Conocí al amigo sindicalista ucraniano Sergei Kravchenko en Rumania, en mi primer viaje a ese país, en 1997, cuando yo era secretario general de la Federación Mundial de Trabajadores de la Agricultura, Alimentación y Hotelería (FEMTAA), que dirigí desde 1995 al 2004 y que tiene su sede en Bruselas, Bélgica.

Adrián Cojucaru, presidente de Central de Sindicatos de la Agricultura y la Alimentación -CERES,  de Rumania, y vicepresidente de la FEMTAA-, me lo presentó en Bucarest y juntos viajamos hasta la ciudad de Constanza, en Rumania, para participar en un homenaje que se le rendía al líder sindical de Polonia, Lech Walesa.

Sergei tendría alrededor de 40 años, nacido en Zakarpatia, había viajado desde Ucrania a Rumania a actividades sindicales, también privadas y familiares. Durante ese trayecto de viaje  a Constanza conversamos mucho, en francés, idioma que él había estudiado en su país, pero entre el grupo que viajamos, él y los rumanos se comunicaban en ruso, idioma general para las personas que había nacido durante la era de la Unión Soviética.

El amigo sindicalista ucraniano Sergei Kravchenko me explicó tareas que estaba haciendo en el consejo directivo de una empresa social, dirigida por sindicalistas y cooperativistas, en la etapa de la desaparición del sistema comunista, y que no existían empresarios, ni administradores de empresas. Él administraba una empresa de producción de aceite de girasol. Su salario era de 35 dólares mensuales.

Mis relaciones con este amigo sindicalista de Ucrania, la recuerdo ahora que su país está invadido por Rusia y no sé exactamente donde él se encuentra, ni cuál es su situación, pero estoy seguro que está pasando muy mal tiempo, pero no dudo que esté combatiendo frente a la invasión de Rusia a su país.

Me duele entender que mientras yo estoy tranquilo, sin problemas aparentes, disfrutando de comida, alojamiento, vestidos, transporte, medicina, en fin, viviendo bien y tranquilo, él debe estar atrincherado, defendiendo a sus hijos y su familia contra los invasores rusos. ¡Malditos!

Recuerdo que en Bucarest, en la casa de otro amigo sindicalista rumano, pasamos una noche cantando, él en ruso y yo en español, “Ojos negros” Ochi chórniye, una canción rusa, del género de la romanza, cuya letra fue escrita por el poeta y escritor ucraniano Yevhen Pavlovich Hrebinka. ¡Es una canción universal!

Adrían Cojucaro, sindicalista rumano, me había invitado para conocer a los dirigentes de la Central de Sindicatos de la Agricultura y la Alimentación-CERES, de la cual él era su presidente.

Sergei Kravchenko, el ucraniano, era de una central sindical diferente, pero ambos venían de procesos políticos que los unían, pues eran productos de la disolución de la Unión Soviética. Sergei es de religión ortodoxa y descubrí que tenemos muchos puntos que nos unen, especialmente en la parte espiritual cristiana.

Con Segei Kravchenko fui a una misa, en Bucarest, acompañados por Bogdan Iuliu Hossu, presidente de la Confederatia Natională Sindicală "Cartel Alfa", cuyo hermano es un obispo ortodoxo, y comprendí que las cosas que nos unen a los católicos y ortodoxos son más importantes que las que nos separan. Sin embargo, tengo que reconocer que me sorprendió un día que él me preguntó; ¿Qué es un papa? Después de explicarle me respondió que, durante muchos años del sistema comunista en su país y dentro de su religión, nunca había sabido lo que era un papa.

Volví a encontrarme con Sergei Kravchenko, en Ginebra, Suiza, en la 88ava. Conferencia de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), celebrada del 30 de mayo al 15 de junio 2000,

En esa ocasión me regaló un libro en francés, del novelista Joseph Conrad, quien nació en Berdychiv, Ucrania, en 1857, aunque universalmente es conocido como inglés. Yo le regalé un disco de Juan Luís Guerra, y me dijo que lo había escuchado, pero creía que era de España, por asuntos de idiomas.

La última vez que Sergei Kravchenko y yo nos vimos personalmente fue en Rumania, algunos meses después del atentado terrorista ocurrido el 11 de septiembre del 2001, en Rumania.

El Comité Ejecutivo de la Federación Mundial de Trabajadores de la Agricultura, Alimentación, Hotelería y Afines (FEMTAA), se reunió en Bucarest, Rumania, el martes, 23 de octubre de 2001, en ocasión del Congreso de la Confederación Mundial del Trabajo (CMT).

Él sabía que yo iba a Rumania, viajó desde Chernivts a Bucarest, en transporte público, me llevó de regalo, una “Varenuja,” que es una bebida típica ucraniana, que está hecha de vodka o licor con frutas secas, pasas, miel, canela o raíces picantes. En esa ocasión me dijo que estaba en proceso de recibir su pensión, y que vivía con su hija, y dos nietos.

Hasta hace tres años, 2019, mantuvimos en comunicación digital, pero un robo de mi teléfono celular me borró su número, y no hemos vuelto a comunicarnos…pero nuestra amistad se ha mantenido

¿Cómo estará pasando esta situación en Ucrania, mi amigo Sergei?

Cuando fui Secretario General de la federación mundial; FEMTAA, establecí muy buenas relaciones con sindicalistas de los países que habían sido miembros de la Unión Soviética, o dentro de su órbita, entre ellos de Rumania, Letonia, Bulgaria y Polonia. En Ucrania no tuvimos afiliación, pero sí buenos amigos, entre ellos Sergei Kravchenko.

Podrá pasar el tiempo, la distancia, los problemas, los horrores de la invasión de Rusia a Ucrania, sin embargo, la amistad y solidaridad es eterna, no cambia, al contrario, se profundiza, como ahora que  tengo mis pensamientos en mi amigo ucraniano, Sergei Kravchenko,