Si algo dejó evidente nuevamente los sucesos del pasado fin de semana es que nuestra clase política opera en dos tiempos: año electoral y preparación para el año electoral. Poco importa la planificación a largo plazo. Pensar en términos de décadas es un lujo continental que lamentablemente se les escapa a nuestros dirigentes políticos que son muy hábiles para el chabacaneo folclórico propio de un sistema político con un malaise, pero no así para cumplir con sus roles y atribuciones.

En una ocasión el presidente Balaguer se defendió de una pregunta de un periodista explicando que él no podía dictar un decreto para que lloviera y parara la sequía que estaba en ese momento. Igualmente, el presidente Abinader no puede dictar un decreto para que pare la lluvia. Es aquí donde hay que hacer una precisión de que una cosa son los fenómenos naturales, cada vez más violentos a raíz del cambio climático, una realidad que muchos por ceguera ideológica no aceptan, y otra es la deficiente respuesta gubernamental que contribuyó a que los efectos de este fenómeno natural fuesen más severos de los que tuvieron que ser. Al margen de lo anterior, ha sido muy loable la respuesta del presidente Abinader respecto de que carga con tres años de los tantos que el paso a desnivel duró sin adecuarse – y también ha sido refrescante en comparación a algunas declaraciones de otros funcionarios.

El problema está en que hace un año pasó un suceso similar y apenas ahora, luego de un segundo golpe, se iniciarán los procesos correspondientes para corregir los aspectos deficientes del sistema pluvial y de alcantarillado. Y en nada ayuda el hecho de que la infraestructura de Santo Domingo es un problema que tiene décadas cocinándose. En este sentido, cada partido político – y sus reencarnaciones o escisiones – ha optado por no planificar y actuar para el futuro, sino que se ha enfocado en el presente.

La clase política dominicana tiene una visión cortoplacista por diferentes razones. Posiblemente hay hasta motivos antropológicos. Los taínos, por ejemplo, no tenían que prepararse para el invierno y podían darse el lujo de vivir el día a día. Después con la colonización la realidad es que los europeos que llegaron aquí en su mayoría no eran los miembros más ilustrados de la sociedad metropolitana. De forma más moderna el problema específico es que la política opera en ciclos de cuatro años y lo que no ayuda a reelegirse pues no sirve. Por esta razón los políticos se desviven procurando estar en el lente de las cámaras y el Estado gastó RD$6,374.6 millones en publicidad estatal durante el 2022 (y la administración anterior igual tenía el mismo modus operandi).

Pensar en términos de intervalos tan cortos no es solamente una muestra de pensamiento insular tropical en su máximo esplendor, sino que representa potencialmente un presagio de problemas mayores. Hemos gozado en este país por mucho tiempo de estabilidad política. Ciertamente existen desperfectos y todo el mundo está consciente de éstos, pero eso no quita la realidad de que contamos con una democracia robusta que ha aguantado transiciones partidarias. Lo triste fuese que la ciudadanía llegase a sentir indiferencia hacia el valor de un sistema democrático bien arraigado por el enfoque de los políticos en su miopía cuatrienal e indiferencia hacia los nudos gordianos que le arrebatan a la República Dominicana la posibilidad de continuar alcanzando nuevas alturas.

La solución a este problema de la miopía cuatrienal es sencilla pero difícil pues implica dejar atrás el esquema de “amiguismo” que ha venido a imperar en nuestro país luego del fin de la Guerra Fría. Este “amiguismo” tiene varios frentes. Por un lado, los grupos se han entremezclado y los políticos se han convertido en empresarios y viceversa. Por otro lado, muchas personas se autocensuran y no alzan la voz, ya no por temor a represalias como en los Doce Años y la Era de Trujillo, sino por conveniencia propia y ambiciones mercantilistas.  Lo anterior es lamentable porque es simplemente un reflejo del pensamiento cortoplacista. Nuestra fijación con el mañana no nos deja ver detrás de la curva.  Para cambiar este esquema de “amiguismo” hay que estar juntos, pero no revueltos y cada grupo debe saber cuál es su rol en la sociedad y saber mantener los pies de cada quien “close to the fire”.

Naturalmente, también el electorado ha sido cómplice con su permisividad, pero al mismo tiempo la oferta electoral nunca ha sido buena. Siempre se ha tratado de votar por la opción menos nociva y de votar por el cambio cuando ya fuese necesario. Lo lamentable nuevamente es que desde que se construyó el paso a desnivel de la Avenida Máximo Gómez han pasado cinco administraciones distintas y ninguna supo obtemperar al CODIA y hacer el arreglo necesario. En este caso, la tragedia llegó una veintena de años después cuando se pudo haber evitado.

La clase política no debe olvidar la noción de “noblesse oblige”, es decir la idea de que el privilegio conlleva responsabilidades. Con una fijación cortoplacista y deseo de salir en el lente no se construirá un mejor país. Al contrario, continuaremos con el ciclo de partidos que entran y salen y se reinventan y adoptan colores nuevos, pero siempre con los mismos rostros, aunque reorganizados al igual que una baraja. El poder es un privilegio que entraña responsabilidades y la necesidad de actuar con hauteur y visión. En este sentido nuestra clase política de las últimas dos décadas ha sido deficiente y la mayoría de sus miembros han optado por ser miopes cuatrienales. Las aguas de noviembre más allá de causar la pérdida de vidas humanas y daños materiales nos han acordado esta lamentable realidad.