Caro Cabrera y Navarro Ardoy (2017), citando a Ferraro, definen el miedo al delito como “una reacción emocional de temor o ansiedad hacia el delito o hacia aquellos símbolos que la persona asocia con él”. Luego continúan indicando que “el concepto de miedo al delito es un concepto paraguas que viene a significar ´un amplio abanico de ansiedades y preocupaciones relacionadas con el delito´ (Hough, 1995: 1), entre las que se pueden mencionar el miedo, la ansiedad o la falta de confianza (Walklate, 1998).”

Más adelante, los autores en referencia establecen “diferentes tipos de miedo al delito en función de las ansiedades de las que hablaba Ferraro: de tipo cognitivo (Fernández y Grijalva, 2012; Ferraro y LaGrange, 1987) que incluye la evaluación personal del riesgo real de convertirse en víctima de un delito (Ferraro, 1995; Hough, 1995; Hale, 1996); afectivo, cuando se refiere exclusivamente al sentimiento de miedo (Ferraro y LaGrange, 1987); y de tipo conductual, pues puede generar conductas de protección (Fernández y Grijalva, 2012; Madriz, 1997)”.

Vozmediano, San Juan y Vergara (2008), para establecer el concepto de percepción de inseguridad y miedo al delito, señalan: “Serrano y Vázquez (2007), hacen una distinción entre ambos conceptos, al entender que el miedo al delito hace referencia al temor de los ciudadanos a ser personalmente víctimas de la delincuencia, mientras que la inseguridad ciudadana puede entenderse como miedo al crimen en abstracto, como una inquietud respecto al delito como problema social.”

La encuesta ENHOGAR-2022, presentada por la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE), realizada sobre una muestra efectiva de 35,665 viviendas, en el capítulo correspondiente a Seguridad Ciudadana y Victimización, revela que el 66.4% de la población de 15 años en adelante, percibe el problema de la delincuencia entre los principales problemas que afectan al país. En adición, se establece que, en el nivel socioeconómico alto, el 73.9% estima que es la delincuencia el principal problema del país. Del porcentaje de la población encuestada, 29.0% indicó mucho miedo y un 24.2% algo de miedo. Si sumamos ambos porcentajes, tenemos un porcentaje correspondiente al miedo al delito de 53.2. En relación con el año anterior, un 33.2% indicó sentir igual de miedo, un 19.8% más miedo y un 20.8% mucho más miedo, si lo sumamos tenemos un porcentaje correspondiente al miedo al delito de 73.8. En lo referente a la población que evitó salir de noche, establece que el 67.1% de la población entre 55 y 64 años, el 59.5% de la población entre 15 y 24 años, y el 52.8% de la población en edades entre 25 y 34 años.

Referente a la medición del miedo al delito Caro Cabrera y Navarro Ardoy (2017), señalan que “otros autores argumentan que uno de los grandes problemas de las medidas clásicas del miedo al delito es que se centran exclusivamente en cuánto miedo se siente (Hough, 2004). Estas medidas sobreestiman el miedo puesto que se podrían estar contestando desde ´actitudes e inquietudes sobre los cambios sociales y el delito y no desde experiencias concretas´ (Vozmediano et al., 2008: 7)”. Con el objetivo de “evitar la sobreestimación se debe considerar no solo la intensidad sino la frecuencia con la que se siente (…).”

En cuanto a la victimización, observamos que los delitos y porcentaje de los delitos mencionados, fueron: 2.1% (robo de vehículo), 2.8% (amenazas), 2.8% (agresiones), 4.0% (sobornos), 4.5% (robo sin violencia), 5.4 (robo con violencia), 5.8% (robo de pasola o motor), 6.7% (intento de robo), 8.9 (engaños o fraudes), 14.5% (robo de piezas y accesorios de vehículo).

Como podemos notar, el 66.4% señala la delincuencia como uno de los principales problemas del país. En cambio, el porcentaje de la población que declaró ser víctima de algún delito fue de 57.5%, siendo el de robo de piezas y accesorios de vehículos el porcentaje más alto (14.5 %).

