Ojalá tengo éxito la Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad en Haití, aprobada el pasado lunes por el Consejo de Seguridad de la ONU. Se trata de un reiterado intento de pacificación de un país tomado por grupos armados y criminales, responsables de innumerables secuestros, agresiones, extorsiones y homicidios, entre otros delitos graves. Pero, razones de peso me llevan al escepticismo o, mejor, al optimismo realista.

La Policía Nacional haitiana no puede hacer el trabajo que demandan las circunstancias de extrema inseguridad que vive dicha nación. Los hechos hablan. La policía tiene solo unos 10 mil agentes, insuficientes para enfrentar la pandelincuencia armada. Es reconocida su alta vulnerabilidad, por los altos niveles de corrupción en su seno y falta de capacidad operativa y de gestión del gran conflicto social, económico y político que arropa a dicha nación. La inseguridad no puede estar en un grado mayor en Haití.

A la falta de control policial efectivo y la preponderancia de bandas armadas, que tienen el control, casi total, de Puerto Príncipe, entre otras ciudades, se suma la débil o ausente legitimidad del primer ministro y de su gobierno como de las demás instituciones oficiales, producto de una prolongada inestabilidad política.

A esto hay que añadir la inseguridad alimentaria aguda, esto es, el hambre y la miseria de un pueblo que, unido a las grandes catástrofes naturales y a sus ancestrales y complejos problemas religiosos y culturales lo mantienen en una situación de suma fragilidad. Muchos haitianos practican el vudú y el catolicismo simultáneamente. Un sincretismo o práctica de dos sistemas diferentes, el primero de los cuales nació de la mezcla de las religiones tradicionales de los esclavos llegados de África occidental y central. Quizás sea oportuno solo recordar que la Iglesia Católica fue expulsada durante varias décadas tras la Revolución haitiana entre 1791 y 1804, en la que participaron, precisamente, muchos vuduístas.

Debemos adicionar a la duda sobre el futuro de la inseguridad ciudadana en Haití que a la actual misión aprobada por la ONU le antecedió la Misión de Estabilización -pacificación- de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH) establecida el 1 de junio de 2004 luego del golpe de estado que, a manos de pandilleros, fue perpetrado contra el gobierno del presidente Jean Bertrand Aristide.

Ello sucedió mientras el país, como ahora, luchaba contra la violencia desenfrenada de las pandillas y el conflicto armado que se verificaba a nivel de varias ciudades del país y este se encontraba paralizado políticamente hablando. Sin restarle la importancia y el impacto del devastador terremoto que sacudió a Haití en 2010, a consecuencia del que murieron más de 220,000 personas, dicha misión duró 13 años -hasta el año 2017- y, aunque logró algunos niveles de seguridad y estabilidad, no pudo contribuir, con la pequeña Misión de Mantenimiento de la Paz que dejó la ONU, a garantizar el fortalecimiento de las instituciones del estado de derecho en dicha nación.

Si ni la grande ni la pequeña misión de la misma ONU lograron pacificar a Haití en el nivel necesario para el funcionamiento de su vida institucional ni impedir que los grupos criminales, delincuenciales y violentos conformaran un estado paralelo, no creo que lo logren ahora, al menos para tener una visión de que Haití pueda vivir en paz e iniciar un proceso sostenido de crecimiento y desarrollo.

Creo que la razón fundamental para mi desesperanza optimista es que los grandes problemas haitianos pasan por el enanismo intelectual y, en los hechos, del liderazgo político, empresarial y de sociedad civil haitiano, así por su nivel de complicidad con dicho estado de cosas, unido a la tibieza, mutis, tardía y limitada colaboración del liderazgo internacional.

Ojalá me equivoque en la predicción y sea vencido por la realidad, por producirse la eliminación de los carteles de la delincuencia y la violencia  paraestatal de Haití en, al menos, el largo plazo.  Un año, de apenas 1,000 agentes, para apoyar a la policía haitiana, en la labor de erradicación de los grupos armados y las tareas de prevención y disminución de la violencia y el crimen, además del limitado alcance de dicha misión, me mantendrán en un estado de perplejidad por un buen tiempo.