En un mundo editorial recargado de proezas bibliográficas, el libro de Eduardo Guillot (Rock en el cine: La máscara, 1999), constituye un sabio misterio. A través de una técnica confiable y revestida de alguno que otro cherry, el autor busca darnos la información correcta. En secciones cortas, la resolución del misterio nos ayudará a comprender el Cosmos (como hicieron tantos otros), y algunas que otras leyes ocultas. El póster elegido como entrada del libro, página tres, es el utilizado para la película The Last Waltz, El último Vals, de Martin Scorsese. La conclusión es que no la tenemos en nuestros archivos (que pueden ser miles).

Debido a la fantástica cronometría de los hechos, algunos de los que han entrado en este libro se van con la misma impresión: se ha hecho el inventario correcto. En los años de planeamiento de la obra (en la sección de música de la editorial), iniciar la crónica le ha significado al autor una larga travesía. Algunas veces difícil pero otras enriquecedora, la maniobra no escatima la propuesta de ver cada film. Con este trabajo, se busca determinar la importancia crucial de la banda sonora. Un ejemplo: See my music talking con el título alternativo de Experience, dirección de Peter Neal y música de Jimi Hendrix, un film de 1971. Por ahora, elijo tres películas de las tantas que están cronometradas como una manera de atizar la imaginación del lector, siempre a la saga de nuevas películas que ver, aunque ahora Netflix y las demás plataformas, inundan el interés y el tiempo a través de las milimétricas series. Pero ahí van: Que no pare la música, de 1960, con la dirección de Nancy Walter y Guión de Bronte Woodward y Alan Carr. Intérprete: Village People, y otros. Pink Floyd, El muro, 1982, con la dirección de Alan Parker (Fama, El corazón del ángel, The commitments), con la participación de Bob Geldof. Sweete Toronto, 1970, dirección de D.A. Pennebaker, intérpretes Jerry Lee Lewis y John Lennon.

Sobrevive a través de los tiempos, un clásico que vimos en la infancia por HBO o Cinemax (no recuerdo quien lo hizo): Rattle and Hum, de U2 y que está incluido. Pensar en Bono y la clásica visita que le hizo al Papa en algún momento, a la par de la ausencia que le vemos en los medios, nos reafirma que es una persona que tendremos que guglear: su fama es de vértigo y queremos saber qué hace por estos días. No sabemos ni si quiera quién es su esposa.

En una perspectiva crítica que algunas veces nos asombra, concentrado en la cosmovisión de cada trabajo, Eduardo se ha desmarcado de una especie de ideologización de los eventos de la producción: todos somos espectadores. Los hechos solo tienen que ver con lo explícitamente narrado: asistimos, como quien se embarca en una larga odisea por la historia del cine, a una crónica que privilegia un universo en sí mismo: el rock y sus variantes. Strictu sensu, se nos explica en 312 páginas, lo que podíamos ver y lo que podíamos escuchar bien entrado el Siglo Veinte (así con mayúscula).

No es para nada extraño que para la portada del libro Guillot haya escogido (lo escogieron sus asesores gráficos), la foto de Kurt Kobain, a quien vimos cuando lanzó sus enormes hits en una época perdida en la decadencia. La película Easy Rider, y la foto de Los Beatles en la película Hard Days Night continúan con el diseño gráfico, un objeto listo para exhibiciones. En las más variadas ciudades (el libro se ha exportado a muchos lugares), el observador piensa en las locaciones donde todo esto ocurrió bajo las cámaras de algún director creativo de hace algunos años.

En la reveladora bibliografía de Guillot tenemos, los clásicos: Aguilar, Carlos, Guía del video cine, Madrid, 1997; Burt, Rob: Rock and Roll, the movies, New Orchad editions, Poole, 1983; la clásica Hollywood rock de Marshall Creanshaw en Haper Collins, New York, 1994, Vicente escudero, Dylan, Luces y sombras, La máscara: Valencia, 1993. Valencia, Manuel, Shauna Grant, La muerte camina con tacón alto, en 2000 Maníacos, No 13, Valencia, 1993. Varios: Historia Universal del Cine. Planeta, Madrid, 1982. Como otros textos, imposible leerlo todo en un solo día. Para las próximas semanas, tienes mucho que leer para entender este afán de cronometrarlo todo, lo que hace de Guillot un historiador preclaro, un testigo de su tiempo, a la vez que un intérprete de las más variadas corrientes artísticas. En otros interesantes trabajos, se encuentra la escritura sobre Ramones, Hole, Pretenders, Iggy Pop, Traci Lords, Dover y Stephen King, a la par de una Historia del rock que para que te cuento. En otro momento, intentemos conseguir su historia a ver que nos trae aquel edificio que hará sentido con todo lo que hemos experimentado en treinta años.

Luego de la caminata por todo el escenario, llegamos a la foto del póster de la primera página: Year of the Horse, un film de Jim Jarmusch con música de Neil Young y Crazy Horse en directo. En encantados de haberse conocido, el título del fantástico prólogo, se nos indica cual es la opción general de la obra, sin pedirnos que compremos más chocolate (eso lo hacemos sin que nos digan), a la par que nos damos cuenta de la provocativa foto de una chica en la contraportada, la que no puede ser sino Courtney Love. El volumen tiene 450 películas rastreadas como en un largo camino que no debes abandonar en la primera lectura: las sorpresas se suceden una tras otra, al ritmo de los años.

Hace algún tiempo, fuera de los efectos de las series, abandoné el libro para narrar lo que experimenté la última vez que asistí a una pantalla gigante: entré con un chocolate de la mano a una de las inmensas salas, pero lo obvio era obvio: no sabía bien a ciencia cierta lo que iba a ver. Aunque no tenía la canción de Bob Dylan que dice Bono que se llevaría a una isla desierta, aunque no era el artista que había hecho la música, me pareció adecuado mirar el reloj para darme cuenta que estaría dos horas perdido en una ciudad de Santo Domingo que tiene otras escatologías fantásticas. En las últimas horas, no sabía yo qué película iba a ver: había entrado a una sala al azar justo en el momento en que comenzaba la proyección, ya con los chocolates comprados.

En el cine, me pareció del todo correcto (en esto el azar cumple su cometido, el Cosmos funciona como una lenta máquina para atizar sorpresas que luego descubres impresionado) que la película fuera del terror que tanto nos gusta por esta época. Algunos vamos al cine a que nos despierten, a que nos den un jamaqueon para que los sentidos entren en funcionamiento. Para los efectos especiales, Guillot nos hubiera dicho que antes de entrar miremos al póster. La intención es ver quién hizo la música: técnica que no nos parece descaminada. ¡Hágase la luz y la música! Como nos explica este libro, la música es mucho en una película: por eso los productores la cuidan en cada proyecto. Es uno de los vértices esenciales, (ineludibles) en la rueda de cualquier historia.