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Agatha Christie en Coworkerspace de Deviant Art.

El 15 de septiembre de 1890, en el suroeste de Inglaterra, nació Agatha Miller (conocida por el apellido de su primer esposo, Archibald Christie), quien se convertiría en la autora inglesa más leída después de Shakespeare, superando en ese idioma a todos los autores de manga, de novelas románticas y hasta de misterio, como ella.

Día por día ciento dieciocho años más tarde, un lunes, Lehman Brothers, que hasta ese entonces había sido reconocido como uno de los mayores grupos proveedores de servicios financieros de los Estados Unidos, presentó su estado de bancarrota, una de las más grandes que se hayan registrado en ese país porque se trataba de activos de más de seiscientos mil millones de dólares, en cuyo manejo se involucraban más de veinticinco mil personas.

Pocos días antes, junto a otros banqueros, tuve la oportunidad de escuchar a un empleado de esa firma tratar de ofrecernos luces sobre lo que se denominaba entonces una crisis hipotecaria. Psicóloga de formación que soy, yo estaba fascinada con el carácter interpersonal con el que oía al presentador describir la creación de algunos instrumentos de inversión. “Es extraño estar hablando de esto porque una de las mujeres que ideó esa herramienta se sentaba al lado de mí hace unos años y yo ví su evolución dentro de la compañía”.

También fue interesante ver que las preguntas del público estaban directamente relacionadas con las funciones laborales que cada cual desempeñaba. Un encargado de finanzas preguntó que si acaso la gente estaba reportando los estados financieros de alguna manera insólita. “No, no, todo esta información ha sido de conocimiento público, como estipula la ley”, le contestó el expositor. Ante lo cual él hizo un comentario que nunca se me olvida: “Los datos financieros se siguen para entender lo que está pasando, no para cumplir con un requisito de presentar unos estados. Si alguien los está anotando, tiene que saber lo que está leyendo”.

Otro participante, un hombre que ocupaba un alto puesto en el análisis de riesgo preguntó quién era el responsable de reconocer el valor de las casas sobre las que se estaban otorgando esos préstamos increíbles. “Tiene sentido que seas tú el que pregunte eso”, respondió el charlista.  Y un tercer miembro del público, que obviamente disfrutaba y se tomaba muy en serio su rol de estratega, preguntó sobre la posible extensión del daño más allá de las hipotecas. Él quería saber hasta dónde podía llegar el panorama que nos estaban presentando. Por supuesto, el conferencista se quedó corto, porque llegó a mencionar que negocios como “Bed, Bath and Beyond” y las tiendas de accesorios de decoración podrían también tener problemas financieros en el futuro, pero no vio que, mientras él tomaba su vuelo de regreso a los EEUU, otros de sus colegas estaban buscando la mejor redacción posible para las cláusulas de la declaración de bancarrota donde todos trabajaban.

Como si se tratase de personajes de una novela de misterio, el charlista y muchos de sus colegas eran incapaces de reconocer que tenían las claves del asesinato justo delante de las narices. Un caso de ceguera colectiva. Afortunadamente, con el transcurrir del tiempo, hemos tenido acceso a numerosos informes y hasta a películas que demuestran que más de un personaje de esta fantástica novela quiso ponerle el cascabel al gato. Y es que, como lo dijo el encargado de finanzas espontáneamente ese día, hay que saber lo que uno está leyendo.