Yo salí de mi pueblo, Cevicos, en el año 1990, pero nunca he considerado cambiar de domicilio, así que continúo votando en mi pueblo. A lo que llamo observación electoral no responde a un aspecto formal de observador de las elecciones, sino a la escucha atenta de las conversaciones que se producen entre las personas y las cosas que van sucediendo en el fragor de la contienda.

En primer lugar, he observado que el real trabajo político se hace en el día anterior al proceso de votación, específicamente en la tarde noche porque es ahí cuando se inician los amarres, la gente pone el precio de su voto y se tiene un aproximado de las personas que van a votar.

En los días previos inician una especie de escarceo, llamando a las personas que viven fuera para saber si irán a votar y si necesita el pasaje o alguna otra ayuda. Quienes tienen mayor posibilidad económica evidentemente pueden llevar más personas.

Respecto a las conversaciones observé que en este país se ha llegado a la desfachatez porque ya la gente pone precio a su voto sin que eso represente ningún rubor, ya todo eso a la clara.

Muchos hablan de cuánto le dieron y otros del precio de voto, llegué a escuchar personas que afirmaban pedir 10 mil pesos para poder votar. Yo que vivo en Santo Domingo algunas personas me preguntaban si me habían dado el combustible y al responder que no aceptaba esas cosas me tildaban de pendejo.

Ayer fui temprano a votar y ahí pude observar otros fenómenos. El primer fenómeno es lo que yo llamo la “exageración de la solidaridad”. Se trata de que los facilitadores de los partidos escarban en todos lados las personas que tienen algún tipo de discapacidad, envejecientes o problemas motores para llevarlos a votar.

Esto cumple un doble propósito el primero es el tigueraje de quien lleva la persona porque como no hacen fila aprovechan la coyuntura y votan. El otro es cumplir con el voto de quien le haya facilitado los recursos para su movilidad

El otro fenómeno que se observa es en la fila; la gente se impacienta, pero además es el espacio donde más personas conocen sus derechos y buscan filosofar en diferentes temas. Llamó mi atención que las conversaciones no giraban en torno a ningún candidato ni por quien votarían, sino sobre temas triviales de la vida.

Por suerte no se escenificaron ningún tipo de hechos violentos como he observado en las redes. La cosa transcurrió en perfecta paz y hasta con cierta armonía.

No faltaron los predicadores, incluso hasta uno de los policías que estaba al frente del orden aprovechaba el espacio para decirnos que Cristo Viene y darse su propio bombo de que él era el mejor militar que había y que nadie tenía a otro como él.

No observé compras de cédulas, pero sí escuché personas decir de cuánto le habían dado por votar.

Lo penoso de todo este proceso es que en la sociedad ya hemos normalizado la corrupción y el clientelismo al punto de que la gente lo dice como chiste que termina siendo celebrado por los demás. Andamos mal.