Joven abisinia

En su libro de memorias "Lejos de África" Isak Dinesen narra la fortaleza y dignidad de las tribus africanas vinculadas a su cafetal que llegarían a ser para ella auténtica enseñanza de vida y lo mucho que aprendió de su profunda atención a los pequeños detalles. Personalmente, nunca había caído en la cuenta, ni reparado con suficiente detenimiento en que -al igual que ella-  yo también tengo un algibe, una fuente profunda de cuyas aguas beber cuando debo enfrentar la vida. Y puede que lo mejor de todo ello sea el hecho de haber logrado darme cuenta, de  manera inconsciente, de que ese sedimento siempre ha estado ahí, al alcance de mi mano para defenderme. Para entenderlo he de detenerme, ante todo, en mi familia materna; en mis tíos Federico, Rosa, Lico, Grillo, Toña, Memela, Nico, Arsenia y en todo lo que ellos han supuesto para mí.

 

Lo primero que debo confesar con orgullo es que tengo los tíos más hermosos del mundo. Son negros de pelo lacio y facciones muy delicadas, mestizos de extraña mistura. De las  mujeres, sobre todo, se puede afirmar sin rubor que parecen todas sacadas de una revista y no precisamente por lucir un tipo de belleza efímera y superficial, sino por poseer un porte único, esbelto y elegante dotado de una fuerte personalidad. Comentan mis amigos que parecen proceder de negros "abisinios".

Pero no sólo su porte es diferente sino que todos ellos son  verdaderamente especiales. Cada uno tiene anécdotas dignas de ser contadas, que suponen un enorme pozo de sabiduría. Por razones de espacio y aunque me gustaría hablar uno a uno de mis tíos, voy a dar solo unas cuantas pinceladas acerca de algunos de ellos y de su peculiar forma de ser.

 

De los varones Nico fue, desde su juventud, el más elegante de todos; una especie de Denzel Washington moderno. En una ocasión, mientras caminaba por el pueblo con mi esposa, nos detuvimos a saludarlo y él me recriminó el hecho de no haberles presentado anteriormente. Me advirtió que se trataba de un peligroso descuido, ya que de encontrarla sin mi presencia hubiera logrado enamorarla y en ese caso, sin duda, hubiera sido culpa mía. Para defenderme de tan imprevista acusación, le respondí -en el mismo tono- que por fortuna yo le había aconsejado que en el caso de encontrar en su camino a un hombre alto y buenmozo, no le hiciera el menor caso, ya que lo más probable es que se tratara mi tío Nico. Él fue así desde siempre, un hombre alegre y desenfadado.

 

Otro de mis tíos, Lico, es no solo el más cascarrabias sino a la vez un ser tierno y profundamente cariñoso. Cada uno de sus sobrinos le parece el más bello de todos, una manera de ser generosa y amable que le hacía quedar bien con nosotros y que nos hacía sentir especiales.  Su  estilo abierto y espontáneo me enseñó a halagar de modo natural y  a ofrecer cariño  a borbotones a las personas que encuentro en mi camino.

Adolescentes abisinias

Por último quiero detenerme en  Memela que es, secretamente, el punto de partida de este artículo. Desde siempre estuve seguro de que si ella hubiera llegado, en algún momento de su vida, a sentarse al lado de la princesa de Mónaco hubiéramos dudado de cuál de ambas merecería  más el título. Y es que mi tía, a sus noventa y dos años, sigue siendo una mujer esbelta de pelo corto y cano, que luce invariablemente un hermoso collar de cuentas gris en torno a su cuello. Me recuerda mucho a mi madre, Bartolina, que nunca dejó de adornarse con el suyo ni permitió ser vista privada de ese porte altivo y refinado, seña de identidad inequívoca en los miembros de su familia.

 

El caso es que hace tan solo unos días caminaba frente a su  casa y pude observarla mientras disfrutaba del transcurrir cotidiano de la gente. De repente pude intuir que me había distinguido a lo lejos, pero simulaba no verme para probar si yo era capaz de pasar ante su puerta sin detenerme. Le estropeé el juego y cruce hasta su lado para iniciar uno de esos diálogos tan suyos, agudos y de lo más placenteros.

–Estaba esperando que pasaras sin detenerte.

— Lo sé tía. Te conozco, dije y se echó a reír ante mis palabras mientras yo la abrazaba.

— Mi tía y cómo va de salud?

— Yo estoy muy bien a pesar de algunos achaques de mi edad…

— Pero me parece que no deberías de estar aquí sola y parada en el frente de la casa.

— Ahora tú estás cómo mis hijas, que no están viviendo su vida a toda capacidad por estar cuidándome y yo ya les digo que yo me cuido sola. Aquí volvió a reír y agregó – Deivi, te voy a contar lo último que me sucedió cuando fui al médico.

– Después de ver mis placas médicas con detenimiento y de hacer un análisis de las mismas llegó a la conclusión de que yo debía sufrir de terribles dolores  por cierta desviación en mis caderas. Me advirtió con seriedad que no podía arriesgarme a caer y que debía mantenerme el mayor tiempo posible sentada. Le escuché con toda mi calma y al final, mirándole a los ojos le pregunté si había terminado. Asintió y yo le respondí: bueno doctor, lo primero es que no tengo ningún dolor en mis caderas, las siento como nuevas. No sé de dónde le sale a usted un dolor que yo no tengo y lo segundo, usted me pide que me siente y que evite en todo momento caer. Pues le voy a decir que eso es imposible por dos razones. Una porque no me voy a entregar a estas alturas de mi vida a una silla y a la inmovilidad de mi cuerpo. La otra y la más importante,  es que ante una caída lo único que le queda al cuerpo es levantarse y para eso he estado preparada toda la vida.

Lo cierto es que me conmovieron profundamente sus palabras. Le di entonces un fuerte abrazo y pude comprender de dónde procede la fortaleza que habita en mí.