Es común escuchar decir a las personas que no le tienen miedo a la muerte, pero cuando tiembla la tierra, se sacude el avión o se sospecha una enfermedad mortal, se evidencia lo contrario.
El miedo a la muerte es natural y necesario, nuestra vida sería muy corta si no lo tuviéramos, ya que es lo que hace que nos cuidemos. Aunque el miedo excesivo a la muerte limita nuestras vidas y puede hasta matarnos.
Suele haber cierto temor ante todo lo relacionado a la muerte, por ejemplo: cadáveres, cementerios, morgues, viviendas donde hubo muertes, lo que acontece porque sin importar cuanto haya avanzado nuestra ciencia, la muerte mantiene el mismo halo de misterio de siempre.
Hay quienes están convencidos de que la muerte es la interrupción total de nuestra conciencia, el desconectarse, desaparecer. Otros consideran que el cuerpo muere, pero la conciencia se mantiene y la vida continúa, aunque en un estado diferente; pero incluso así inspira temor, porque, aunque se considere posible reiniciar otro tipo de existencia, hasta el mudarse a un país diferente puede causar temor.
El cuerpo humano finalmente se desintegra, todos sus elementos vuelven a la tierra, aunque ninguno de esos elementos te acompañó desde tu nacimiento, porque se sustituían constantemente. No eres los materiales de tu cuerpo sino la energía que los organiza o agrupa. Conocemos bastante bien el destino del cuerpo físico, pero el de la conciencia es más complejo. La humanidad está dividida entre los que creen que la mente depende totalmente del cerebro por lo que desaparecería con éste al morir y los que creen que no es totalmente dependiente de la materia orgánica (aunque sea el medio más simple para interactuar en este plano de existencia), por lo que persistiría, aunque el cuerpo desaparezca. Evidentemente, la mayoría de las religiones mantienen esta segunda creencia.
Quienes creen en la resurrección, entienden que el muerto dormirá hasta el juicio final, donde se decidirá su destino; así algunos irían al Cielo y otros al Infierno, por toda la eternidad (también se cree en un juicio final inmediato para cada cual que muere, pudiendo pasar al Cielo sin espera). Algunos creen que resucitarán con su mismo cuerpo físico (por lo que rechazan la cremación), otros consideran que el cuerpo físico es una posesión temporal no indispensable, por lo que entienden que tendrán una especie de cuerpo glorificado (celestial).
Unos piensan que, bastaría con pedir perdón al momento de morir para poder ir al Cielo, aunque sus vidas hayan sido caóticas. Mientras otros consideran que al morir casi nadie tiene la preparación necesaria para pasar de nivel, por lo que creen necesario un intervalo de purificación, que han descrito como purgatorio (estado o lugar intermedio entre Cielo e Infierno). En algunas religiones señalan la necesidad de retornar para perfeccionar la experiencia de vida terrenal, lo que se conoce como reencarnación (nuestro mundo sería entonces el purgatorio). La reencarnación entre los cristianos se calificó como herejía a partir del año 325 en el Concilio de Nicea, siendo dogmáticamente rechazada desde entonces.
En casi todas las culturas encontramos la creencia en posibles contactos con personas fallecidas. El espiritismo es tanto la creencia de que se puede establecer ese contacto, como los procedimientos que se utilizan para lograrlo. La Biblia relata una consulta a un muerto hecha por Saúl (I Samuel 28). El cristianismo prohíbe esa práctica, no expresa que sea imposible, sino que es contraproducente, tanto para las almas desencarnadas como para las vivientes. Estableciendo que a las primeras les conviene desvincularse de este plano y las segundas se estarían desenvolviendo en un terreno desconocido con muchas posibilidades de ser engañadas.
En líneas generales, creer que la muerte es una transición y no un corte definitivo, obviamente es más esperanzador. Vivir con la idea de que en cualquier momento o en algunas décadas todo terminará abruptamente para ti, no podría considerarse como agradable, por lo que la Fe evidentemente puede aportar paz y esperanza.
Usando la lógica: en caso de que la muerte fuera la interrupción total de la conciencia, ningún creyente podrá sentirse defraudado al morir, porque no podría darse cuenta de nada. Pero si resulta ser un cambio de frecuencia vibratoria permitiendo acceder a otro estado existencial, los que hubieran intentado superarse podrían estar en ventaja para esa transición a: el cielo, purgatorio, reencarnar en este mundo o en cualquier otro.
Quienes han tenido experiencias cercana a la muerte, de forma personal o como espectadores, normalmente conocen mejor la grandeza de la vida y descubren que sabían más de lo que creían saber. En la hora final usualmente no se le teme a la muerte.
Aunque luchamos por nuestras vidas con todo nuestro ser, suele llegar el momento en que la muerte se acepta no solamente con resignación sino hasta con agrado, pudiéndose ver rostros sonrientes en algunos moribundos.
“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (Juan 11: 25-26).