No existe una provincia en República Dominicana que se pueda presentar como referente de buenas prácticas de conducción de vehículos en calles, avenidas y carreteras. Una mirada en cualquier dirección da lo mismo: una especie de sabana atisbada de recuas de burros y mulos sin domar agitados (choferes de todos los estratos sociales).

Un caos que nos retrata de cuerpo entero, y sin visos de solución porque los actores, hombres y mujeres, se han puesto anteojeras y van como tren descarrillado, sin aprecio por la vida. Ni la de ellos ni la de los otros.

Es una situación muy grave que, sin embargo, las autoridades no atacan como exige la emergencia.

Veamos el panorama y, al final, dígame si esto no es cosa de esquizofrénicos sin medicar.

Las luces direccionales, aquí, son de lujo, no para doblar conforme los diseñadores y fabricantes de los vehículos en países desarrollados donde la tasa de mortalidad por siniestros es relativamente insignificante, no la vergüenza nuestra de 65 por 100 mil.

Desde de los autos caros y los del concho, autobuses, minibuses, camiones, camionetas, motonetas y motoconchos, verificará la misma conducta. Doblan y rebasan “a la cañona”, repentinamente, sin importar riesgos. A lo más que llegan algunos es a activarlas cuando ya han doblado, como cumplido. Son asesinos sobre ruedas. Y la Digesett hace nada.

En los carriles para girar, los avivatos se imponen. Crean dos y hasta tres filas paralelas y, cuando el semáforo cambia, bloquean a quienes cumplen las normas de tránsito, aquellos que necesitan doblar o seguir derecho. Y la Digesett hace nada.

Al subir los elevados desde el puente profesor Bosch y la avenida Máximo Gómez; a la entrada y salida de los túneles de Las Américas y de la 27 de Febrero, se arremolina la tromba de vehículos conducidos por los vividores en desmedro de quienes hacen las filas en los carriles correspondientes. Y la Digesett hace nada.

Si usted conduce por una avenida y prende las direccionales porque se propone rebasar o doblar, nunca espere condescendencia de los burros que vienen detrás al volante. Se sacará el primer premio de la lotería si le dan el chance para lograr su objetivo. Lo normal es que aceleren para impedir su maniobra. Y la Digesett hace nada.

Un tropel de motocicletas zigzaguea entre las hileras de vehículos, rayando a cualquiera de ellos sin el menor rubor. Una parte de los conductores usa casco protector de verdad; otra, simples simulaciones (juguetes de niños) que nada protegen, pero evitan una multa. Y quienes van como acompañantes parece que son inmortales. Nunca llevan cascos como si, ante un siniestro de tránsito, sus cabezas se elevarían solas, como papel ante una brisita, para evitarse traumas craneoencefálicos casi siempre mortales.

Para la trulla de motociclistas no hay ley. Es válido ir a contravía, subir a las aceras, rebasar por la derecha, por la izquierda, agolparse sobre las rayas blancas de los peatones y cruzar las intersecciones cuando les dé la gana porque el semáforo no cuenta. Y la Digesett hace nada.

Las guaguas del transporte de pasajeros, grandes, medianas y pequeñas, privadas y públicas, corren a mil de carril en carril, tirándose encima de los demás, deteniéndose de golpe en cualquier lugar para recoger pasajeros…

Los chóferes de cabezotes con furgones normales y articulados, tanques de gasolina, gasoil, licuado de petróleo o natural, corren y zigzaguean “como la jonda del diablo” en plenas ciudades, y la Digesett hace nada.

Los perros callejeros, que su único “delito” es sobrevivir huérfanos a expensas del azar y las inclemencias de la sabana, sufren también la violencia de indolentes que hormiguean sin parar en las vías públicas.

Los odian, los atropellan adrede… y lo celebran. Señal ominosa sobre el camino ascendente de la violencia en la sociedad. O envidia, porque esos canes, que tildan despectivamente de “viralatas”, les dan recurrentes lecciones de cómo cruzar avenidas y pasos peatonales, de manera correcta y sin arriesgar vidas.

Sobrevivir en la sabana es cada vez más difícil. Usted sale  hacia el trabajo o cualquier otra actividad con la duda de si regresará feliz a su hogar porque cada día son más comunes los choques y las discusiones mortales entre los “burros” y “mulos” sin domar. De entrada, en ese ambiente alocado, la prevención del sobre-estrés está hipotecada.

Tremenda zozobra que no aguanta ni un minuto más.