La isla de La Española, que alberga a dos naciones vecinas —Haití y la República Dominicana—, ha vivido una historia llena de desafíos únicos. Nuestra guerra de independencia, por ejemplo, se libró contra Haití. Aunque compartimos una frontera geográfica, existen marcadas disparidades entre ambos países en los ámbitos económico, político, medioambiental y cultural. Estas diferencias han entorpecido nuestras posibilidades de mantener relaciones armoniosas a lo largo de la historia.
La pobreza en Haití ha llevado a sus ciudadanos a buscar mejores oportunidades en la República Dominicana, fomentando tensiones y xenofobia en ambas naciones. Esta situación es aprovechada por élites inescrupulosas para alimentar sus ambiciones políticas.
El PIB per cápita en la República Dominicana supera en cinco veces al de Haití, lo que ha creado un ambiente favorable para la migración. Sin embargo, la entrada masiva de migrantes, en su mayoría irregulares, plantea preocupaciones serias en nuestro país, desde la saturación del mercado laboral hasta cuestiones de seguridad y derechos humanos.
La pobreza es un enemigo común que afecta tanto a Haití como a la República Dominicana. En Haití, la falta de acceso a servicios básicos y la alta tasa de desempleo perpetúan un ciclo de pobreza difícil de romper. Mientras que, en la República Dominicana, a pesar de un PIB per cápita más elevado, aún persisten bolsas de pobreza y desigualdad.
La migración irregular se ha convertido en un negocio lucrativo para los traficantes y ha generado desafíos adicionales en la gestión migratoria. La solución a estos problemas requiere una cooperación firme entre Haití y la República Dominicana, algo complicado de lograr dadas las circunstancias actuales.
En cuanto a la crisis política en marcha, su impacto es profundo y duradero. El cierre de la frontera ha afectado más a los productores locales que al gobierno haitiano, de ahí el anuncio del gobierno de su apertura parcial. Pero debemos ser conscientes de que cualquier medida que tome el gobierno siempre será una solución temporal si no se aborda la raíz del problema.
Para una solución duradera, es imperativo que la comunidad internacional asuma un papel activo en la lucha contra la pobreza y el fortalecimiento institucional de Haití. El costo de un programa para reducir la pobreza mundial sería significativamente menor en comparación con los recursos que las grandes potencias invierten en conflictos bélicos que generan, muertes, destrucción, pobreza e indeseables flujos migratorios.