Las ideas, opiniones y reflexiones sobre la población y sus impactos en el funcionamiento de las sociedades datan de tiempos antiguos y han girado casi siempre en torno a problemas reales o imaginarios de cada sociedad en particular. Estas han sido planteadas, primero, desde el punto de vista religioso por los pueblos antiguos, semitas y arios; después, desde una óptica político, por la antigüedad clásica; desde un prisma moral por la Edad Media; de nuevo desde el punto de vista político durante el período mercantilista; a partir de fines del siglo XVIII, el enfoque económico es predominante. Desde el pasado siglo XX y hasta nuestros días la tendencia dominante es considerar la cuestión de la dinámica demográfica desde una perspectiva más económica, sociológica, histórica y antropológica, y con mayor rigurosidad y evidencias científicas.
Hasta el siglo XIX, la mayoría de las ideas sobre la población señalaban la conveniencia de una alta natalidad y las ventajas de un crecimiento elevado, percepciones que estuvieron condicionadas por la constante amenaza de brusco descenso, despoblamiento o extinción, en el peor de los casos, como consecuencia de catástrofes por fenómenos naturales, epidemias, hambrunas o guerras; el valor geopolítico de las personas para las guerras de defensa y de conquistas de territorios; y el valor económico de la población como productora y consumidora de bienes y servicios.
No obstante, ya en la antigüedad opiniones contrarias al alto volumen y crecimiento demográfico se encuentran en autores chinos como Confucio y otros filósofos antiguos chinos, quienes habían vivido experiencias de sobrepoblamiento que se traducían en periódicas hambrunas. Las doctrinas de Confucio con respecto a la familia, el matrimonio y la procreación favorecían el aumento demográfico. Los principales filósofos de la antigua Grecia declaraban su hostilidad contra toda extensión de la población más allá de cierta cifra, distantes de especulaciones religiosas o metafísicas al elaborar la idea de un tamaño óptimo de población -para Platón eran 5040 ciudadanos- basados en dos principios (autarquía: número adecuado de habitantes para ser autosuficientes y democracia, en un contexto de una sociedad con una población relativamente pequeña.
Si bien algunas ideas de la antigüedad pueden considerarse planteamientos hipotéticos sobre los determinantes de la dinámica demográfica y de sus impactos en la sociedad y la economía, así como medidas de política de política sobre la natalidad y/o la nupcialidad para aumentar o disminuir la población, en su mayoría eran simples especulaciones casuales, muchas de ellas fundamentadas en principios morales y dogmas religiosos.
Si bien desde la antigüedad las ideas y reflexiones en torno a la población estuvieron hasta las primeras décadas del siglo XX centradas sobre todo en el volumen y crecimiento poblacional, otros temas vinculados con la dinámica demográfica, como son la nupcialidad o conyugalidad, la procreación, la familia, la paternidad, el aborto y la sexualidad también han sido objeto de visiones contrapuestas y han generado polémicas. Así, los libros sagrados hebreos y los tratados de filósofos orientales dan mucha importancia a la procreación, favoreciendo la natalidad. Los tratadistas cristianos primitivos y medievales, al igual que los hebreos y musulmanes, favorecen la multiplicación, considerando los asuntos demográficos desde un punto de vista ético y moral. En los textos sagrados de las religiones occidentales y orientales se condena la poligamia, el divorcio, el aborto, el infanticidio y el abandono de los hijos, y se glorifica la virginidad y la contención sexual o celibato.
Las ideas que favorecen el crecimiento demográfico, ya no por razones morales, políticas ni religiosas sino económicas germinan en el período mercantilista. Durante los siglos XVII y XVIII proliferaron las teorías sobre la mejor gestión de la economía estatal, que veía en la población un factor importante para el poder económico de cualquier reino. Favorecen el crecimiento demográfico como ventajoso, pues aumentaba el producto, la competitividad y la eficiencia de la economía.
Desde mediados del siglo XVIII, con el inicio del crecimiento demográfico elevado (exponencial) y sostenido (ininterrumpido durante casi tres siglos), las ideas pro natalistas empiezan a debilitarse y ceder terreno ante las opiniones que favorecen un crecimiento demográfico contenido, controlado o más equilibrado. Es el inicio de la era del crecimiento demográfico y pensamiento en población modernos, en la que el natalismo o poblacionismo se contempla cada vez más como un antecedente arcaico y de escasa fundamentación empírica.
Es la época en que la Demografía se erige como disciplina científica autónoma a partir de los planteamientos de Malthus de inicios del siglo XIX. Antes y con posterioridad a los Principios sobre la Población, convergen en el desarrollo de esta nueva disciplina una amplia gama de pensadores y autores provenientes de diversas ciencias sociales ya consolidadas (economía, filosofía, política, antropología, geografía, derecho), naturales (biología, genética) y básicas (matemáticas, estadística, cálculo actuarial, medicina, salud pública).
Pese a los esfuerzos e intentos de rigurosidad científica en la construcción de un cuerpo de conocimientos teóricos y empíricos para el abordaje de la población desde los pioneros trabajos y reflexiones basadas en evidencias estadísticas de John Graunt y Petty desarrollados desde la escuela de pensamiento de la Aritmética política, el objeto de estudio de la demografía, además de ser de los más complejos, ha sido uno de los más polémicos e ideologizados. Las reflexiones, estudios y debates sobre la población y las políticas demográficas para modificar la dinámica demográfica han estado marcadas por intereses y enfoques ideológicos, políticos, morales y religiosos, en algunos momentos o períodos más que por el análisis de la dinámica poblacional y de sus causas y consecuencias.
