Desde la Federación de Estudiantes Dominicanos hicimos gestiones con el Presidente para el retorno de los exiliados de la dictadura

A los pocos días de que Juan Bosch ocupara la presidencia, la directiva de la Federación de Estudiantes Dominicanos decidió hacer un esfuerzo en procura de lograr el regreso de todos los exiliados anti trujillistas, entre ellos Hugo Tolentino Dipp, quien fue profesor y luego rector de la Universidad. Con ese propósito nos reunimos en mi casa para discutir los pasos a seguir. Decidimos que lo primero era intentar hablar con el presidente Bosch. “¿Cómo lo haremos?” se preguntaron algunos, a lo que contesté que debíamos llamarlo y pedirle una cita. Sin pensarlo tomé la guía de teléfonos, busqué Palacio Nacional -en esa época los teléfonos tenían solo cuatro dígitos- y marqué el número del Palacio. Tomaron el teléfono.

—Soy Antonio Isa Conde, dirigente de la Federación de Estudiantes Dominicanos y quisiéramos hablar con el presidente Bosch.

—Un momento, por favor.

No pasó ni un minuto cuando el presidente Bosch tomó el teléfono y me saludó con cordialidad.

—Yo soy Antonio…—pero el presidente me interrumpió.

—No, no, yo sé quién es usted. ¿Cómo están, mis hijos?

Le dije que queríamos hablar con él.

—Sí, con mucho gusto. Nos encontraremos esta noche en mi casa —nos dijo—. ¿Ustedes saben dónde yo vivo?

Nosotros no sabíamos bien la dirección del presidente, porque vivía en una casa de José Delio Guzmán, en la Lope de Vega cerca de lo que hoy es la Avenida Kennedy, una zona bastante deshabitada en esos tiempos.

—No se apuren que yo los mando a buscar —me dijo.

Efectivamente, nos envió a recoger en la noche en un auto sencillo a mi casa en la calle Santo Tomás de Aquino. Llegamos a su casa y lo encontramos en mangas de camisa, fumando un cigarrillo Cremas. Su esposa, Carmen Quidiello, tocaba guitarra en un espacio cercano. Nos reunimos con él en una pequeña sala. En la entrada a la casa había una fuente funcionando y don Juan se dio cuenta.

—Carmen, apaga la fuente que hay escasez de agua —dijo.

—Presidente, esas fuentes tienen una bombita y utilizan la misma agua, así que no se preocupe —le señalé.

Ese fue mi primer encuentro con Juan Bosch y del que tengo un recuerdo imborrable. En esa reunión, cuando le expusimos el motivo de nuestra visita y nos manifestó su disposición de permitir el regreso de los exilados, independientemente de su ideología.

—Pero ustedes comprenderán que también tendría que dejar entrar a Balaguer.

Y así fue, pues vivíamos en democracia… en una democracia que lastimosamente no duraría.

Meses después, en agosto, ya el movimiento conspirativo que derrocaría al gobierno de Juan Bosch cobraba fuerza. Desde el Partido nos dimos cuenta de que había una situación muy peligrosa y que era necesario comenzar a alertar a la población, así que empezamos a hacer micro mítines donde denunciábamos los planes que llevaban a cabo la oligarquía empresarial, la cúpula de la iglesia católica, la CIA y una parte de las Fuerzas Armadas.

Un día, mientras encabezaba un encuentro en Villa Consuelo, me apresó la Policía. Duré unas horas en la Fortaleza Ozama hasta que pude comunicarme con Jorge Yeara Nasser, un funcionario del gobierno, a quien le expliqué la situación y por orden del Presidente me liberaron de inmediato. Paradójicamente fui, por un rato, uno de los pocos presos políticos del gobierno de Juan Bosch, ¡defendiendo su propia gestión!

Extractos editados de mi libro “Relatos de la vida de un desmemoriado”