Llevo un buen tiempo soltera. En parte circunstancial, en parte decisión personal. Contrario a etapas pasadas, me encuentro en un interesante momento de madurez en que no he querido ni pretendo bajar mis expectativas de lo que a estas alturas de mi vida sería aceptable en una relación. En esencia, compartir espacio y energía con alguien que tenga sentido de introspección y venga trabajando en sí mismo, una fórmula que he descubierto requiere de mucha paciencia.
Mientras se alinean las estrellas, disfruto mucho de mi libertad, y me mantengo escuchando a mujeres que me rodean, en particular aquellas en proceso de hacer el trabajo personal, en ocasiones doloroso y a la vez satisfactorio, de sentir, crecer y sanar. Yo, y casi todas ellas, casadas, divorciadas o solteras, hemos -y algunas siguen- lidiando con una especie de pared emocional en lo referente al tema de parejas -específicamente con hombres heterosexuales- que se resisten a hacer el esfuerzo que requiere conocerse y evolucionar. Y me adelanto a aclarar con los que me acusen de generalizar… sí, sí, por supuesto que hay excepciones, y sí, por supuesto que las mujeres no están exentas de cierta responsabilidad. Me río sola, porque es como si conociera la reacción en piloto automático del colectivo que se pueda sentir afectado con mis observaciones, como si se tratara de un ataque personal. Calma pueblo, que no cunda el pánico; aunque por otro lado, al que le sirva el sombrero, que se lo ponga.
¿Por dónde iba? Ah, sí… trabajo personal… En fin, gracias a mi oficio de actriz y a mis veinte años viviendo en la cosmopolita ciudad de Nueva York, mi entorno es muy diverso, y cuando menciono a las mujeres con las que vengo conversando, me refiero a nacionalidades sumamente diferentes, que abarcan casi todos los continentes. Los tópicos que solemos tratar son extensos, pero últimamente ha habido una especie de eco al unísono en sus reflexiones. Un mal común parece envolver a hombres de distintas procedencias en algo que aparenta ser una epidemia. ¿Por qué les resulta tan difícil a sus cónyuges hacer un cambio, y por qué son incapaces de mirar hacia adentro?
Una amiga catalana se halaba los pelos cuando me contaba las circunstancias de su última cita y sus novios recientes, y me decía casi rendida, “Laura, de verdad que estoy harta de los hombres y que tengamos que cargar nosotras con sus traumas”. Otra, venezolana, comenzó a notar que algunos malos hábitos de su vida le estaban afectando su desarrollo emocional, de modo que decidió hacer una transformación, pero fue detectando que la búsqueda de superación y sanación ponía en evidencia los fallos de su relación sentimental, y su novio de poco más de un año, no parecía interesarse -o ser capaz- de hacer los ajustes necesarios para su propia mejoría. Esta situación eventualmente los hizo terminar, y aunque él ahora está haciendo un esfuerzo, si logran recuperarse o no, solo el tiempo lo dirá. De momento, mi amiga está enfocada en su bienestar, y aunque quiere a su compañero, se quiere más a sí misma y no desea conformarse con menos de lo que desea y merece.
Otras dos amigas, americana y marroquí respectivamente, con las que charlaba hace unos días, están en relaciones bastante largas, una de ellas de toda una década, pero se sienten frustradas por lo que pareciera ser una testaruda decisión de sus compañeros de resistirse a crecer, como prefiriendo el dolor conocido que curar sus heridas del alma. Mi amiga, la neoyorquina, me comentaba que no es sino hasta el último minuto, solo cuando la ve perder la paciencia y dar ultimátums que su novio reacciona, como para calmarla por un breve instante y luego seguir con sus malos hábitos, y a pesar de tener duras circunstancias familiares que se han ido reflejando en una aparente depresión, hasta hace muy poco se negaba ir a terapia. La otra decía que al ser ella 15 años más joven, su novio algunas veces no se toma en serio sus opiniones, lo cual la hace sentirse menospreciada. A profundidad y con cierta tristeza analizábamos, que solo porque una relación sea larga, no quiere decir que esté funcionando. Ambas mujeres están llegando a un punto de quiebre, porque mientras ellas exploran nuevas avenidas de crecimiento personal, sus parejas no lo hacen, y es evidente la distancia que esto paulatinamente ha ido forjando.
Las anécdotas siguen, sin distinción racial o de edad, aunque en esencia van por la misma vía. Al final, lo que observo es una especie de frustración general. Obvio que una relación de cualquier tipo es algo que requiere comunicación y esfuerzo, pero es como si debido a un asunto sistémico, las mujeres por lo general lleváramos la mayor carga.
Claro que a mí por estos lados ya me han tildado de “resentida”, y analizando la situación, tal vez lo sea, porque resiento y resisto que el sistema castigue a las mujeres que demandan más de lo que la sociedad nos dicta, resiento y resisto que en la República Dominicana, muchos hombres sigan viendo a las mujeres como propiedad, y que si pierden a su pareja, su primera reacción sea de abuso e intimidación, resiento y resisto que tantos hombres seudo-progresistas, no sean capaces de observar sus obvias conductas de micro machismo, y que aunque disfrazados de corderitos con su retórica barata, sus acciones a menudo van más de la mano de seres básicos e ignorantes.
Lo que no lamento es tomarme mi tiempo, y verme reflejada y apoyada por una tribu de mujeres que anhela más, tanto a nivel personal como romántico. El elemento común que más distingo en esto último es que lo mínimo que exigimos es cierta madurez y conexión emocional, pero tal vez sea mucho pedir en un sistema que mantiene a tantos hombres desconectados de sus emociones, incapaces de procesar y aceptar vulnerabilidad.
Aunque no sea prioridad en mi vida, sí creo que es un poco naturaleza humana querer compartir trayecto con alguien sentimentalmente hablando, pero prefiero mil veces caminar sola que mal acompañada, y la cruda realidad a la que llegamos muchas mujeres es que son pocos los hombres que se inclinan a hacer el trabajo. Y es cierto, puedo admitir que mirar hacia adentro al principio cuesta y da miedo, pero cuán fascinante es comenzar a hacerlo. Allí, en aquel lugar incierto y profundo del ser, yace la fuente de la felicidad.