Ya no hay más humanidad alucinógena. Hay una prodigiosa desorientación irreversible, insensata, tempestuosa, terrible. Pascal Quignard
Miro aquí y allá.
Es mi mundo
que se ha vuelto inmundo.
Lo enfrento con mis ansias
en sus gozos y aflicciones.
Sin duda, son aflicciones más que gozos.
Este es mi mundo.
Las verdades se transfunden en mentiras,
la palabra no vale un centavo rojo,
la mentira arroba mentes otrora prudentes,
nos tiramos piedras en lugar de abrazos,
días de horror y espanto llenos,
nadie cree en El Oráculo de Delfos,
nadie cree en el otro nadie.
Pero este es mi mundo.
Urdimbre de aliteraciones, metonimias, metáforas.
Verbos mueven hilos de juglares metafísicos.
Sábanas de lino bordadas con AMOR;
desgarradas, arruinadas, carbonizadas.
Una madre arrullando
a una niña entre sus brazos.
Muchas otras niñas
en otras partes de mi mundo encarnecido
huyen de las hordas inflamadas
por los hombres cuyas mentes perturbadas
dirigen las miradas
hacia lo que imponen fanatismos.
Babel de pueblos entrelazados.
Pueblos que se odian,
se aborrecen, se destruyen.
Quisiera yo mirar hacia otro lado,
voltear la espalda hacia esta realidad descabellada
de muertos y sufrientes sin medida.
La realidad es insistente en este laberinto.
El AMOR se ha escapado de mi mundo.