Los sistemas democráticos han venido ganado espacio en una amplia representación de las sociedades occidentales desde hace mucho más de medio siglo. Hoy día anteriores líderes mundiales y expresidentes, expresan su profundo temor por diversos temas que cuestionan los tradicionales procesos democráticos como lo son el advenimiento de nuevas ideas sobre como organizar la vida en sociedad, el auge de la violencia y la inseguridad ciudadana, el incremento del uso de la fuerza  por parte de los cuerpos de seguridad del Estado o de las personas en contra de las instituciones gubernamentales, entre otros elementos considerados amenazas al “modo de vida tradicional”.

En un reciente artículo para el NY Times (I Fear for Our Democracy), el expresidente norteamericano Jimmy Carter citaba una encuesta cuyos datos reflejaban como el 40% de los republicanos en los Estados Unidos entiende que es necesario el uso de la fuerza en contra del gobierno en muchas ocasiones. De ahí que, considerando los hechos del 4 de enero de 2020 en la que un grupo de individuos irrumpió en el Capitolio de los Estados Unidos intentando boicotear la aceptación de los resultados de las elecciones de 2020 en ese país, muchos consideran la transmisión pacifica del poder político, el respeto a los resultados electorales y otros procesos democráticos, como especies en peligro de extinción.

Sin embargo, si algo podemos aprender de estos lamentables hechos es que se precisan aun estrategias creativas y una escucha más activa frente a la demanda de soluciones adaptadas a las exigencias en el occidente contemporáneo. Pretender que las mismas fórmulas de hace cincuenta años seguirán siendo útiles para satisfacer las demandas que imponen el cambio climático, los grupos en situación de vulnerabilidad o de las nuevas dinámicas impuestas por la globalización tecno-económica, el auge exponencial de las migraciones, el multiculturalismo, la inclusión social y respeto a los derechos de las personas que se identifican con un genero distinto al asignado al nacer o de las minorías sexuales y lo que esto representa para los nuevos esquemas y dinámicas familiares, constituye una aspiración ilusoria.

Es preciso ser creativos al adaptar los procesos democráticos a las nuevas necesidades mundiales y a los desafíos que enfrentan los Estados en el siglo XXI. Ello supone también tener una mirada mas amplia desde la óptica internacional. Frente a los desafíos de toda la humanidad, las respuestas estatales individuales quedan cortas. Por ejemplo, la crisis sanitaria desatada por la COVID-19 o el cambio climático y sus consecuencias en la habitabilidad de los espacios. Por tanto, la nueva ciudadanía global también debe estar consciente de esta nueva realidad para valorar en su justa dimensión el derecho internacional y sus compromisos derivados.

En definitiva, se precisa más dialogo multilateral y discusión frente a las soluciones que ya se creen establecidas, pero que demuestran ser insuficientes para garantizar en todos los casos una convivencia pacífica en sociedades muy plurales, globalizadas cultural y económicamente, tecnológicas y complejas. Hacer frente a estos desafíos requiere un ejercicio de creatividad y neuro plasticidad. La respuesta, aunque natural, no debe ser el miedo a la discusión y a los eventuales cambios sino una actitud receptiva y abierta a identificar las mejoras que podemos hacer para adaptar las antiguas fórmulas y métodos a los requerimientos más actuales.