, un devoto y ardiente prosélito de su potencial revolucionario, un soldado victorioso de la enseñanza.
Monseñor Fausto: sacerdote ejemplar, formador de formadores, maestro de vocación, pastor preocupado, gracias por el testimonio de vida sacerdotal que nos entrega para las presentes y futuras generaciones. ¡Qué nuestra Señora de la Altagracia continúe bendiciéndote hoy, mañana y siempre!.