La demografía es una ciencia social, pero su objetivo de estudio y los temas que aborda tiene también implicaciones propias de las ciencias políticas, y, por tanto, pasibles de instrumentalización política. Así, la demografía, por ejemplo, ha sido, desde su nacimiento, una estupenda manera de asustar. Uno de sus usos más frecuentes es despertar miedos, revelar un futuro distópico de desastres que sólo se podrá evitar si se emprenden con urgencia decididas políticas demográficas. Con estas intenciones se han construido una “galería de apocalipsis, decadencias, armagedones, cataclismos, inviernos y otros desastres demográficos que deberían asustarnos muchísimo a todos”.
El natalismo, habitualmente asociado al ultranacionalismo, al militarismo y a medidas para restringir la inmigración, especialmente en los años treinta, quedó muy desprestigiado al llegar la segunda mitad del siglo XX. El inesperado baby boom de los años 50 y 60 en los países desarrollados y los inicios de la llamada explosión demográfica en los países del tercer mundo condujeron a concepciones muy diferentes de la política demográfica adecuada. Se produce una resurrección de las ideas del maltusianismo o el control natal que estuvieron de moda en las primeras décadas del este siglo. En los años 60 se instala a nivel mundial la paranoia de la amenaza del boom (la bomba) demográfica, que se equiparaba al de la bomba atómica.
A los argumentos sobre las dificultades que el excesivo crecimiento demográfico supone para la capacidad de desarrollo económico, en los años sesenta y setenta se unen los que tienen que ver con el agotamiento de los recursos naturales, especialmente los energéticos. Si bien los pronósticos de las versiones más alarmistas del neomaltusianismo de los 60 fallaron, en parte a causa de la revolución verde y el descenso de la natalidad (que ya estaba descendiendo cuando el apocalipsis se anunciaba) la perspectiva resurgió desde el debate sobre el uso de los recursos y la depredación ambiental. Son los años en que las grandes fundaciones estadounidenses, como la Ford, Rockefeller, Mellon, Carnegie, etc. tuvieron un papel fundamental en el desarrollo de la demografía como disciplina.
Ya en las últimas dos décadas del siglo XX, los planteamientos y la reflexión giran en torno a cada uno de los componentes de la dinámica demográfica (fecundidad, mortalidad y migración), las relaciones entre ellos, sus determinantes, sus consecuencias y su evolución. Desde los años 80, el otrora “problema” del alto crecimiento demográfico y el uso de anticonceptivos o la “planificación familiar” en la agenda de población y desarrollo son desplazados por nuevas problemáticas y nuevos temas demográficos, como son la salud sexual y reproductiva, el bono demográfico, la equidad de género, juventud, envejecimiento, las inmigraciones y las emigraciones internacionales, la mortalidad materna, la fuerza de trabajo o el mercado laboral, las remesas, las diásporas y comunidades transnacionales, los problemas ambientales provocados por las aglomeraciones urbanas, los asentamientos precarios y el uso y consumo degradante de recursos naturales.
Si bien muchas de las ideas, doctrinas y planteamientos antiguos y modernos han sido desmentidos o no confirmados por los estudios y datos más recientes de las últimos siete u ocho décadas, algunas persisten como mito o axioma, resurgen o reaparecen, mientras que otras nuevas se construyen a partir de los nuevos problemas demográficos, pero ancladas en el pensamiento más atávico. Si bien los temores de un exacerbado crecimiento son cosas del pasado, se sigue apelando a miedos atávicos a la despoblación, y en su versión más catastrofistas y casi apocalíptica a una extinción de la población mundial, apelando a un “collage” ideológico de origen natalista, en el que ciencia, moral y política, aparecen estrechamente unidas, y sobre cuya base, la extrema derecha o su entorno más próximo, no dudan en “argumentar”.
En estas las últimas décadas el natalismo experimenta una evidente recuperación, de la mano del creciente conservadurismo internacional y del resurgir de los discursos ultranacionalistas, al que se suma la tradicional oposición al aborto, los anticonceptivos o la igualación de la mujer por parte de algunas de las más importantes confesiones religiosas. El retorno a los anteriores núcleos de preocupación demográfica es sólo un espejismo.
Afortunadamente, como bien apunta el destacado demógrafo español Julio Díaz, con los recursos teóricos y metodológicos y datos con que cuenta hoy la Demografía “es posible ahora desmentir y poner en su lugar multitud de arcaísmos y tópicos interesados sobre las causas y las consecuencias de la dinámica y estructura poblacional actual. Es demostrablemente falso que la modernización demográfica resulte de la degradación moral, el auge del individualismo, la traición de la mujer a sus deberes conyugales, familiares y patrióticos, las perversas políticas estatales cautivas de malignos progresismos o de la “ideología de género”.
El pensamiento crítico en demografía tiene que desmentir las falsedades que se emplean en la construcción de esos discursos, y a la vez tiene que desentrañar las distorsiones y desmontar los estereotipos que se utilizan para reforzar esas argumentaciones.