El envejecimiento demográfico: ¿Guerra entre generaciones? ¿Colapso financiero de los sistemas de pensiones?

 

El llamado “envejecimiento de la población” es un proceso globalizado e irreversible, del presente en los países demográficamente más avanzados, lo será en la primera mitad de este siglo en la mayoría de países en desarrollo, y a nivel planetario será el fenómeno demográfico más significativo en la segunda mitad del presente siglo. Este cambio ha dado lugar a lo que se denomina sociedad envejecida, es decir aquellas en las que predominan las personas mayores o en avanzada edad. Desde el punto de vista de sus implicancias económicas y sociales es tal vez la transformación más importante de esta época.

Dada la relación diferente que la población tiene con el consumo y las actividades productivas y reproductivas en las distintas etapas del ciclo de vida, la estructura de la población por edad tiene implicaciones importantes sobre las demandas y ofertas económicas y sociales. En las llamadas sociedades envejecidas predominará, por tanto, los patrones de consumo y uso del tiempo más propios de esa etapa del ciclo vital, originando la llamada economía envejecida, un fenómeno nuevo que en las próximas décadas se consolidará como dominante a nivel mundial y regional.

Sin embargo, dado que su aparición es tan reciente, no se sabe mucho acerca de las consecuencias a largo plazo del envejecimiento. No existen ejemplos históricos que sirvan de guía para afrontarlos. ¿Qué pasará con el crecimiento económico?, ¿se incrementará la desigualdad?, ¿son sostenibles los sistemas de apoyo intergeneracional para las personas mayores frente a estos cambios demográficos?, ¿el envejecimiento de la población representa una amenaza para las inversiones en la juventud? ¿habrá una competencia entre las generaciones de personas activas y los envejecientes o “ancianos”? ¿Cómo responderán los sistemas políticos a estos desafíos fiscales?

 

Si bien numerosos estudios han ido acumulando evidencias acerca de los impactos económicos, sociales, políticos y culturales que ha tenido y seguirá teniendo el envejecimiento, persisten lagunas de conocimiento, que son caldo de cultivo para la difusión ideas y de planteos alarmistas, en los que predomina una valoración negativa del envejecimiento, su percepción como un problema provocado por la baja natalidad, que se vincula a la pérdida de valores de familiares, conyugales, comunales, etc. En su versión más extrema pronostica efectos devastadores o catastróficos, como sería el colapso financiero de los sistemas de pensiones.

 

Si bien debe reconocerse que el envejecimiento plantea necesidades, retos y desafíos económicos y sociales a los que se requiere dar respuestas con políticas públicas, ello no implica tratarlo como un problema en sí mismo, que sea factible y requiera por tanto ser corregido. El envejecimiento es el resultado de dos de los más grandes avances o logros demográficos alcanzados en la historia de la humanidad, como son la prolongación de la vida y la reducción de la descendencia y el tamaño de la familia, y refleja los éxitos del pasado ​​en el desarrollo: el empoderamiento de las mujeres; la educación mejorada; mejor salud infantil, materna y reproductiva; y mayor longevidad, cambios que han contribuido enormemente a mejorar las condiciones de vida de las personas.

 

En el ensayo Miedos y falacias en torno al envejecimiento demográfico, el demógrafo Julio Pérez Díaz rebate estas visiones alarmistas, que en su versión más catastrofista y distópica pronostican un futuro sombrío, un “choque de generaciones”, en las que los perdedores serán las nuevas generaciones de trabajadores activos y potenciales en edad activa.

 

Para el autor, el envejecimiento demográfico se utiliza como coartada para una fiscalidad mínima y un papel decreciente del Estado en la redistribución de la riqueza. Sin embargo, “la evolución demográfica ha hecho posible una mejora notable del capital humano, ha aumentado la proporción de personas con historiales amplios de cotización, ahorro y acumulación de patrimonio, ha propiciado aumentos extraordinarios de la productividad del trabajo y de las clases medias, y todo ello inserto en un círculo virtuoso por el que los hijos se traen al mundo en menor cantidad pero mucho mejor cuidados y dotados”, y “no sólo ha mejorado la vida de las personas, sino que resulta sumamente favorable a Estados más fuertes, ricos y redistributivos”.

