Cuando se utiliza la palabra niños para aludir a menores de cualquier sexo, existen personas que se han preguntado: ¿por qué utilizar el masculino aún en casos donde la mayoría de quienes se refiere pudieran ser mujeres? Asimismo, cuando se habla de niños y niñas, muchos hoy en día se preguntan: ¿dónde queda, y cómo se expresa, aquel que no se identifica como ninguno de los dos? El español, como lengua romance con géneros gramaticales para referirse a personas y objetos, ha sido abiertamente criticado por individuos, incluyéndose algunas mujeres y quienes se identifican con la comunidad LGBTQ+, por no ser inclusivo.

Sin embargo, muchos otros se inclinan al lado del conservadurismo y la tradición, objetando la idea de que el español es exclusivo debido a que, según su opinión (inspirada en las normas de la Real Academia Española, RAE), el género gramatical no equivale a inequidad social sino a hábitos lingüísticos de acuerdo con la evolución sistemática de la lengua. En este ensayo se busca responder la pregunta: ¿cómo se relacionan el lenguaje no sexista y lenguaje inclusivo en el español a su estructura y gramática, y qué impacto han tenido en Latinoamérica? Se pretende brevemente encaminar al lector sobre las propuestas del lenguaje no sexista y lenguaje inclusivo, en términos teóricos, ideológicos, sociolingüistas e históricos. Así, se presentarán los puntos de vista a favor y en contra y, simultáneamente, lo que eso ha significado para las políticas lingüísticas en algunos países latinoamericanos. Se debe resaltar la diferencia entre ambos fenómenos; el lenguaje no sexista se ha visto aceptando e incluso reforzando la percepción binaria de géneros, mientras que el lenguaje inclusivo rechaza esta percepción y la idea de aplicar el sexo biológico binario a la lengua. También, es necesario sincerar en los retos de la aplicación de estas propuestas, principalmente la del lenguaje inclusivo, pues incluso al escribir sobre el tema es fácil inclinarse a reproducir las normas dominantes (e.g. utilizar “muchos otros” en el primer párrafo).

Lingüistas como Wasserman y Wesley (2009) están claros con su posición de que las lenguas con género gramatical promocionan actitudes sexistas y tienen un impacto más pronunciado en las mujeres. Whorf y Sapir (1956) específicamente encontraron que diferencias cognitivas se asocian a personas hablantes de distintas estructuras gramaticales. Esta línea de pensamiento creó lo que se conoce como determinismo lingüístico, el cual argumenta que el lenguaje puede determinar la razón (Lenneberg, 1953; Wesserman et al., 2009). Más recientemente, la relatividad lingüística explica que una lengua puede reflejar y preservar las estructuras sociales existentes y así influenciar percepciones de la realidad (Parks et al., 1998; Wasserman et al., 2009). En una cantidad significativa, la superioridad del hombre parece estar entrelazada con la gramática y la estructura de la lengua debido a que el pronombre genérico es masculino y se utiliza para referirse a una persona de cualquier sexo (e.g. “los niños,” “los estudiantes,” “los presidentes”). Un estudio les pidió a sus participantes que completaran oraciones utilizando el masculino genérico o pronombres no genéricos y que luego le asignaran un nombre a la persona descrita en la oración. Sus hallazgos demostraron que, cuando se emplean pronombres masculinos genéricos, automáticamente se les conceden nombres de varón a las personas, aunque no se sepa el género (Hamilton, 1988; Wasserman et al., 2009).

Otros estudios han encontrado que los hombres, principalmente los más jóvenes, consistentemente se han identificado con puntos de vista más tradicionales sobre los roles de género que sus contrapartes femeninas, que aún se mantienen en muchos países, incluidos Japón, Croacia y Eslovenia (Gibbons et al., 1991; Ferligoj et al., 1993; Wasserman et al., 2009). Además, investigaciones indican que las mujeres manifiestan menos prejuicio implícito que los hombres hacia la autoridad femenina (Rudman et al., 2000), al ser perjudicadas por políticas machistas y, por lo tanto, las hace menos probables a ser sexistas. Estas diferencias de prejuicios entre géneros son sumamente importantes y relevantes para entender el trasfondo histórico y actual en el español, y ciertamente son estudios que no se han tomado tanto en cuenta en los debates genéricos sobre el tema.

En 1978, según Lomotey (2018), Wendy Martyna identificó tres problemas con el masculino genérico: inequidad, ambigüedad y exclusividad sexual. De acuerdo con un estudio que investigó la relación entre convenciones lingüísticas y equidad de género en la sociedad, se encontró que en países que se hablan lenguas con género gramatical (como el español) tienen menos equidad de género que aquellos donde se hablan lenguas con género natural o que no poseen género marcado (Prewitt-Freilino et al., 2012; Lomotey, 2018). Aún tras estas conclusiones, el lenguaje inclusivo enfrenta el “peso de la tradición con su uso del masculino genérico” (Jiménez Rodrigo et al., 2011; Lomotey, 2018). Esto se debe a que el uso tradicional del mismo neutraliza la percepción sexista en el empleo universal del género masculino y las mujeres (al igual que los hombres) lo consideran como un caso de hábito y gramática. Por lo tanto, estas convenciones generan una resistencia individual y percepción de importancia de la tradición lingüística, sin cuestionar lo que esto pudiera significar en cuanto a patrones sociales.

