La razón como voluntad y el conocimiento para decidir contribuirían a la acción propia, no coartada y libre.  Sin embargo, esa acción topa con factores como la moral y las leyes a las cuales se sujeta el individuo para negociar su inserción en el grupo. Estas se practican sesgadas y terminan favoreciendo intereses y coartando la práctica del otro.  Cuando se introducen  mecanismos de manipulación y control se hace más oscura la definición de libertad. La psicología le aporta al manipulador dos herramientas: el entrenamiento de persuasión domesticador, y el miedo como sugestión  conducente a la sujeción

Hemos sido testigos de muchos acontecimientos históricos en los cuales los ostentadores del poder utilizan conceptos seductores para enmascarar estrategias de expansión, enriquecimiento o dominio. De este modo se inoculan ideas erróneas en sujetos que luego defienden hasta la muerte su error de razonamiento. Luciano Canfora, en su libro “Exportar la libertad”, reseña como Jenofonte celebra la caída del muro ateniense como un acontecimiento de liberación.

No estoy seguro de si existe una lógica de la libertad mientras exista la coacción. Como encontramos en las religiones, donde la libertad de elegir esta cooptada por el castigo.  Las libertades públicas y el orden social son diseños acomodados para el bienestar de las élites. Las acciones de los usuarios, como nueva clase social, solo sirven para incrementar el poder de los  apropiadores,  y dichas acciones están sesgadas por la manipulación del razonamiento  inventada por los  tecno-informáticos.

Se podría considerar al saber como agente liberador. Empero, esta tesis foucaultiana no tiene asidero en nuestro país, puesto que aquí el no saber ha ostentado, procaz, el poder. Hemos tenido presidentes sin formación intelectual. Asistimos a una evaluación de magistrados para la Suprema Corte de Justicia, donde el evaluador era menos que bachiller.  Todos los días escuchamos estultos que con lenguaje de alcantarilla nos arrojan a los ojos su poder político y económico. ¿Cómo es eso posible? ¿Qué ocurre con el razonamiento medio de los ciudadanos?

En psicología se estudian y clasifican los sesgos cognitivos como desvíos del razonamiento e interpretaciones incoherentes que pueden ocurrir por:  a) confirmación, cuando creemos que una nueva información tiene más  peso que nuestro razonamiento previo; b) desinformación, este sesgo ocurre cuando recurrimos a huellas de la memoria para explicar algo; c) heurística de la disponibilidad, asumir como cierto lo primero que nos llega a la memoria. Tomamos estos tres como ejemplo de sesgo, en particular este último, puesto que en nuestra cotidianidad recibimos y reproducimos los inmediatismos de presuntos analistas.

Con esas herramientas de (i)razonamiento, nos enfrentamos cada día al bombardeo de la publicidad y la propaganda transformada esta última en relaciones públicas, para construir nuestra opinión y subsecuente toma de decisión, con el agravante de la tasa de analfabetismo real y funcional. Además, psicólogos conocedores del fenómeno se convierten en “técnicos” de la manipulación que significa la persuasión y la seducción. El sujeto persuadido cree que decide por sí mismo. El seducido, al estar fascinado por el objeto, no se pregunta sobre  qué  o quién   ha decidido.

Vamos al mercado por lo banal y no por lo utilitario. Esta frase se aplica a múltiples campos de la cotidiana “toma de decisión”. Por ejemplo, todos sabemos que la música es un arte donde se manifiesta ritmo, color, melodía, armonía, combinaciones de tonos, intensidad.  Sin embargo, consumimos un ruido sordo y monótono, y en poco tiempo le llamamos “música”. Lo peor, por el sesgo cognitivo, terminamos afirmando que eso forma parte de nuestro gusto musical. En la compra de un bien, ya aquella fórmula  de relación  precio-calidad, ha sido sustituida, pro-fascinación, por promesas imposibles servidas como slogans: “apagar la sed” consumiendo azúcar.

Pro-fascinación  es un neologismo propuesto para referirse al deseo de alcanzar la promesa, el cual, siempre insatisfecho, introduce al usuario en una espiral de compra como el caballo desbocado detrás de la zanahoria colgando de su cuello. Esto contribuye, también, a la obsolescencia del bien. No hace falta que se programe su deterioro, la mente sesgada se encarga de pasar de un modelo a otro por lo que podríamos llamar  insatisfacción programada.

Los asesores de candidatos y gobiernos saben, teórica o empíricamente, que los usuarios  no necesitan programas de gobierno, sino que basta con la homogenización de la opinión pública, convirtiendo el rumor en análisis y los eslóganes en consignas vacías. Las consignas son enunciados que apuntan a ideas, el slogan es consigna sin idea. Escuchamos rugir el león en momentos en que había salido de la manada; vemos llegar a papá con ideas de abuelo; “hacer lo que nunca se hizo” nos hunde en la incertidumbre. Y un último, el slogan exitoso, “cambio”, debe despertar la discusión de si es posible cambiar con el mismo sistema.

Comprar y votar están, por tanto, dominados por la misma lógica de mercado. La libertad está a la venta. La estructura dominante de la sociedad nos ha convencido de que lo banal, lo efímero y lo ilusorio son los valores de la democracia. La autonomía es arena movediza que se deslizan hacia la reproducción del poder en una sociedad sin bordes y, por consiguiente, con moral y leyes decorativas, solo aplicables como herramienta de afianzamiento o dominación. Vivimos en un imaginario diseñado por otro, seducidos por un juego sin árbitro, acomodados en la ensoñación que, por alejarse tanto de la realidad, solo podemos llamar esquizo.

Quizá, un segundo periodo sea propicio para un primer paso: alfabetización política para cambiar el cambio.

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