Sobre el particular, Vozmediano, San Juan y Vergara (2008), sostienen lo siguiente: “(…) se ha planteado la percepción de la inseguridad como un reflejo de la delincuencia objetiva. Sin embargo, los estudios nos advierten de que la delincuencia objetivable y las percepciones sobre seguridad son a menudo fenómenos no necesariamente dependientes.”

En este sentido, Vozmediano, San Juan y Vergara (2008) establecen que “tanto la percepción de inseguridad como el miedo al delito son percepciones y emociones subjetivas de los ciudadanos, y que no tienen porqué corresponderse necesariamente con objetivos de seguridad y de delito.” Continúa señalando, “es más, frecuentemente se ha observado que la inseguridad ciudadana objetiva y la percibida son divergentes, y que en un contexto objetivo de delitos en decremento, crece, por distintas razones, la percepción de inseguridad.”

Con la finalidad de contrastar los resultados de la encuesta hemos consultado las estadísticas registradas por la Procuraduría General de la República para establecer la relación entre el sentimiento de inseguridad, el miedo al delito y victimización real, presentados por la Encuesta ENHOGAR-2022. En la “Tabla de Cuadros preliminares según número de casos registrados en las distintas fiscalías enero-octubre 2023”, que muestra las principales denuncias registradas, observamos las siguientes denuncias: robo calificado: 20.50%, violencia intrafamiliar: 14.45%, amenaza: 10.38%, Código del menor: 8.10%, golpes y heridas: 8.10%, violencia de género: 6.04%, crímenes y delitos de alta tecnología: 4.87%, asociación de malhechores: 2.93%, droga, simple posesión: 2.73%, abuso de confianza: 2.60%, Ley de armas: 2.36%, Código de trabajo: 2.35%, estafa: 2.33%; entre otros. El total de denuncias fue de 135,590. Si tomamos el total de denuncias depositadas en ese período en relación con la población total del país, la tasa de delitos fue de 1.2%, es decir, 1.2 delitos por cada 100 habitantes.

Si bien es cierto que en algunos casos existe una elevada cifra negra, que son los delitos que no se denuncian, por lo regular una encuesta de victimización nos ofrece parámetros aproximados para verificar la evolución de la delincuencia en el país. Es decir, las estadísticas oficiales tienen un carácter relativo dado que muchas víctimas no siempre denuncian el delito. No obstante, reiteramos que dicha información puede completarse con las encuestas de victimización y compararlas con las cifras oficiales.

Como sostienen Serrano Gómez, Vázquez González, Serrano Tárraga, Luaces Gutiérrez, Serrano Maíllo, Fernández Villazala y García García-Cervigón (2006), “(…) no debemos olvidar que, en contra de lo que decía DURKHEIM, los hechos sociales no son cosas que se puedan contar sin peligro de error, sino que se trata de construcciones sociales. Los delitos son, por tanto, construcciones sociales muy vinculadas a la comunidad donde se producen. Delito es lo que se interpreta como delito, lo que se define como tal, y esas definiciones van a influir en las estadísticas.” Más adelante, aclaran que “existe la denominada cifra negra (los delitos que se producen pero que nunca llegan a formar parte de las estadísticas) que no debe despreciarse porque aunque desconocemos el número real, sabemos que existe.”

Los autores referenciados manifiestan lo siguiente: “así, que a la hora de determinar qué método es más aconsejable, hemos de decir que, en realidad, lo preferible es realizar los estudios utilizando conjuntamente los datos obtenidos tanto de las estadísticas como de las encuestas para poder compararlos y, si están bien hechas ambas, los datos deberían tender a coincidir, cosa que se ha comprobado en los países en los que se analizan ambos tipos de datos.”

García-Pablo de Molina (2003) sostiene que “Las encuestas de victimización permiten evaluar científicamente el crimen real, siendo la técnica más adecuada para cuantificar el mismo e identificar sus variables. Contribuyen, también, al cálculo de la tasa de denuncia (…) y a la verificación de la efectividad de éste. Son instrumentos imprescindibles para comparar las tasas “oficiales” de criminalidad (registrada) y no oficiales (reales), esto es, para detectar la criminalidad ´oculta´ y la ´cifra negra´.”

