Una pareja amiga nos invitó hace poco a un grupo de dominicanos y mexicanos a cenar. Fue uno de esos reencuentros felices, como los que se suceden en estos días. Respirar sin temor un mismo aire hogareño en la proximidad del afecto, fue una exquisitez.
La anfitriona me alimentó con algo más que su ambrosía culinaria. Le pregunté cómo iba la recuperación de su negocio. Es dueña de un prescolar. Respondió a mi pregunta sobre el tema de aguda tensión en escala distinta. Me dijo: el prescolar como negocio va bien, se ha recuperado, pero los niños llegaron mudos. No hablan.
Aunque lo había leído, al escuchar la descripción de ella sobre la angustia de sus alumnos me puso en alerta. La psicología denomina regresión el comportamiento postraumático comprobada por la maestra.
Conocida la plasticidad cerebral los niños chiquitos, me pregunto, ¿dónde escondemos los adultos, con menos capacidad moldeable, el trauma de lo recién vivido entre 2020 y 2022?
Emancipados del encierro, pensaba en la mudez de los niños chiquitos. La gente adulta no parece afectada de ese modo. Basta repasar las opiniones que dejamos colgadas en las ramas de las redes sociales como “Las urracas parlanchinas” de Paul Terry (1887-1971). Somos por allí bromistas y provocadores como Heckle & Jeckle.
Es un dato interesante apuntar que las fastidiosas caricaturas son un retrato de conductas sociales de la posguerra. Según los historiadores William H. Young y Nancy K. Young, antes de la guerra, en los dibujos animados las aves eran tiernas.
En los días aciagos de 2020 escribí esta idea: “La pandemia nos alejó de la sensualidad del mundo exterior y nos abandonó al hueco negro de lo que no podemos explicar, pero estamos forzados a pensar… La poetisa cruzó ese pasadizo sin temor alguno…” (Té y Juana Inés).
Hemos vuelto a la sensualidad de ese mundo exterior, pero quienes volvimos somos otros.
El pasado martes, cuando tomé mi lección semanal de guitarra con Fernando “Nano” Capeans, donde soy, desde hace unos meses, una principiante equiparable al nivel Kindergarten, el maestro me puso un ejercicio.
Me pidió tres notas sueltas, SI, LA, LA. Desde ese momento sospeché lo que hacía. —Cosas de Cuché, pensé; ella es su esposa y mi amiga de antaño. Seguro le dijo: —Enséñale eso para que veas como pone interés en avanzar.
El profesor continuó solicitándome un LA, SI, DO#, RE, MI, FA, MI, RE, RE. No había dudas, le dije, sonreída, el título de la canción que me estaba tratando de enseñar. Sonreído también, pero sin desviarse del propósito de enseñanza de ese día, me pidió, finalmente, estas notas subsiguientes: RE, RE, DO, SI (bemol), LA, SOL, SI (bemol), LA, LA.
Al poner mis dedos sobre los toques DO# y SI (bemol), algo se contrajo dentro de mí. Como pasa con algunos temas musicales populares, la emoción varía y hasta llega a cesar de tanto oírlas. Ese primer hallazgo que provoca una melodía vibrante desaparece con el tiempo.
Sin embargo, al abrirse la morfología de esa composición entre mis manos, y en particular, al cruzar por esas notas en específico, la melodía me provocó un hondo sentimiento melancólico, una sensación de vacío.
Luego de dejarme ensayar varias veces esas dos primeras escalas, la que todavía ejecuto tan rápido como camina una tortuga, el maestro me formuló una inesperada pregunta. Me pidió que le dijera que sentía al oírlas.
He escuchado esa canción toda mi vida, pero nunca había diseccionado sus dos primeras líneas en el modo que se me pedía. En mi lenguaje profano le expliqué que la primera escala me parecía “alegre” y la segunda “triste”.
Capeans me explicó que el tema musical inicia en una escala ascendente, esto es, como una pregunta, seguida de una descendente, a modo de respuesta. Me pidió, además, que observara que las notas de una y otra se corresponden excepto por una variante. Me preguntó si lo notaba.
Contesté, casi adivinando, que hay una nota alterada en cada una, DO# y SI Bemol; y, que, de alguna forma, notaba una resolución entre una y otra escala, o dicho en un lenguaje aún más lego, sentía redondez o movimiento circular entre una y otra escala, junto a una mariposita en el estómago cuando pasaba por esas dos notas.
Acerté en lo primero. Para lo segundo, el maestro completó la lección práctica con una teórica y más precisa.
El avanzado músico egresado de Berklee College me explicó que esas dos primeras escalas en Yesterday (Yesterday, All my trouble seemed so far away (la primera), Now it looks as though they’re here to stay (la segunda), son conocidas en apreciación musical como modulación transitoria. También me pasó el dato de que el uso de notas alteradas es una particularidad de las composiciones de Los Beatles.
Luego de pasarme varios días opinando mucho en Twitter sobre bofetadas en el Oscar, casos de corrupción en las compras gubernamentales, o derechos de las personas que realizan trabajos domésticos, en las ramas enredadas de la comunicación social como una urraca parlanchina, descubrí, en estos dos episodios personales, que cargo un hueco. Es profundo como el que afecta el habla a los niños del Kindergarten. El viaje hacia adentro no ha terminado. Voy tras sus acordes.
El haber vivido entre 2020-2022 nos dejó ecos en tonos alterados por los que debemos saber transitar.