Como mencionamos anteriormente, el siglo XIX fue un período crítico para los bosques de La Hispaniola, marcados por una explotación intensa que tuvo como principal objetivo la extracción de maderas preciosas, como la caoba. Esta actividad, impulsada tanto por la ambición de las metrópolis coloniales como por líderes locales, respondía a un modelo económico que buscaba maximizar ganancias sin considerar las consecuencias a largo plazo.

Durante la ocupación haitiana (1822-1844) y los años que siguieron a la Independencia Dominicana, vastas extensiones de bosques fueron taladas para alimentar el comercio exterior. A pesar de los esfuerzos que se hicieron para establecer regulaciones ( Código Rural, Ley de Policía Rural y Urbana, entre otras), esta actividad no solo transformó el paisaje de la isla, sino que también afectó profundamente a la sociedad de Dominicana que, en parte, dependían de los bosques para su sustento. Es evidente que los montes dominicanos despertaron el interés de Toussaint Louverture, Dessalines y de toda la dirección gubernamental haitiana; así como de los franceses, ingleses, norteamericanos y españoles que buscaban riquezas en el siglo XIX en estas islas caribeñas, sobre todo de los países  colonialistas que habían impuesto relaciones de producción para la época siguiendo un patrón oligárquico capitalista, distinto al que había prevalecido en Santo Domingo durante siglos, al que el profesor  Juan Bosch llamó oligárquico-patriarcal o precapitalista, como también señala el historiador Roberto Cassá.

La historiografía dominicana señala que Toussaint y los gobernantes haitianos tuvieron la intención de transformar a Santo Domingo "español" (comillas añadidas) de una colonia pobre, paternalista y de subsistencia, en una que adoptara las relaciones económicas de producción heredadas de los franceses; basada en la implementación de plantaciones que implicaban el desmonte o la deforestación irracional.  Este modelo, ambientalmente poco sostenible fue impuesto también por ingleses, norteamericanos, holandeses y españoles donde pudieron.

Las nuevas relaciones de economía capitalista se venían imponiendo en el Caribe desde siglos atrás, con el objetivo de superar el modelo de miseria y precapitalismo de Santo Domingo "español", Cuba y Puerto Rico. Para lograrlo, recurrían al desmonte para plantar caña, café, cacao, algodón o establecer ganadería de potreros. La ausencia de este modelo por la mayor parte del siglo permitió que esta parte de la isla mantuviera relativamente conservados los bosques de las zonas bajas, medias y altas de las montañas, comenzando a perderlos solo en algunos llanos costeros del sur, norte-noroeste y este a partir de la segunda mitad del siglo XIX.

El desmonte en Santo Domingo

Durante la ocupación haitiana, que comenzó en 1822 y se extendió por 22 años, se extrajeron millones de pies cúbicos de madera de la isla, generando cifras significativas de exportación de caoba, aunque se diría en los tiempos modernos que son poco representativas del desmonte. Según Cassá (2023: 26) en su Historia social y económica de la República Dominicana, tomo II, edición ampliada y corregida (Universidad Autónoma de Santo Domingo), asumiendo fuentes primarias del siglo XIX, describe que se exportaron 38,905,000 pies de madera en ocho registros distintos durante los años de la ocupación.

Esas cifras no muestran por si solas el impacto real del desmonte de una especie, ya que para calcular  la cantidad de árboles talados necesarios para producir semejante cantidad de madera se debe considerar que un bosque de la especie caoba criolla o del caribe (Swietenia mahagoni), de regeneración natural “centenaria” (porque se prohibía el corte de individuos no maduros), podría tener individuos entre 50 a 120 pies cúbicos de madera, para un promedio de 85 pies cúbicos, según estimaciones de los ingenieros forestales Ramón Díaz (Universidad Nacional de Colombia, 1991) y José Enrique Báez (Bulgaria, 1988), con más de 35 años de experiencia tratando los bosques naturales dominicanos, quienes fueron consultados por el autor de estas líneas; por lo que, si se aplican los cálculos, podría decirse que dicha cantidad de madera equivale a la tala de 457,705 árboles.

En los diez años posteriores a nuestra independencia de Haití, entre 1844 y 1854, la República Dominicana exportó 6,702,000 pies cúbicos de madera. Dado que se trataba de caoba criolla, esto significó, siguiendo el cálculo anterior, el derribo de 78,8847 árboles para alcanzar dicho volumen.

El desmonte de la caoba criolla (Swietenia mahagoni), entre 1868 y 1872 se registró en 5,359,000 pies exportados, y entre 1880 y 1883, 3,654,000 pies cúbicos adicionales, según los datos del profesor Cassá, lo que, sumadas ambas cifras, resultarían 9,013,000 pies cúbico y esto significía el derrumbe de 106,035 árboles, cortes representados en el presente gráfico.

La extracción de madera de caoba durante la ocupación haitiana se resume en 38,905,000 pies cúbicos (para toda la isla), mientras que, tras la Independencia Dominicana, se extrajeron 6,702,000. Durante la Restauración, la cifra fue de 9,013,000, totalizando 54,905,000 pies cúbicos hasta 1884. Esto pudo haber tenido un impacto sobre la caoba criolla de aproximadamente 645,941 árboles cortados en 62 años, según se puede deducir de los registros del profesor Cassá en su magistral obra antes citada, cuando convertimos pies cúbicos en árboles vivos.

En la parte occidental de La Hispaniola, actual Haití, los cortes de maderas preciosas, como la caoba criolla (Swietenia mahagoni), el guayacán (Guaiacum officinale) y el campeche (Haematoxylum campechianum L), para fines de exportación, uso de la biomasa forestal como combustible para la industria de la caña y la manutención de más de 500, 000 personas, junto con el cambio de uso del suelo cubierto de bosques para plantar caña, café, cacao y tabaco, causaron daños irreparables a los montes. Estas repercusiones se extienden hasta el siglo XXI. Algo que en Santo Domingo o la República Dominicana no sucedió en estas dimensiones, a pesar de que, históricamente, vivió de la exportación de la madera como parte de su sustento material durante este siglo.

Aunque no en la misma proporción, otras especies maderables tomaron el mismo rumbo a todo lo largo del siglo, subrayando que el volumen registrado de exportación es muy inferior al desmonte de la caoba y otras especies que se registraron, tomando en consideración la pérdida de la madera por el arrastre hacia los puertos por las crecidas de los ríos, el contrabando generalizado y las que los oficiales de madera dejaban en campo, porque solo tomaban las mejores trozas, creando serios inconvenientes con los “dueños” de los terrenos donde estaban los árboles, como publicó el periódico El Dominicano en 1846, cuando trató el desorden de los cortes de la caoba en varias ediciones.

Como podemos inferir, el siglo XIX marcó un período de intensos cambios económicos y ecológicos en La Española, impulsados ​​por la explotación forestal y las prácticas de deforestación heredadas de las potencias coloniales. Aunque estas acciones generaron riqueza para algunos, también dejaron una huella ambiental profunda y difícil de restaurar. En la próxima entrega, exploraremos cómo estas transformaciones continuaron moldeando el paisaje dominicano durante el siglo XIX.