Considerando que las variedades lingüísticas juegan un rol importante en la identidad de las personas, los hablantes adscriben un valor alto al dialecto––junto a sus características fonéticas y sintácticas––que asocian como el más importante en cuanto a su membresía de una comunidad (sea nación, clase social, herencia étnica, entre otros). Aquellas variedades que tengan menos valor personal para el hablante serían subsecuentemente estigmatizadas y vistas negativamente. Estas percepciones y actitudes lingüísticas son significativamente reflejadas en las escuelas y universidades, en donde los maestros y profesores de lenguas generalmente no han abrazado la posibilidad de implementar el lenguaje no sexista, y así, las políticas y planificación lingüística no pueden ser efectivamente adoptadas por la oposición a las mismas (Bengoechea, 2011; Lomotey, 2018). De esa manera, la ideología de las autoridades y los sesgos implícitos implican una preferencia hacia la tradición, la cual ha sido apoyada por las convenciones de un lenguaje que indica ser sexista.

La dimensión política de este debate no debe ser, en ningún momento, ignorada. El rol de instituciones como la RAE, que, aunque gira en torno a la lengua española y dice estar centrada en estudiar al lenguaje en una dimensión social, es crucial en cuanto al terreno de disputas de poder (Scotto, 2020). Para entender el papel de la Academia, se debe hacer una observación más cercana a las publicaciones de neologismos y su herramienta digital permanente: la cuenta de Twitter @RAEinforma. Aunque la publicación regular de los Diccionarios, las ediciones críticas de obras literarias, las obras académicas, y su biblioteca y archivo quizás sean las más prestigiosas (ibid), su herramienta digital, abierta a cualquier usuario de Twitter, ha sido empleada para constantes intervenciones públicas. En todo momento, sus comunicaciones están directamente impulsando la política panhispánica que ha sostenido la RAE: que todo hablante hispano se referencie en los recursos que produce la institución.

Como resultado del incremento de institucionalización del lenguaje no sexista, tanto en Latinoamérica como España, se realizó la publicación denominada “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer” firmada por 26 miembros de la RAE en el 2012. En esta publicación, se establece que el género masculino es el que incluye a “los dos sexos.” En contraste, palabras como feminicidio se incluye en el diccionario en 2014, después de que seis países latinoamericanos (México, Chile, Argentina, Ecuador, Bolivia y Honduras) ya contaban con leyes que incluían al femicidio o feminicidio como agravante de crimen de odio. Otras palabras como hembrismo y feminazi son palabras de las que no existe literatura más allá de las redes sociales, y la REA las decidió documentar en el Diccionario de la Lengua Española desde el 2016. Con estos casos como ejemplos, Scotto (2020) sostiene que “es innegable que cada legislación [de la] RAE pretende operar en su lengua limpia e institucionalizada[, siendo] eminentemente política”. El problema, entonces, se centra en el poder y responsabilidad de aceptar en la codificación sólo algunos debates sobre cómo hablar de personas, hechos o posiciones relevantes, haciéndoles un reconocimiento institucional. De ahí influye la necesidad de la visibilización y garantías de derechos de una comunidad oprimida que no ha obtenido la misma, a pesar de haber intentado el largo proceso de reconocimiento y reparación de una historia de invisibilización (ibid). La representación gramatical, como lo menciona Scott (2020), puede condicionar la percepción de la realidad y de las personas que se identifican con el lenguaje inclusivo. Para muchos, si una palabra o expresión no se encuentra en el diccionario, o no está aprobada por la RAE, se desprecia. Por lo tanto, las posiciones públicas (como en redes sociales) pueden tener un impacto significativo en los hablantes que buscan emplear las variedades del español prestigiosas.

El lenguaje inclusivo, así como la RAE, no se puede desprender de su realidad sociopolítica. El mismo se reconoce como una iniciativa de estilo inclusivo institucionalizado para una comunicación políticamente correcta, según Sayago (2019). La gramática que se aplica integra a la ‘x’ o la ‘@’ como morfema de género no marcado, en vez del masculino genérico. Una de las críticas en términos gramaticales de este estilo es que no se transfiere a la comunicación oral por sí mismos, dando a nacer una propuesta complementaria donde se usa la vocal ‘e’ para cerrar la brecha entre la comunicación oral y escrita, que también presenta una opción más económica. La controversia de esta alternativa se centra en que este nuevo morfema de género obligaría realizar un cambio institucional afectando al sistema del español (ibid).

