Me encuentro rodeada en el abismo de la soledad, donde la palabra no conoce ni su definición y mi cuerpo deambula ciegamente el entorno de manera desorientada. Arriba hay un río de matas que se mueven en conjunto, siempre practican ese baile y cuando el viento las acompaña, tras llegar tarde a las clases, las hojas se alteran y causan un efecto nuevo; ahora parece que hay olas pasando entre las multitudes, se mueven como si estuvieran respirando, ellas susurran la confesión de que están vivas y exclaman sonidos de lluvia para conmemorar la ausencia de ella.

Encuentro tranquilidad en el silencio porque lo adapté desde mis comienzos y a pesar del terror que se comparte hacia la ausencia del sonido, puedo aclarar que me ha enseñado a sobrevivir, que me permite respirar frescamente y relajarme. Al silencio no le acompaña nadie, no altera mis pensamientos dañinos, ni me ordena pánico. Esas cosas las mandamos nosotros mismos porque bajamos nuestras barreras y dejamos entrar la ansiedad, entonces como no hay algo que nos distraiga, terminamos ahogándonos en nuestras pesadillas. Pero, el silencio me permite reflexionar sobre esas maldades personales y me presenta métodos para abandonarlas.

Conocí mi verdad y mi rostro mediante el silencio, porque es allí donde anuncio mis pensamientos sin influencia de otro ajeno y veo lo que soy por lo que pienso. Mi búsqueda ciega para el abismo mudo que describí en los dos párrafos previos tiene como consecuencia la necesidad de aclarar lo que sucede externamente en este momento.

No me malinterpretes, no estoy poéticamente sola, ahogándome en lágrimas todas las noches hasta que la luna y el sol se vean. Simplemente me encuentro, en este instante, sin alguien conmigo. Pero, como lees solo este pasaje de mi historia, sin conocer mis rasgos, nombre o pasado, siempre me verás como una persona sola, esa es mi caracterización impuesta por ti; Te aseguro que no es el caso, solo me encuentro apartada en un lejano bosque intentando atrapar mi aliento y buscando mi regreso.

Empiezo a respirar profundamente y siento el sol acariciar mi piel y todas mis imperfecciones, besándolas y asegurándome de sus bellezas secretas, el viento hace lo mismo y me despeina mientras seca la sombra de mis lágrimas antiguas, envolviéndome en un abrazo caótico que me hace sentir hermosa y nueva, como si todos mis rincones corporales vuelven a nacer frescos y sin pecados. Por lo lejos escucho las aves cantar, las plantas abrazarse entre sí, aparte, siento la tierra debajo de mi derramar agua y contaminar mis pies, haciendo que me lleve ese pedazo de lodo como recuerdo. Todos estos sonidos que eliminan el silencio y zumbido de mis oídos me permiten reconocer que mi planeta está vivo y una sonrisa se pinta en mis mejillas del alivio que eso me hace sentir, es aquí cuando anuncio gratitud hacia la vida propia y la simpleza de ella.

En medio de mi meditación surge en mi subconsciencia, donde ni internamente hablo, una idea que escribo en mi libro con un lapicero que arranca a dictar invisiblemente y luego estampa mi creencia:

“Lo que tenemos por cierto es que si asesinamos nuestras diferencias físicas y desnudamos nuestra alma, podemos enterrar todo lo que hemos hecho en nuestras vidas; Entonces todo ese dolor y sacrificio, todas las quejas y gritos, así como las risas y recuerdos que declaramos nunca olvidar, serán una porquería frente a los jueces que declaran un castigo igualitario para los seres vivos, un castigo que cargamos por todos los abusos a la madre y otras razones ambiguas, una sentencia que es inevitable y el único que compartimos todos: la sentencia de la muerte.”

Por esto amo el silencio, me convierto en poeta y amante de mi planeta.