Por tanto, en nuestro caso, se puede observar que no hay una relación entre el sentimiento de inseguridad, miedo al delito y la victimización real. En este sentido, se cuestiona qué es lo que provoca que el sentimiento o percepción de inseguridad pueda ser más alta que la victimización real. Una de las teorías es la influencia de los medios de comunicación.

Por otro lado, García-Pablo de Molina (2003) señala que “el miedo ha dado lugar a numerosas investigaciones empíricas en los últimos lustros. Según éstas, es necesario distinguir el miedo irracional a la delincuencia del temor fundado -y personal- a llegar a ser víctima de ella. El primero plantearía ya un problema en sí mismo, aunque carezca de fundamento objetivo y pueda controlarse incrementando la información. Pero, en todo caso, no se trata de un temor uniforme y regular. Se experimenta de modo desigual según diversas variables. Al parecer, por ejemplo, se temen fundamentalmente los delitos violentos contra las personas; esto es, los que, por fortuna, suceden con menor frecuencia. Los jóvenes y desconocidos concitan especial preocupación (…).” Luego continúa señalando lo siguiente: “el impacto de los medios de comunicación puede ser significativo, creando estados de opinión. En cuanto al de una previa experiencia personal, como víctima, depende también de numerosos factores, especialmente la clase de delito de que se trate. Desde un punto de vista político-criminal parece importante que no se magnifiquen episodios delictivos aislados.”

En lo atinente a la influencia de los medios de comunicación, Garrido y Redondo (2013), señalan, haciéndose eco de la preocupación que suscita el que no haya relación entre la victimización real y el miedo al delito, exponen un estudio realizado en los EEUU en los que se constató lo siguiente: “en investigaciones realizadas en Estados Unidos, se halló una notoria relación entre miedo al delito y la mayor exposición de los ciudadanos, en horarios de máxima audiencia, a programación de alto dramatismo en torno a la violencia, especialmente cuando se trata de televisiones locales o regionales (que transmiten mayor proximidad al individuo); y esta relación televisiva-miedo al delito se identificó con independencia de las características sociodemográficas de las poblaciones evaluadas (edad, sexo, etc.) y del nivel real de riesgo para el delito que exista en los barrios de residencia (Romer, May Jamieson y Aday, 2003).”

García España, Díez Ripollés, Pérez Jiménez, Benítez Jiménez y Cerezo Domínguez (2010), en un estudio realizado sobre la evolución de la delincuencia, establecen que “estudios anteriores han alcanzado la conclusión de que si bien la percepción del riesgo de victimización es un factor relevante a la hora de entender el miedo al delito (Medina, 2003), la explicación de éste tiene poca relación con procesos afectivos (SANJUAN et al, 2005) o con la criminalidad registrada judicialmente (VOZMEDIANO y JUAN, 2006). De hecho, es bien sabido que la delincuencia objetivable y la percepción de seguridad son fenómenos no necesariamente dependientes (VOZMEDIANO, 2008). Otras líneas de investigación se han centrado en la relación existente entre los programas televisivos violentos y el miedo al delito (entre otros, ROMER et al, 2003).” Haciendo referencia al caso de España, indican que “comparando el volumen de hechos conocidos por la policía y los índices de preocupación y miedo al delito obtenidos de las encuestas del CIS concluyen que no existe correspondencia entre ambos fenómenos y que esa discordancia puede ser fruto de la función ejercida por los medios de comunicación.”

A modo de conclusión, señalamos que la Encuesta de Victimización es una importante herramienta que nos permite verificar la magnitud de la delincuencia, ya que permite detectar lo que se conoce como delincuencia oculta (cifras negras), tal como hemos expuesto. En consecuencia, debe contrastarse sus resultados con las cifras oficiales, la cual tienen un carácter relativo por la cantidad de delitos que no llegan a registrarse por la falta de denuncia.

En rigor, es importante determinar la verdadera magnitud de la delincuencia ya que se tienden a dejar en un segundo plano problemas sociales relevantes (García-Pablo de Molina, 2003).

Como pudimos observar, la influencia de los medios de comunicación podría explicar el motivo por el cual la percepción de inseguridad y el miedo al delito tienden a ser elevados y no guardar relación con los niveles victimización real o con las cifras oficiales.