"Larga vida a los recuerdos que atesoran la mente y el corazón"
Recordar es una de las capacidades por las que el ser humano debe dar gracias a Dios. Al escribir este texto hago uso de la memoria para compartir con ustedes un poco de la persona que desde hace 5 meses se ha convertido en recuerdo recurrente. Con ternura, todos los días, abrazo el rostro de mi abuela Nena. La dicha de haber sido cuidada por ella desde bien pequeña me permite hoy dar gracias a Dios por haberla disfrutado durante 96 años. Este martes 1ro de octubre hubiera estado cumpliendo 97 años y tengo la certeza que en ese lugar especial donde hoy se encuentra, está celebrando la vida junto a todas esas almas que allí habitan.
En el año 1999 tenía 6 años y recuerdo perfectamente ver a una abuela con una sombrilla de listas azules y blancas caminar bajo el fuerte sol de La Nasa, Cuba, rumbo a la escuela primaria Ignacio Agramonte, con su nieta de la mano. En las tardes, cuando casi caía el sol, ambas nos sentábamos a esperar, en el portal de la casa, jugando brisca (barajas), mientras mamá y papá regresaban del trabajo. Los fines de semana eran deseados, ya que ambas íbamos de paseo a casa de Juanita la hermana favorita de mi abuela. Había que caminar todo Blanquizal para llegar a su casa, pero poquito a poco de la mano, y a veces haciendo alguna paradita de descanso llegábamos al destino deseado.
Los domingos me llevaba a la catequesis y a la misa. En las noches jugábamos todos los primos en el patio de la iglesia al lobo. Las escondidas y la corredera era tanta que no me alcanzaban las dos rodillas para acumular raspones y caídas, pero ¡qué felices éramos!, y sin Tablet ni celular. Mi hermana era aún de brazos cuando todo esto acontecía, pero en la medida que pasó el tiempo fue creciendo y se nos unía algunas veces en nuestros paseos por los callejones de la Nasa.
Mi abuela tenía muchos sobrinos y sobrinas, así como amistades, ya que era la hija número 10 de un matrimonio de 11 . Algo que disfrutábamos hacer juntas era el dulce de leche y ponerle galletas de sal picoteada, eso sin dejar de mencionar el dulce de tomate y el de corteza de naranja agria para Navidad, que no podía faltarle una lasca de queso blanco fresco. No he conocido hasta hoy una persona que le gustara tanto el queso como a ella, por eso, ahora que resido donde hay de todos los tipos no dejo de pensar en lo que le hubiera gustado probarlos. Hasta los 10 años dormía con ella y todas las noches antes de dormir me tomaba un biberón de leche mientras le agarraba una oreja, en las mañanas al despertar me traía otro. Si se iba la electricidad nos poníamos a jugar con cocuyos, y cuanta mascota quise tener me las ayudaba a criar, desde perros, gatos, conejos, chivos, peses o pajaritos.
Cuando me fui a la universidad cada día que llegaba a la casa me estaba esperando con algo para comer, pues sabía que llegaba con hambre. Y luego nos dormíamos un rato la siesta. De ella aprendí todos sus dicharachos y qué bien me hace decirlos. Día tras día digo alguno y, justo ahí, en ese momento, su recuerdo viene a mi mente como un bálsamo de amor que la perpetúa, la extraña y sigue queriendo como el primer día. Mientras termino esta frase las lágrimas se asoman en mis ojos. Ojalá la vida me hubiera concedido el deseo de haberte visto por última vez, para haberte dado muchos besos, esos que tanto te gustaban. Sé que fui una buena nieta y me gustaría ser la gran abuela que fuiste para mí.