He notado tristemente que en nuestro país el dame lo mío, el bono luz, bono gas, supérate y todos los nombres que le quieran poner a las ayudas sociales del gobierno, se están volviendo una norma peligrosísima porque quien las recibe se hace adicta a estas ayudas de una manera que le impide posteriormente prescindir de ellas, como debería ser y es, entiendo yo, el propósito primigenio de las mismas.

 

La virulencia con la cual son exigidas, reclamadas y esperadas da una nota clara del hecho incontestable de que el ayudado no lo considera así, sino que lo traduce como una obligación inmanente del gobierno que no hace más que administrar los dineros de los impuestos que pagamos cada día de nuestras vidas y que sirven precisamente para costear los miles de millones de pesos que le cuestan al Estado, y pari passu, a quienes cumplimos nuestras onerosas obligaciones tributarias, desde gasolina carísima, por el componente impositivo, la energía eléctrica, de los que la pagamos, y no podemos robárnosla, ni dejarla de saldar, y que más del cincuenta por ciento de la población dominicana, no solventa.

 

A lo anterior debemos agregar detalles que asombrarían a cualquier ciudadano de un país, donde mínimamente los impuestos se devuelven en servicios básicos de calidad. Veamos, en nuestra amada patria, tenemos que tener planta eléctrica, inversor o ambos, seguro de salud, si queremos sacar algo de nuestros hijos, deben estar en un colegio privado, con el  costo que ello representa, desde la inscripción, mensualidad, libros, uniformes, zapatos, y en definitiva, toda la parafernalia que impone este ritual necesario. Seguridad privada, o alarmas, porque el Estado no la garantiza; en definitiva, un costo adicional altísimo, como consecuencia de la ineficacia del gobierno de proveer estos servicios.

 

Agréguele a lo anterior, el costo del agua potable, botellones, cisterna, motor de cisterna, transporte deficiente, y en definitiva, una retahíla de servicios, que, para que sirvan, debemos proveernos nosotros mismos.

 

De ahí me surge el acontecimiento sustancial que da lugar a esta inquietud. Cuantos países hay dentro de República Dominicana?

 

El de aquellos que tienen luz eléctrica sin pagarla, bono luz, bono gas, supérate y todas las ayudas estatales, sin que hagan el más mínimo esfuerzo.

 

El de los profesionales, comerciantes o pequeños empresarios, que nos levantamos a diario, a tratar de rendir un servicio a nuestros clientes y relacionados, que luchamos por el bienestar de nuestra familia, hijos, madre, hermanos, empleados. Que no solo pagamos impuestos, sino que tenemos que también solventar todos los servicios que, por estos impuestos nos deben ser retribuidos y resultan simplemente inexistentes.

 

El de los políticos, que carecen, junto a los ricos, de este tipo de problemas, y que teniendo fideicomisos, empresas y dinero en paraísos fiscales, les importa un bledo que suba el costo de la energía eléctrica, el agua, los colegios, y que se vaya el país por el sumidero, ya que, en muchos casos, ni dominicanos son.

 

El del empleado medio o bajo, que no le alcanza el dinero, y se encuentra de manera constante con la lucha que surge de sus mismas tripas, para, como gomita de lapicero, estericar el peso lo más posible, y que vive como dice el mismo pueblo, lo servido por lo comido y viceversa, que no tiene casa propia, ni vehículo, y tampoco posibilidad real de tenerlo; que recibe ayuda de familiares fuera, y en definitiva, vive el día.

 

Al final, nos encontramos tristemente en una situación en la cual, pasaremos, si seguimos como vamos, de ¨Quisqueyanos valientes—¨ a dominicanos mendigos o pedigüeños.

 

Es muy triste.