 

Estos adelantos lo atribuye a lo que denomina la revolución reproductiva, un salto de escala en la “eficiencia reproductiva”: “La clave teórica de la revolución reproductiva es que sus mediaciones pasan por la relación entre unas generaciones y las siguientes. La supervivencia infantil empezó a mejorar cuando los progenitores pudieron o debieron invertir y atender mejor a su progenie, pero este cambio, que puede ser sólo incipiente, se multiplica después cuando esos niños mejor atendidos sobreviven hasta llegar a adultos y empiezan a tener sus propios hijos. Este ciclo, autoacumulativo, se convierte en un círculo virtuoso que modifica por completo y con velocidad explosiva las dinámicas demográficas tradicionales”.

 

La democratización de las vidas completas no sólo aumenta el peso de los mayores. Ha asegurado también la fiabilidad y duración de todos los roles previos en el ciclo vital, ha permitido que todos los que nacen tengan la opción de llegar a adultos y procrear, en vez de fallecer prematuramente sin contribuir a la reproducción poblacional. La “madurez de masas” ha conllevado un sinfín de ventajas colectivas, empezando por la posibilidad de completar los ciclos de vida laboral o familiar). Eso se traduce en descendencias mucho mejor atendidas o en acumulación de ahorros y patrimonio.

 

El salto en la eficiencia de la reproducción puede conectarse directamente con el declive del trabajo reproductivo en las mujeres, el derrumbamiento del patriarcado, la privatización de la sexualidad, la reordenación de roles de género y edad, el envejecimiento demográfico y el alargamiento de las fases previas a la vejez en los transcursos vitales de las nuevas generaciones.

Concluye Pérez Díaz advirtiendo a los analistas financieros que consideran menos fiable la deuda de un país envejecido porque en el futuro se verá presionada por el pago de pensiones, a los economistas o políticos que creen que en ese país se produce menos ahorro que en países con pirámides jóvenes, los empresarios y planificadores que creen que su producción y competitividad se ven degradadas en esa comparación, que “No se puede seguir profundizando en este discurso alarmista para el que la proliferación de viejos es una amenaza a combatir, motivo de todos nuestros males, justificación de medidas anacrónicas e injustas”.

 

En otro ensayo de Pau Miret y Pilar Zueras titulado ¿Choque de generaciones? Envejecimiento y sistema de pensiones, se desmiente, mediante el análisis de la evolución de la relación de dependencia demográfica en España, la supuesta competencia entre las generaciones de activos y ancianos, como resultado de la caída de la natalidad, que conduciría en el futuro al quiebre o colapso del sistema de pensiones.

 

Con datos de la Encuesta de Población Activa, los autores muestran que el descenso de la fecundidad no ha producido una caída en la población en edad de trabajar ni ha incrementado la relación de dependencia aun nivel insostenible que cree tensiones en el sistema de pensiones. Esto se debe a tres factores: (i) la progresiva incorporación y más formadas de las mujeres al mercado de trabajo, que ha contribuido a aumentar significativamente la población adulta engrosando la caja de pensiones, (ii) el incremento potencial de la productiva por las generaciones recientes que ingresan al mercado laboral con mayor educación, y (iii) la inmigración recibida por España durante el período de expansión económica.

 

Concluyen Miret y Zueras que los factores demográficos solo han tenido una importancia secundaria en la dependencia en el mercado de trabajo, sino más bien el aumento de la dependencia es debido en parte al alto desempleo que ha forzado a la dependencia a una población en edad activa por no encontrar puestos de trabajo.