Como cada mañana me levanto temprano. A veces tardo en hacerlo porque me digo que no tengo por qué levantarme. Aunque estoy despierta desde la madrugada, y es justo, pues si me acuesto con las gallinas, lo más normal es que esté desde el amanecer cantando como los gallos.

Casi siempre doy vueltas y vueltas en la cama, enciendo la televisión y me acomodo de ladito. Ahí echo mi último sueñito. A más tardar, las seis, alzo el vuelo. Subo a regar mis plantas del jardín, me quedo un buen rato meditando en un “jaragán” y cuando creo que ya es suficiente, bajo a realizar mi rutina diaria.

Cuelo mi café, pongo en la sandwichera mi pan con queso y jamón y ya listos, me siento en un sillón a degustarlos tranquilamente.

Yo pensaba en días pasados que uno no sabe para quién trabaja. En una oportunidad escuché al predicador católico Salvador Gómez decir que la gente debía disfrutar su dinero, que viajara, que hiciera cosas que le hicieran felices, que para qué dejar tanto, pues uno no sabía al final quién lo iba a disfrutar.

Mis hijos tienen muchos amigos. El mayor tiene diferentes grupos. Muchos que podrían ser sus padres o madres. Yo eso lo valoro, porque veo le da vida a personas que generalmente no son tomadas en cuenta por los jóvenes.

Las personas que no tienen apegos, menos de las cosas materiales, viven moviendo los enseres de “aquí pa’llá y de allá pa’cá”. Por ejemplo, yo tenía un sofá cama, alguien lo necesitaba, pues se lo di. Mi amiga Carmen Antonia tenía los muebles antiguos de su mamá y como sabía que siempre quise tener unos, me los regaló. Así cantidad de muebles que viajan de casa en casa.

A la casa de uno de esos amigos de mi hijo llegó un sillón de piel. En realidad, se lo habían regalado a su hermano, médico. Éste no lo necesitaba en su casa y se lo llevó a ese hermano que le preguntó a mi hijo mayor si lo quería, mi hijo me lo trajo a mí.

El sillón me ha venido de lo más bien, porque ahí es donde me siento a tomar mis primeras comidas de la mañana. Es la única que no tomo en la mesa con mantel y todo, costumbre de mis padres y es que prefiero no dar solemnidad a esa comida y disfrutar de ese espacio especial.

La procedencia de ese sillón que vino a parar a mis manos, viene de un muy reconocido periodista que falleció en meses pasados y a quien solo conocí a través de la televisión. Él se lo regaló a su amigo y ya vieron el recorrido que dio hasta parar en mi casa.

Tengo una lámpara de pedestal justamente detrás de ese sillón que me proporciona luz suficiente para leer plácidamente. En una mesita contigua, una serie de libros que leo a la vez. A veces devoro un ejemplar de un tirón, pero otras veces y de acuerdo a mi estado de ánimo leo uno que otro.

En nuestro caminar conocemos personas. Por cosas del destino, mi hijo conoció a un periodista y escritor, él le regaló dos ejemplares de sus libros. Trayéndome para mi casa mi hijo me dice que le pase unos libros que están en el asiento trasero del carro. Cuando vi sus títulos y los hojeé, me parecieron interesantes y le dije que me los iba a llevar. Los tengo en mi mesita contigua al sillón y cada mañana los leo y los releo. Son cuentos cortos y crueles, con humor negro buenísimo y los he disfrutado a más no poder, porque cada uno tiene un desenlace inesperado. Su autor es el Sr. Eloy Alberto Tejera. Muchos de esos cuentos se los comento por teléfono a mi amiga Idalia y nos morimos de la risa. ¡Qué ingenioso escritor!

Dijo el actor argentino Guillermo Francella que es más difícil hacer reír. Cualquier drama es fácil de interpretar, pero hacer que la gente ría con una postura, palabra, diálogo, es tarea dura.

Escribir la historia es fácil, las tramas de muchas novelas, también lo es. Escribir algo inverosímil, creo que es la tarea más difícil.

Una de mis novelas favoritas en la vida es “Cien años de soledad” de García Márquez. Solo una mente privilegiada es capaz de escribir una historia en donde hay tantos personajes entrelazados, que para seguirle el paso hay que ir hacia atrás para no perderse y situaciones que no todo el mundo es capaz de crear, solo una mente como la suya lo puede hacer. Sus cuentos son también únicos.

Isabel Allende también me encanta. ¿Será que soy amante de lo que no es común, en donde se pintan imágenes que no pueden ocurrir, pero que están dentro de la imaginación?

¡Qué bueno que existan personas capaces de plasmar en unos pliegos de papel algo que hagan reír o transportar a un mundo mágico a través de la lectura!