El nivel de estudios descendentes en la sociedad dominicana y la banalización de los debates en las redes sociales y la opinadera barata, estimula toda suerte de expresiones misóginas, chovinistas, racistas y negadoras de la ciencia. Periodistas con pobre formación académica y muchos pagados como bocinas, crean opiniones sobre los temas y problemas con el objetivo de engañar una sociedad ignorante en gran medida. En las redes sociales se discuten insensateces y se refleja el grado de imbecilidad de la mayor parte de los que intervienen, cuando no son cuentas “Bot” pagadas para difamar o propagar discursos de odio.

Los discursos políticos (y sus silencios que son discursos también) se inclinan a promover la impunidad frente a la corrupción, la misoginia, el racismo y el narcotráfico en una perversa mezcla que tiene como único objetivo ganar votantes y seguir las tendencias que marca Twitter. La desideologización de los debates nos coloca, al igual que en educación, en uno de los últimos lugares de América Latina. Se mantiene la tesis de Bosch sobre la arritmia histórica de nuestra sociedad, en este caso en el nivel educativo y el análisis científico y social. No me extraña la gran cantidad de jóvenes que emigran a otros ambientes donde se pueda respirar mayor lucidez, respeto a los derechos de la diversidad y debates de mayor nivel.

La vigencia de ideas de extrema derecha e integrismo religioso en muchos ambientes dominicanos es el resultado de varias décadas de disolución de lo poco de calidad educativa que teníamos y el bloqueo sistemático a las iniciativas para detener ese proceso degenerativo. El 4%, hasta donde sabemos, ha ido a parar al zafacón. En consonancia con esa voluntad de anular la capacidad de las nuevas generaciones de ser críticos y racionales, asistimos a un grado mayúsculo de robo del erario y la impunidad absoluta a los que ejecutan ese crimen político y económico. Sin opciones ideológicas progresistas robustas, se retorna al paradigma del trujillismo como modelo social y criterio de identidad. Esto es lo que explica que dirigentes de los partidos políticos creados o inspirados por Juan Bosch o Peña Gómez propalan agendas políticas reaccionarias.

El motor de toda esta corriente que apuesta a volver a los criterios del régimen de Trujillo es el miedo. Pasa igual con el trumpismo en Estados Unidos y muchos de los movimientos neofascistas en Europa, y hasta las corrientes integristas en muchas iglesias cristianas. Miedo al cambio, miedo a perder el grado de poder que los miembros de su clase detentan, miedo a las nuevas generaciones, miedo a los emigrantes, miedo a la interculturalidad, miedo al conocimiento científico, miedo al empoderamiento de las mujeres, miedo al cuestionamiento del sistema capitalista y los patrones colonialistas. Son esos miedos los que condujeron a regímenes como el nazi y el franquismo, por mencionar dos conocidos por todos, y millones de muertos. El miedo conduce al asesinato porque no tolera la libertad, la diferencia, el disenso.

La democracia demanda racionalidad, capacidad de discutir y presentar argumentos racionales, tal como recién hizo el ministro Pavel Isa con sus antecesores inmediatos en el puesto. Las apelaciones a traición en los discursos chovinistas son el primer paso a la violencia, al crimen. El racismo contra los haitianos y la indiferencia frente a la violencia de género son dos muestras de cuanto hemos retrocedido en el Estado de Derecho y la construcción de una sociedad decente. Debemos regresar al discurso de Bosch el 20 de octubre del 1961 y por los mismos motivos: Hay que matar el miedo.