Sagayo (2019) resalta algunos criterios para el análisis que son necesarios para comprender con más profundidad el fenómeno del lenguaje inclusivo. Umbral, o de relevancia, indica que algunas personas afirman que no es posible seguir ignorando la diversidad de género y tomar el masculino como género no marcado, mientras que algunas otras consideran que esa diferencia no es lo suficientemente relevante como para cambiar el sistema de género del español. La economía de la lengua se basa sobre la ley de menor esfuerzo, en donde se instituye que modificar el sistema para ser más inclusivos con la diversidad de género implica un esfuerzo substancial, pues sería más sencillo hacer cambios lexicales que cambios gramaticales debido al poco grado de reflexión (ibid). Otro criterio importante es el del habitus lingüístico, que subraya la (in)seguridad del hablante en cuanto a la poca confianza que tiene sobre su capital lingüístico y los valores relativos al mercado lingüístico. Este criterio también explica que el lenguaje inclusivo está principalmente asociado a un grupo de jóvenes de clase media, es decir, una comunidad específica de poblaciones hispanas. Al mismo tiempo, el fenómeno “desafía el oído, multiplica la frecuencia de la ‘e,’” haciéndolo no sólo un asunto gramatical o de sistema, sino algo más irracional (ibid). Esta alteración de las normas lingüísticas estandarizadas por la RAE es un punto de debate para muchos hablantes, los cuales aproximan la naturalidad con la convención.

Por último, la lingüista Angelita Martínez, en su artículo “La Cultura como Motivadora de Sintaxis: El Lenguaje Inclusivo” (2019), habla del uso del español en Buenos Aires específicamente, a la luz de necesidades comunicativas de un grupo de hablantes. Martínez (2019) describe al lenguaje inclusivo como emergente según la necesidad comunicativa mediante un lenguaje libre de palabras, frases o tonos que reflejen perspectivas de estereotipo y que eviten la discriminación de personas o grupos. En la sociedad argentina, algunas estrategias discursivas empezaron a surgir para visibilizar más a las mujeres, como evitar que el uso del masculino abarque también referentes femeninos: he aquí el lenguaje no sexista. Entre estos ejemplos está el empleo de la explicitud del femenino y el masculino con las y los. También, existe el intento de la selección de términos como profesorado en vez de profesores, ciudadanía en vez de ciudadanos, entre otros. Sin embargo, en estas instancias igual se utiliza el y los como artículos genéricos. El empleo de la arroba fue luego una señal de inclusión progresivamente desplazado por el uso más frecuente de la ‘x’. Estos recursos discursivos se utilizan en el español de Argentina tanto en la escritura como en lo oral. En cuanto al género gramatical, el lenguaje inclusivo tiene que ver con el género humano, el cual se trata de un grupo de palabras reducido, pero de uso muy frecuente (ibid).

Para los lingüistas mencionados en este ensayo, el hecho de que el masculino se seleccione para expresar genérico se alinean a una cuestión de sexismo cultural. El paradigma de género, tradicionalmente visto en categorías binarias, no es suficiente para satisfacer necesidades comunicativas de diferentes grupos de seres humanos. Con intentos y propuestas de inclusión a grupos históricamente excluidos de poder, se han desarrollado los lenguajes no sexistas e inclusivos. Muchos se han dado cuenta que el lenguaje no sexista no es suficientemente incluyente y han decidido tomar la ruta del lenguaje inclusivo. El mismo implica añadir una categoría de género no binaria para referirse a grupos de personas o individuos que no se identifican con femenino o masculino y descartar al masculino genérico como no marcado. Esta propuesta claramente ha traído consigo debates altamente controversiales por romper la norma sociopolítica y convenciones lingüísticas debido a que su sintaxis es semántica y pragmáticamente motivada. Sin importar hacia dónde se dirijan estos fenómenos, esta evolución en la lengua demuestra que la cultura tiene la influencia necesaria de moldear la gramática, no sólo en el pasado, pero también hoy en día, incluso si no se institucionaliza a través de la RAE.

Referencias

Lomotey, B. A. (2018). Making Spanish gender fair: a review of anti-sexist language reform attempts from a language planning perspective. Current Issues in Language Planning,

19:4, 383-400, DOI: 10.1080/14664208.2017.1403217

Martínez, A. (2019). La cultura como motivadora de sintaxis. El lenguaje inclusivo.

Cuadernos de la ALFAL. No. 11(2): 186-198. ISSN 2218-0761.

Sayago, S. (2019). Apuntes sociolingüísticos sobre el lenguaje inclusivo. REVCOM: Revista científica de la red de carreras de Comunicación Social, núm. 9. Universidad Nacional de La Plata, Argentina. https://doi.org/10.24215/24517836e015

Scotto, V. (2020). Apuntes sobre ciertas resistencias en el lenguaje: el género del español.

Descentrada, 2020, 4(2), Septiembre, ISSN: 2545-7284.

https://doi.org/10.24215/25457284e120

Wasserman, B. & Wesley, A. (2009). ¿Qué? Quoi? Do Languages with Grammatical Gender Promote Sexist Attitudes? Springer Science + Business Media, LLC.